Suelo asistir con cierta asiduidad a los diversos actos literarios que se programan en la sala de
Ámbito Cultural ubicada en la séptima planta del Corte Inglés de Serrano, 52. El último de ellos, la presentación de los dos volúmenes de relatos de
Carlos Salem,
Yo también puedo escribir una jodida historia de amor y
Yo lloré con Terminador 2. Al principio, su presencia me causaba cierta sorpresa. Mujeres que frisan los sesenta cuando no los han sobrepasado holgadamente, que acuden al lugar con puntualidad británica, arregladas, peinadas de peluquería, muy peripuestas y adornadas con sus mejores galas, en ocasiones acompañadas por caballeros de porte distinguido que se intuye son sus maridos. O sus parejas. No quiero decir que ese perfil deba tener vedado el acceso a la cultura, faltaría más. No es eso. Lo que me causaba extrañeza era su aparente anacronismo —es un auténtico show verlas allí junto a poetas melenudos, tipos de mirada esquiva amantes de la novela negra, escritores y otra gente de mal vivir— y, sobre todo, su perenne presencia fuese cual fuese la finalidad del acto. Una conferencia sobre literatura semiótica, una presentación de un libro de poesía, el lanzamiento de una novela de género
hard boiled o una charla sobre novela histórica. Poco a poco, uno se acostumbra a su presencia. Y terminas por entenderla. O te la explican. Y descubres —o te descubren— que hasta tienen un nombre:
canaperas. Son mujeres ahítas de tiempo libre que, de la misma forma que acudirían al bingo o a misa de siete, por puro entretenimiento, acuden a todo acto literario del que tienen conocimiento para pasar el rato y, ya que están allí, merendar a base de los canapés y las bebidas con las suelen agasajarte una vez terminado el evento. Con el tiempo terminas hasta por reconocer los mismos rostros. Y os juro que para los habituales de este tipo de actos, su presencia acaba siendo hasta entrañable. Ojo, que incluso hasta para esto hay clases. Las de presencia grata son las
canaperas modosas y discretas
comme il faut que demuestran su saber estar e incluso animan el cotarro con su presencia. Hacen un bulto elegante, vamos. Hay otro tipo de
canapera kamikaze, auténticamente despreciable, que no paran de hablar de sus cosas —de sus nietos, de las pécoras de sus nueras o de su última operación de vesícula— durante el acto y que no duda en abrirse paso a codazos en cuanto aparece el camarero con las bandejas de canapés y arrasar con todo lo que pilla. Sólo les falta llevar un
Tupper en el bolso. Cuestión que no dudo hayan hecho alguna vez.
Pero el día que falten hasta las echaré de menos. De veras.
¿El acto propiamente dicho? Muy bien. Tuve ocasión de reencontrarme con buenos y viejos amigos a los que no veía desde hacía algún tiempo: el propio
Carlos Salem,
Javier Puebla,
David Torres,
Fernando Marías,
Daniel Martínez, editor de
Salto de Página,
Silvia Pérez Trejo,
Javier Gutierrez… Ofició como presentador
Jorge Benavides.
Carlos estuvo bastante comedido para lo que es él y el acto, muy ameno, concluyó con la lectura de tres de los relatos que componen las antologías. Excelentes relatos. Cómo escribe el cabrón de
Salem. Qué envidia. Con decir que, tras la lectura y durante la rueda de preguntas final, se arrancaron mostrando un auténtico interés hasta las
canaperas, que normalmente permanecen con la boca cerrada —hasta la salida de los canapés, obviously—. Una vez terminado el evento acabamos todos donde corresponde a individuos de tal calaña: en la barra de un bar bebiendo cervezas.
No quiero terminar esta entrada sin recomendar encarecidamente un libro de reciente aparición. Su título es
La pluma de Monteverdi y se trata de la opera prima de una excelente autora llamada
Irene Mora que os aseguro dará mucho que hablar. Una novela de ambientación histórica que gira en torno al misterio inherente en el extraño legado que recibe una joven llamada Helena: un cofrecillo que contiene una exquisita pluma de escribanía que dicen perteneció al compositor Claudio Monteverdi. Al cofrecillo lo acompaña el peculiar diario de Ariadna, una sevillana que en 1598 viajó hasta Italia para conocer al músico. Y hasta ahí os puedo contar. El resto deberéis leerlo. Y os recomiendo que lo hagáis.