Mentiras completas y verdades a medias



lunes, 31 de agosto de 2009

Ha terminado. Comenzamos.

El verano ha terminado. ¿Qué aún quedan algunos días? Claro que sí ¿Que restan jornadas de calor y buen tiempo? Por supuesto. Pero no les quepa duda de que el verano ha terminado. Ya he hablado de ello en alguna ocasión. En septiembre, los cronómetros se ponen a cero y da comienzo una nueva etapa. Para muchos —entre los que me incluyo— los años no comienzan en enero, comienzan en este mes. Tras la holganza estival, la rentrée siempre conlleva nuevos enfoques, proyectos interesantes e ilusiones reverdecidas. Pilas cargadas, bríos renovados. Y a ello nos disponemos. Empezando por retomar los contenidos de este blog, un poco abandonados últimamente, a qué negarlo. Pero la culpa es exclusiva de los calores, no de falta de ganas. La desidia veraniega es lo que tiene. Pero uno ya tenía ganas de acometer las nuevas ideas que rondan por la cabeza. Que Dios nos coja confesados. A todos.

Welcome to the jungle

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martes, 25 de agosto de 2009

Sinvergüenzas

Al igual que al hijoputa, si algo caracteriza al sinvergüenza es su ausencia de fecha de caducidad y la carencia de limitaciones sociales, políticas o geoestratégicas en su desarrollo. Los puedes encontrar en los más diversos ámbitos, estratos y situaciones. Desde el sinvergüenza de andar por casa como suele serlo el treintañero nihilista de escaparate —«Nada es, todo fluye», «El desencanto social» y todas esas mamonadas que te permiten seguir chupando del bote— que aún convive con sus padres porque «la sociedad no está preparada para cubrir las necesidades de su generación, una generación a la que abandonaron en un marasmo presidido por la desidia, la desesperanza y la ausencia de oportunidades» —¡pobrecitos!— hasta el sinvergüenza comme il faut, podríamos decir que casi con pedigrí, capaz de estafarle, sin el menor ápice de remordimientos, la pensión recién cobrada a una anciana. Este último espécimen estaría más cercano a la deplorable categoría de sinvergüenza-hijoputa, sumum del proceso evolutivo en este tipo de clasificaciones.

Hoy la prensa reseña el caso de uno de estos ejemplares. De los de pata negra. Al parecer, un individuo ha llevado a los tribunales a sus hijos de 29 y 31 años a los que reclama una pensión mensual de 600 euros para poder sobreponerse a la calamitosa situación económica por la que pasa. Es decir, el menda le pide pasta a los hijos, estos se niegan y él los lleva a juicio. El peculiar enunciado, que ya chirría un poco por sí mismo, se viene abajo estrepitosamente cuando se descubre que, además, el susodicho abandonó a los demandados siendo niños, a la tierna edad de 7 y 9 años respectivamente, perdiendo desde entonces todo contacto con ellos. Hasta ahora que le han hecho falta. Y, según parece, eso fue lo mejor que puedo pasarle a los chavales pues el pater familias era de los de mano más bien larga.

La Audiencia de Murcia, además de desestimar el caso, ha condenado al demandante a abonar las costas del juicio. Y encima, el jeta solicita la condonación de las costas alegando «razones humanitarias».

Como declamaba recientemente un popular humorista en un sketch televisivo, «Poco tan dao, chaval. Poco tan dao».

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lunes, 17 de agosto de 2009

Raras nostalgias

Uno de los recuerdos de mi infancia que atesoro con mayor nostalgia es una serie de dibujos animados llamada Ulises 31. Era una serie rara, bastante atípica para la época. No trataba de unos perros que ejercieran de mosqueteros ni de un gnomo llamado David que era siete veces más fuerte que tú. Aquello era otra cosa. Su origen, inspirado en La odisea de Homero, ya suponía toda una peculiar declaración de intenciones para ser una serie destinada —en teoría— al público infantil y su planteamiento resultaba original e interesante: Ulises vivía en el siglo 31, su barco es una nave espacial y en lugar de surcar los mares, surcaba el espacio interestelar. Simplemente brillante. No era la típica serie que hacía excesivas concesiones —algunas había— a aquello que podíamos denominar infantilidad. Había un robot payaso llamado Nono —ya he dicho que había algunas concesiones—, pero sus guiones planteaban situaciones hasta cierto punto demasiado crudas, con trasfondos y conflictos comprensibles en todo su contexto por un público más bien adulto y su ambientación era bastante oscura, casi tétrica. Desde el punto de vista conceptual, resultaba un salto tremendo si venías de ver Heidi o Marco.

Pero había algo más. Algo que sobresalía por encima de toda esa conjunción de aciertos y logros: su banda sonora. No, no me refiero a las sintonías de inicio y final. Me refiero a eso que, en las películas, los ingleses llaman score y que nosotros siempre hemos denominado la musiquilla de fondo de las escenas. Era realmente extraordinaria. Melodías emotivas, a medio camino entre el rock progresivo y la música épica —muy del gusto de la época—, plagadas de sintetizadores y guitarras distorsionadas combinadas con gusto exquisito. Hasta a mí, que por la época tan sólo era un melómano incipiente, me resultaban de lo más llamativo, llegando a repetir en mi video —por aquella época, un Betamax— una y otra vez una determinada escena tan sólo por el placer de escuchar la música que la acompañaba.

Tras investigar un poco —ahora mismo no podría afirmar por qué me ha dado, casi 30 años después, por tal gilipollez. Quizá algún deja vú musical, alguna melodía escuchada que ha hecho saltar el interruptor en mi cabeza. O será que chocheo. Las sinopsis neuronales es lo que tienen—, descubro que la música de Ulises 31 fue compuesta por Denny Crockett e Ike Egan. Ambos fueron en su día músicos de acompañamiento habituales de The Osmonds, banda que, además de ser considerada la respuesta blanca a The Jackson Five, fue una de las formaciones más celebradas del pop y el rock americano durante los años setenta. Al parecer, también han participado como asesores musicales en varias series de televisión. Son músicos de amplia trayectoria y reconocida experiencia.

Pero hablábamos del score de Ulises 31. Y precisamente a raíz de ese asunto salta la sorpresa. Descubro que un grupo musical francés llamado Parallax ha solicitado permiso a ambos para llevar a cabo un proyecto denominado Ulysse 31 soundtrack revisited con el fin de reinterpretar y reorquestar los mejores fragmentos del score de la serie Ulises 31. Por lo que veo no era yo el único pirado al respecto. Obtenido el permiso, aquí está el resultado de su trabajo. Y ahora uno tiene ocasión de volver a disfrutar de joyas como L’attaque des tridents o La poursuite. Pequeñas obras maestras.

Escúchalo. Merece muy mucho la pena.

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viernes, 14 de agosto de 2009

Un oficio peligroso

Durante la Semana Negra, Carlos Salem, ese extraordinario tipo, tan delirante como genial, se movió por Gijón grabadora en ristre tratando de recoger declaraciones de algunos de los autores que por allí andábamos. Obvio decir que dadas las circunstancias —y, en muchas ocasiones, las horas y el estado personal— en las que dichas declaraciones fueron capturadas, ese conjunto de pseudoentrevistas contiene perlas de muy distinto calibre. En estos días, Carlos Salem colabora con el programa La Octava Planta de la cadena SER y no ha tenido mejor ocurrencia que editar dichas grabaciones, compilarlas en un espacio que ha decidido denominar Un oficio peligroso y emitirlas durante su colaboración en el programa. Raúl Argemí, Paco Taibo II, Juan Ramón Biedma… Algunas de esas grabaciones son pata negra. La Octava Planta se emite durante este mes de agosto, de 21:00 a 23:00. Si a alguien le apetece escuchar algunas de las perlas que ya han sido emitidas, puede hacerlo en el blog de Carlos Salem, Matar y Guardar la Ropa.

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martes, 11 de agosto de 2009

Llegar tarde

Recuerdo aquel curioso EMAIL recibido en junio del 2006 y que inicialmente tomé a coña. El texto decía algo así cómo: «Ignoraba tener un pariente que firma como yo y que con ese nombre ha escrito un libro sobre Durruti, del cual me gustaría poseer un ejemplar para apreciar ese gran descubrimiento, el del hombre que mató a Durruti». Lo firmaba un tal Abel Paz. «Mucho cachondo suelto por la Inten-né», pensé. Aún así, lo contesté. Con reticencias y sin saber muy bien por qué, pero lo hice. Al cabo de unos días recibí respuesta, en esta ocasión de una persona que decía gestionarle el correo electrónico —cuestión comprensible teniendo en cuenta que Abel Paz, al menos el auténtico, rondaba los 85 años y, aun así, era un hombre tremendamente activo y ocupado— y hablar en su nombre. En la respuesta se daban datos, pelos y señales acerca del viejo anarquista biógrafo de Durruti, incluyendo su dirección, un teléfono de contacto y el ruego de que lo llamase ya que a Abel le gustaría hablar conmigo. El asunto dejó de parecerme una broma. El que a la mayor autoridad mundial sobre la figura de Durruti le apeteciese hablar conmigo no lo era. En absoluto. Llamé. Y pasé quince deliciosos minutos charlando con un viejete encantador y, aparentemente, algo cascarrabias —postura perfectamente admisible en alguien con un periplo vital que le permitía estar de vuelta de todo— que me decía, con sorna y mucha retranca, que quería saber «quién había matado a Durruti». Intercambiamos comentarios, alguna confesión y le pregunté ciertas dudas que atendió amablemente. Quedé en enviarle un ejemplar de El hombre que mató a Durruti y me consta que lo recibió y que, muy probablemente, lo leyó. Desconozco la opinión que le mereció mi divertimento novelistico ya que no volvimos a mantener contacto, pero sospecho —a tenor de la conversación que mantuvimos— que no comulgó demasiado con lo expuesto en mi texto. Quedé en visitarle si alguna vez iba por Barcelona. Esa visita nunca se produjo.

Hoy me he enterado que falleció hace cuatro meses. Lamento no haberlo sabido antes.

Que la tierra le sea leve, Don Diego.

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domingo, 2 de agosto de 2009

Well now I'm trapped… again

Bien, ya estamos de vuelta de Pucela tras el concierto del monstruo.

Lo malo: el sonido un poco deficiente. Acoples muy frecuentes y las guitarras solistas apenas se dejaban oír. ¿El repertorio de anoche en Valladolid? Digamos que… bastante funcional y sin excesivas florituras. Expliquémonos. Un concierto de Springsteen difícilmente defrauda y lo cierto es que con un tipo con más de cuatrocientas (sí, cuatrocientas) canciones a sus espaldas de las cuales debe elegir veintisiete (sí, veintisiete) para casi tres horas de concierto (sí, casi tres horas) se hace imposible el incluir todas las que a cada uno nos gustaría escuchar. Pero temas emblemáticos como Because the night, Atlantic city, The river o mi eterna espina clavada, It’s hard to be a saint…, se quedaron fuera. Y algo imperdonable: según el repertorio seleccionado previamente para esa noche —publicado en su web oficial— estaba prevista Thunder road y se quedó fuera en favor de Seven nights of rock. Indudablemente salimos perdiendo con ese cambio de última hora —algo muy propio de Springsteen lo de variar el repertorio sobre la marcha según va tomando el pulso al público—. No puedo imaginarme el motivo del mismo. Y prefiero no pensar en ello.

Lo bueno: Todo lo demás, que fue mucho. Demasiado. Excelente noche de rock and roll en estado de gracia con destellos de magia pura. Momentos inconmensurables como Spirits in the night o ese arranque con Badlands que puso en pie a todo el estadio. Impagable la interpretación de Trapped y el guiño-broma-coña de tocar Great balls of fire tras recoger un cartel de un grupo de seguidores ubicados en primera fila en el que podía leerse —literalmente—: You ain’t got ball to play «Greats balls of fire». Si tuvo pelotas. Para eso y para más.

Y ahora a descansar que estoy hecho mierda. Feliz, pero hecho mierda.

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