Mentiras completas y verdades a medias



lunes, 28 de diciembre de 2009

Últimos días

En estos últimos días he actualizado poco este blog, lo sé. O al menos, algo menos de lo habitual. Todo tiene su explicación. Por un lado, tampoco había mucho que contar. Durante las navidades, los eventos e historias que suelo reseñar en estas páginas se minimizan. No suelen producirse presentaciones, ni actos literarios, ni gaitas. Desde un punto de vista personal, tampoco ha habido novedades dignas de ser mencionadas. Y ya lo dijo el sabio: «si no tienes nada digno que decir, cierra la bocaza» —o algo así—. Y por otro lado, he estado algo ocupado echando a andar un side project en compañía de mi helmano Jerónimo Tristante, una gamberrada irreverente y tremendamente divertida —al menos para nosotros— llamada PANDEMONIO DE CAOS que os aconsejo visitéis.

Aun así, no quería dejar de pasar la oportunidad de despedir el año y la década que se marcha sin intercambiar un cordial deseo de bienaventuranza con todos aquellos que habitualmente cometen el dislate de visitar este blog y agradecer desde aquí el apoyo brindado —lo crean ellos o no— con sus visitas y comentarios. Saber que hay alguien ahí, al otro lado, es de ese tipo de cosas que hacen sentirse a uno algo menos solo cuando se pone a desvariar juntando palabras.

Nos vemos el año que viene. Espero. Feliz 2010 a todos. Sí, a ti también.

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lunes, 21 de diciembre de 2009

Atrapado

Atrapado en casa. Por primera vez en mi vida. Nieve. Hielo. No hay cojones a salir de aquí. Caos. Desconcierto. Coches atravesados. Autobuses cruzados en mitad de las avenidas. Calles bloqueadas, intransitables. La gente chilla y blasfema juramentos en arameo. El Apocalipsis debe ser algo parecido a esto.

La calefacción puesta. El calor comienza a envolverte. Paladeo un chupito de hierbas —algo estrictamente terapéutico. Por la cosa de combatir el frío, ya me entienden—. Comienza a llover. El agua repiquetea en el tejado de la buhardilla. Enya desgrana una suave melodía en el equipo de música. En casa. A salvo.

It’s not too bad at all.


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Amigos

La otra noche estuve en una celebración de esas tan propicias en estas fechas. En Pummarola, en Pozuelo. Uno de esos eventos en los que a veces te ves arrastrado a la fuerza sólo que, por fortuna, no fue éste el caso. Todo lo contrario. Acudieron la inigualable Cristina Salama, el muy entrañable Guzmán Alonso y los excelentes escritores y mejores personas Irene Mora y Alfonso Ruiz de Aguirre. Y un servidor. ¿El motivo? ¿Acaso necesitan un motivo cuatro amigos para verse y compartir una gratísima velada? En todo caso, la excusa fue el desearnos unas felices fiestas, vernos, ponernos al día y echarnos unas risas. Y vaya si cumplimos. Con creces. Sobre todo lo de las risas. Irene publica en enero, con La esfera de los libros, una fascinante novela histórica titulada La pluma de Monteverdi. Para Irene es su primera novela y a estas alturas del partido todo son dudas, nervios y esperanzas. Resulta enternecedor verla tan radiante cuando habla de su próxima publicación, con la que alcanzará una merecida notoriedad, estoy más que seguro de ello. Alfonso acaba de terminar una novela cuyo título provisional es No me llames princesa —acertadísimo, por cierto—. Tras unas cuantas cervezas y la confianza que da el conocernos desde hace tiempo —si no me equivoco va ya para cinco años—, Alfonso me ofreció leer el manuscrito —ya sé que a día de hoy ninguno lo es (manuscrito), pero me resisto a cambiar el término. Me resulta tan atractivo como insustituible— para darle una opinión formada —«Perdónalo, señor, que no sabe lo que dice…»—. Un servidor, con esa mezcla de honor y compromiso que supone ser buen amigo, aceptó el lance y dos días después tenía una copia en la bandeja de entrada de mi cuenta de correo. De tres sentadas. Me he calzado las 400 páginas de tres sentadas. Qué pedazo de novela. Jamás comprenderé cómo Alfonso aún no ha conseguido llamar la atención de una editorial de primera línea. Cosas de los hados y el Destino, supongo. Pero terminará haciéndolo. No me cabe la menor duda. Su carrera lo avala y sus anteriores textos lo apostillan. No hay más que leer cualquier obra suya como Arde Troya o El difamador para hacerse consciente de lo que a los demás nos resulta más que evidente.

Y hablando de amigos. Francisco Castillo ha publicado una novela que comencé a leer ayer. Se titula Cazar al Capricornio. Y vive Dios, ¡qué pinta tiene! Al fin alguien en este país ha decidido liberarse de complejos y escribir una novela de espías, aventuras y operaciones encubiertas como Dios manda. Una novela que si nos llega de fuera con el nombre de Graham Greene, Tom Clancy o John Le Carré en la portada y su protagonista se llama, un suponer, Alan Cummings y es de la CIA —en lugar de Antonio Alba, del CNI, como es el caso— meamos colonia. Pero, aquí, varias editoriales importantes la rechazaron porque «su trama es demasiado arriesgada, fantasiosa e increíble para estar ambientada en España». El amigo Castillo aglutina en un mismo artificio narrativo el atentado contra Carrero Blanco, la desaparición, años después, de unos peculiares documentos durante el incendio del edificio Windsord y un verosímil intento de que España tuviese su propia carrera espacial. Y lo hace con una envidiable soltura, una impecable labor de documentación y un oficio digno del mayor de los elogios. Casi ná.

Ya comentaré cuando termine su lectura, pero por lo que llevo hasta ahora… chapeau por Francisco.

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jueves, 17 de diciembre de 2009

Tonto es el que dice tonterías

El subdirector general de Patrimonio Histórico Artístico del ministerio de Defensa, D. Álvaro Martínez-Novillo, exhortó al Museo del Ejército de Toledo para que retirase las referencias a Francisco Franco de los textos que ilustran algunas exposiciones, citando especialmente el texto referido desembarco de Alhucemas. ¿El motivo? Según los argumentos del señor subdirector general, tales circunstancias contravienen la Ley de la memoria Histórica de forma concreta y explícita. Leamos la argumentación.

«El art. 15.1 de la Ley 52/2007 –conocida como de la Memoria Histórica– es muy terminante en cuanto a las “menciones conmemorativas, de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la Represión de la Dictadura” (…) no se pueden ni deben citar en textos murales como ejemplo a soldados que, por las razones que fueran, vulneraron el ordenamiento constitucional vigente en su momento. Por ello, si se quiere citar el desembarco de Alhucemas, se citará sin referencia expresa al dictador. Y esto no es censura, sino respeto y acatamiento al marco legal vigente mientras no se demuestre lo contrario»
Hay gente que no es más imbécil porque si no, rebosaría por ambos lados.

Este tipo de cosas —tratar de borrar las huellas de aquella parte de tu Historia que no te gusta y hacer como si nunca hubiese existido— las hacían muy bien los romanos y lo llamaban Damnatio Memoriae. Si este tipo de propuestas las enunciase cualquier estúpido sin cultura ni conocimientos previos —un tertuliano de radio, un suponer—, la estupidez sería objeto de mofa y achacable a la ignorancia inherente al medio y al emisor, pero que tamaña sarta de sandeces provenga de alguien cuyo supuesto y aparente cometido es mediar y proteger nuestro patrimonio histórico, es lo que me causa un poco más de miedito.

Porque alguien debería contarle a este estulto con cargo a Patrimonio Nacional que Alhucemas transcurrió 11 años antes de lo que la ley menciona y condena de forma explícita. Y que para suerte o desgracia, participase quien participase en él, el desembarco de Alhucemas forma parte de un evento histórico trascendental para la historia de este país como lo fue la Guerra de África —por desgracia, esa gran desconocida—. Tan trascendental como que fue el desencadenante de la cadena de acontecimientos que explican —no defienden ni argumentan: explican— gran parte de los últimos 100 años de historia de este país: el expediente Picasso, el golpe de Primo de Rivera, la dictablanda, la obligada abdicación de Alfonso XIII, la llegada de la República y la Guerra Civil.

Lo realmente peligroso es que este tipo de anatemas y prohibiciones llevan un tiempo poniéndose muy de moda entre la progresía ful que las defiende quedándose en la superficie del asunto: la condena a un régimen despreciable y totalitario. Pero no entienden que no se trata de celebrar, ensalzar o ni siquiera conmemorar la presencia de un dictadorzuelo pequeñito y gritón o de algún que otro personaje nefasto para la historia y trayectoria de España —que los hubo sin reducirlo a Franco. Unos cuantos—. Si hubiese que eliminar el rastro de todos los personajes deplorables que han pasado por la historia de este país, iban a quedar tres y el gato. Se trata de mantener el respeto suficiente y necesario por la Historia —con obvias y necesarias mayúsculas—. Porque, por suerte o por desgracia, si de algo carece la Historia es de selectividad. La Historia está plagada de gestas gloriosas y de instantes vergonzosos. De momentos por los que sentirte orgulloso de los tuyos y de momentos en los que te gustaría mirar hacia otro lado. Pero, con todo y con eso, nunca deja de ser Historia. Todos esos hechos ayudan a comprender hechos y situaciones posteriores. Nunca dejan de ser una parte de ese legado común que, en virtud del certero aforismo «somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos», todos deberíamos tener presente siempre. Aunque sólo fuese para albergar la cautela suficiente y necesaria para no repetir algunas barrabasadas

Se puede ser partidario o no de unas determinadas figuras y situaciones históricas, lo que no se puede nunca es negar su existencia ni su relevancia innegable —para bien o para mal— en el devenir de la Historia. Al final, ¿qué coño será esto? ¿Una Historia selectiva y a la carta? ¿Qué será lo siguiente? ¿Ignorar la figura de Fernando VII cuando se hable de la Guerra de la Independencia? ¿Obviar cualquier mención a los generales Primo de Rivera, Martínez Campos o Prim, asonados consumados y confesos al igual que Franco?

Insisto en el detalle: que estas estúpidas iniciativas provengan de alguien encargado en teoría de proteger nuestro patrimonio histórico es lo que me hace consciente de en qué clase de manos estamos. Y lo que descubro no me gusta un pelo.

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lunes, 14 de diciembre de 2009

Hasta el infinito y más allá

El blog-panfleto-magazine NOTICIAS DEL MUNDO —del que un servidor es humilde redactor y colaborador— da el salto a las ondas. El programa AL ALBA de la cadena COPE, conducido por Oché Cortés, recogerá ocasionalmente un resumén de los titulares más destacados para ser comentados en antena.

La primera de estas intervenciones puede escucharse en la web del programa AL ALBA (sección AUDIOS, programa del 14/12/2009, a partir del minuto 25:35).

A pasarlo bien.

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viernes, 11 de diciembre de 2009

Presentación de Impar y rojo

Ayer tarde se celebró en la sempiterna Estudio en Escarlata la presentación de la última y esperada novela de Óscar Urra, Impar y rojo, continuación de la saga Julio Cabria iniciada con la excelente A timba abierta —finalista del premio Memorial Silverio Cañada 2008 a la mejor primera novela negra—. El acto estuvo bastante concurrido y contó con la presencia del autor — obvia—, del siempre cordial Domingo Villar —que está que lo rompe con su excelente La playa de los ahogados— ejerciendo de maestro de ceremonias y de unos cuantos amigos y conocidos más. Por allí pululaba la viborilla de Mercedes Castro, de la que puedo adelantar, en el más puro estilo Qué me dices, que el año que viene, hacia la primavera, pondrá en la calle una nueva novela. Y no. No es de la saga Clara Deza. También estaban —no podía ser de otra manera. Eran los padres putativos de la criatura— dos de los integrantes —Pablo y José— de esa Santa Trinidad que compone el staff de Salto de Página. Buena gente toda.


Abrió el acto el librero Juan Escarlatti agradeciendo la presencia a los asistentes y recordando que aquél era el último acto literario que se celebraría en la librería en el 2009 tras una temporada bastante intensa en cuanto a actividades literarias. Después tomó la palabra el editor, Pablo Mazo, para hacer una breve introducción tanto de la novela que se iba a presentar como de la trayectoria literaria del autor. Domingo Villar glosó algunas de las excelencias de la obra —tratando de no desvelar nada de la trama, cuestión que si de por sí resulta poco deseable en cualquier novela lo es menos aún en una novela negra— y de las virtudes narrativas de Urra. Hizo especial mención a la pulcritud de su prosa, a la estupenda recreación de ambientes y a los acertados diálogos de los que suele hacer gala el autor, cuestión con la que el resto de lectores de Urra estuvimos completamente de acuerdo. Por último tomó la palabra el propio autor para explicarnos algunos aspectos de la intrahistoria de Impar y rojo, de su forma de plasmarla en papel y de su visión de la novela negra. También relató en un ambiente bastante distendido y ameno algunas de las anécdotas que fueron surgiendo durante la redacción del texto. Urra cerró el acto con una original performance: el editor le hizo entrega de una carta que acababa de recibir, remitida por el propio Julio Cabria, y Óscar procedió a leerla en público. En ella le ponía poco menos que a parir por aprovecharse de él y de sus vivencias para pergeñar esos panfletos que escribía y le advertía que se cuidara muy mucho de continuar metiéndole en líos en un futuro.

Terminada la presentación, alrededor de unos vinos ofrecido por la organización, nos dedicamos a disfrutar en petit comité de una serie de charlas secretas, conversaciones a media voz y confesiones en corrillo, que obviamente, pertenecen al secreto del sumario. Como no podía ser de otra manera tratándose de novela policíaca.

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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Orgulloso de ser negro(criminal)

La Bóbila, biblioteca —o casi institución— de referencia obligada para todo aficionado a la novela negra, criminal y policíaca que se precie y de la que ya hablé en su día en esta entrada, ha hecho pública, a través de su boletín de suscriptores, la lista de los 25 libros más prestados durante el año 2009. Compartiendo méritos con obras como La muerte de Amalia Sacerdote, Una novela de barrio o Los hombres que no amaban a las mujeres se encuentra un título muy familiar —y espero que apreciado— para los visitantes de este blog. Encuentra a Wally.

Las 25 novelas más prestadas durante el 2009.
  • 1. El baile ha terminado / Julián Ibáñez (Roca)
  • 2. La reina en el palacio de las corrientes de aire / Stieg Larsson (Destino)
  • 3. Sé que mi padre decía / Willy Uribe (El Andén)
  • 4. Violetas de marzo / Philip Kerr (RBA)
  • 5. La mirada del observador / Marc Behm (RBA)
  • 6. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina / Stieg Larsson (Destino)
  • 7. Los hombres que no amaban a las mujeres / Stieg Larsson (Destino)
  • 8. Una novela de barrio / Francisco González Ledesma (RBA)
  • 9. Els homes que no estimaven les dones / Stieg Larsson (Columna)
  • 10. Cuerpo a cuerpo / Eugenio Fuentes (Tusquets)
  • 11. La apelación / John Grisham (Plaza & Janés)
  • 12. La muerte de Amalia Sacerdote / Andrea Camilleri (RBA)
  • 13. El observatorio / Michael Connelly (Roca)
  • 14. Asesinos sin rostro / Henning Mankell (Tusquets)
  • 15. El inocente / Michael Connelly (Ed. B)
  • 16. La chica de sus sueños / Donna Leon (Seix Barral)
  • 17. El documento Saldaña / Pedro de Paz (Planeta)
  • 18. Casi muerto / Peter James (Roca)
  • 19. La reina al palau dels corrents d'aire / Stieg Larsson (Columna)
  • 20. El hombre que se esfumó / Maj Sjwall y Per Wahlöo (RBA)
  • 21. Entre la promesa del verano y el frío del invierno / Leif G.W. Persson (Paidós)
  • 22. Lost Lake / Phillip Margolin (Ed. B)
  • 23. La noia que somiava un llumí i un bidó de gasolina / Stieg Larsson (Columna)
  • 24. Dos minutos / Robert Crais (Ed. B)
  • 25. La mala mujer / Marc Pastor (RBA)

Una inmejorable forma de terminar el año.

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lunes, 7 de diciembre de 2009

Saludadle. Es un soldado español


Por circunstancias literarias relacionadas con la novela que estoy escribiendo me he visto en la tesitura de evaluar últimamente bastante documentación acerca del papel desempeñado por la División Azul durante la Segunda Guerra Mundial y de las desventuras acaecidas durante la campaña del frente ruso en la que participaron. A estas alturas del partido no voy a decir que vea con simpatía el trasfondo subyacente en la ideología de los divisionarios —no de todos, bien es cierto— ni su génesis, ni el hecho de que combatieran del lado de uno de los dictadores más mezquino e hijo de puta que ha parido la historia de la humanidad, pero leyendo textos al respecto —de fuentes lo más asépticas y ecuánimes posibles. Las hagiografías y los tebeos de Hazañas Bélicas, para quien les gusten— no he podido dejar de sorprenderme al redescubrir una vez más lo eternamente peculiar del carácter español, vaya a donde vaya y sea cual sea el motivo que lo impulse a encontrarse en una determinada situación. Es esa perpetua mixtura de trasnochada caballerosidad, honestidad fatalista, moralidad quijotesca y honorable tozudez que siempre ha acompañado al soldado español en la gran mayoría de sus periplos la que nunca deja de maravillarme, ya hablemos de la División Azul, de los maquis republicanos luchando en territorio ocupado —soldados eran al fin y al cabo—, de las tropas destinadas en Bosnia-Herzegovina, de los Tercios de Flandes, de la Armada Invencible o de la puta que nos parió a todos. No hablo del ejército español, no. Hablo del soldado español, del individuo o del grupo individualizado. De la vieja infantería. De la eterna historia del perfecto vasallo si tuviese buen señor. Del portador de ese carácter español, que para bien o para mal, es pasmo y rechifla de generaciones venideras.

Los integrantes de la División Azul fueron en su mayor parte soldados profesionales —un amplio número de sus efectivos eran suboficiales— alistados de forma «voluntaria» y destinados a combatir en el frente ruso a las órdenes del ejército alemán bajo la denominación de 250 Blaue Division. Una de sus principales peculiaridades era que la amplia mayoría de las situaciones geopolíticas, estratégicas o diplomáticas que preocupaban a sus aliados del III Reich se la traía al pairo. Ellos eran soldados, su cometido era combatir y con esa idea estaban allí. Punto. De ahí que casi la totalidad desconociese en un principio la política llevada a cabo por los nazis con relación a los judíos, gitanos, homosexuales y otros enemigos de la raza aria y también la infame Endlösung planificada por Hitler y su aparato de estado mayor. Y al que tenía alguna lejana referencia, pareciéndole mejor o peor, hacía como que miraba para otro lado. Esas historias ni le iba ni le venía. Esa aparente despreocupación hacia muchos de los aspectos que preocupaban a los politizados militares nazis les proporcionó más de un disgusto ya que, haciendo caso omiso a muchas de las directrices dictadas por las Wehrmacht —confraternización con la población civil de los territorios ocupados, tratamiento hacia los prisioneros rusos,…—, el divisionario solía incurrir en una indisciplina bastante deplorada por la cúpula militar de ejército alemán y sus jerarcas. Vamos, que, dentro de un orden, por activa o por pasiva, el divisionario actuaba las más de las veces según su criterio y hacía lo que le salía de los cojones. Pero, por otro lado, no es menos cierto que esa animadversión hacia la indisciplina de los españoles solía trocarse en sincera admiración cuando de demostrar su arrojo y valía en combate se trataba. Y al final quedaba una cosa por la otra. Célebres son las palabras atribuidas a Adolf Hitler: «Cuando veáis a un soldado en una cuneta, sucio, con la camisa desabrochada, aspecto desaliñado y un pitillo en la boca, saludadle. Es un héroe, Es un soldado español ». Y cierto es que fueron héroes. En el estricto sentido militar del término, ideologías aparte. Pero su idea era que ellos estaban allí para combatir en una guerra contra el comunismo y que las enajenaciones de la política nazi como que se la sudaban muy ampliamente. Y eso les permitía, dentro de unos determinados límites, actuar a su antojo ganándose el respeto de amigos y enemigos.

Para muestra de lo indicado en el primer y el segundo párrafo, un par de perlas encontradas en mis lecturas.

En cierta ocasión, tras una incursión, un batallón de la División Azul tomó posiciones en los alrededores de un grupo de pequeñas aldeas rusas. Para su sorpresa, la población de dichas aldeas estaba formada en su mayor por sefardíes descendientes de los judíos expulsados de España tras la Reconquista en 1492. El dialecto que hablaban aquellos aldeanos era una especie de castellano antiguo de fácil comprensión y a los divisionarios no les costó nada comunicarse y hacerse entender. La relación que se estableció entre ambos bandos fue tremendamente cordial a pesar de las circunstancias. Tres días más tarde llegaron al lugar los Einsatzgruppen —escuadrillas pertenecientes a las SS que, desde retaguardia, seguían el avance del ejército regular alemán durante las ofensivas de Polonia y Rusia con el fin de practicar a su paso una política de tierra quemada y exterminar a cualquier enemigo, mayoritariamente población civil, del régimen alemán— para cumplir con su macabro cometido. Los divisionarios allí desplegados se cuadraron ante ellos encargándose de hacerles saber de forma bastante expeditiva que, por su propio bien, más les valía salir de allí cagando leches, pasar de largo silbando con disimulo y «si te he visto no me acuerdo». Algunas fuentes aseguran que, gracias a esta acción, los aldeanos sefardíes sobrevivieron hasta el final de la contienda.

En mayo de 1942 un grupo de divisionarios llega a Varsovia camino del frente con el fin de efectuar el relevo de parte de las tropas allí destinadas. Hacen un alto en la estación de tren a la espera de que esté listo el convoy que los trasladará a territorio ruso. Durante la pausa, los soldados españoles, ajenos a muchas de las situaciones y circunstancias producidas en suelo ocupado, observan cómo un grupo de personas que portan una estrella de David cosida en la manga del brazo barre la estación y carga de un lado a otro con pesadas cajas de material y pertrechos. Entre el grupo distinguen a varias mujeres y niños de corta edad. Su aspecto, agotado, desnutrido, famélico, induce a la mayor de las compasiones. Uno de los suboficiales de la blaue se acerca a ellos y les ofrece parte de las vituallas que lleva en su mochila. Muchos de los soldados españoles imitan la acción de su oficial. Los prisioneros los observan con recelo, pero el hambre es mucha, la necesidad obliga y poco a poco, se van acercando a ellos para aceptar su ofrecimiento entre gestos de alborozo y agradecimiento. En ese instante varios oficiales de la SS presentes en la estación se dan cuenta de la jugada y, tras poner el grito en el cielo, reprenden con dureza a los soldados españoles. El suboficial español, en un tono calmado pero severo e inflexible, les hace saber a los SS que él «comparte su tabaco y su pan con quien se le pone en los cojones» (sic). El resto de soldados de la blaue hace suyas las palabras de su oficial y forman un corro alrededor de los SS con intenciones más que aviesas. Los SS se retiran de la estación sin dejar de lanzar miradas airadas hacia los soldados españoles que, entre gestos de sorna y mucha guasa, los observan marcharse. Al parecer, los SS elevaron una queja a sus superiores denunciando el «indecoroso comportamiento del grupo de soldados españoles». Finalmente la cosa no pasó a mayores y el asunto se dejó correr.

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jueves, 3 de diciembre de 2009

Oposición a la oposición

Circula por Internet un manifiesto que se opone al anteproyecto de la Ley de Economía Sostenible que, entre sus distintos artículos, pretende habilitar la posibilidad de clausurar aquellos lugares que fomenten la descarga de contenidos protegidos por copyright. Conozco —y entiendo y, en cierta medida, comparto— algunas de las motivaciones que llevan a suscribir tal manifiesto. En mi opinión, entre otras cuestiones y matices, en ningún modo resulta deseable ni admisible la posibilidad de creación de una policía internáutica que, para llevar a cabo la tarea antes mencionada, tenga potestad al margen del poder judicial para intervenir tus comunicaciones, cuestión ineludible si se pretende determinar la existencia de una posible irregularidad.

Pero quizá entiendo mucho mejor las motivaciones que respaldan lo que propone dicho anteproyecto de ley.

Vivimos en un país de cínicos, jetas e hipócritas. Si partimos de la base de que el 85% —con mucha suerte— de los que postulan en contra de los derechos de autor y a favor de la libre circulación de contenidos culturales, a) no se ha leído la Ley de Propiedad Intelectual y no tiene ni idea de lo que argumenta/defiende/comenta —algo tan sencillo de subsanar como pinchar aquí y emplear quince minutos de tu tiempo—; b) su estrechez de miras le hace considerar «artista» (de cara a argumentar el que «se ganen la vida dando conciertos y no chupando del bote») sólo a aquél con capacidad de hacer galas en público obviando la labor de compositores, músicos de estudio, letristas, poetas o escritores —no olvidemos la que se avecina con el ebook. Por desgracia, yo ya no tengo edad para ir por los pueblos llenando estadios para leer en alta voz los capítulos de mi última novela— y c) equipara las ganancias y beneficios de un colectivo de más de 30.000 personas a las del 1% de sus integrantes —Alejandro Sanz, Miguel Bosé, Bisbal, Bustamante y tres más—, cualquier debate sobre este asunto resulta yermo y estéril. Y lo será por mucho tiempo.

Porque acogerse a la ley es fácil. Para eso está. Lo que no resulta honesto es acogerse sólo a aquella parte de la ley que nos conviene. Si alguien, para evitar la acción de la justicia, alude a que la ley reconoce el sacrosanto y manido Derecho a la Copia Privada —cuestión muy cierta, pero muy matizable, que no todo el campo es orégano. Si 50 amiguetes ejercemos nuestro derecho a la copia privada y para ello empleamos un CD comprado por otro amigo en el top manta o cualquier otro lugar de origen ilícito, los 51 estaremos cometiendo una irregularidad, se pongan como se pongan los apóstoles de la libre cultura. En caso contrario, la cuestión se llamaría técnicamente blanqueo de copia pirata— y luego argumenta, por poner un ejemplo, que el Canon por Copia Privada es una medida punitiva que vulnera su presunción de inocencia, resulta evidente que no se ha leído la LPI, habla de oídas y no tiene ni idea de la sarta de tonterías que está diciendo. O eso o es un cínico consumado. Y en este país son legión. No hay más que darse una vuelta por foros y blogs.

No es de recibo cobijarse tras el reconocible abuso de la industria cultural y la voracidad de una entidad de gestión de discutible existencia para propugnar el todo gratis y la libre distribución de contenidos culturales, situación que, de paso, obvia la justa y necesaria compensación al autor. «No es esto», que decía el maestro Ortega y Gasset. El río revuelto, el mezclar churras con merinas y los totum revolutum jamás albergaron la eficacia deseada.

En cualquier caso, normativas y leyes aparte, desde el mismo momento en el que cualquier persona, empleando el argumento que sea, cree tener más derecho que el propio autor a determinar cómo y de qué manera debe gestionarse el fruto de meses de su esfuerzo y su trabajo, desde ese mismo momento, adolecemos de un serio problema.

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miércoles, 2 de diciembre de 2009

These colours don't run

La noche en la que Iron Maiden tocaron como nunca. O cómo uno de los momentos más vergonzosos de la música rock se convirtió en algo épico.

El Ozzfest es un festival anual de música rock que se celebra en Estados Unidos —y, ocasionalmente, en Europa— desde 1996. Surgió a raíz de la negativa de los organizadores del festival de Lollapalooza de incluir en la edición de ese año la participación del músico Ozzy Osbourne (por motivos nunca aclarados del todo). Como desagravio, Sharon Osbourne, esposa del mencionado músico, y su hijo Jack decidieron organizar su propio festival paralelo obteniendo una respuesta tan positiva por parte del público que les llevó a convertir el Ozzfest en una cita anual.

En la edición del año 2005, uno de los principales invitados y cabeza de cartel del Ozzfest es el grupo británico Iron Maiden. Pocos días antes de la celebración del festival, Bruce Dickinson, cantante y frontman de la banda, se descolgó con unas declaraciones quizá poco afortunadas en uno de los medios para el que fue entrevistado. Las declaraciones versaban sobre la participación de la familia Osbourne en un popular reality show (The Osbournes) auspiciado por la cadena MTV y se refería a dicha participación con palabras despectivas calificando el espectáculo poco menos que de «circo estúpido y bochornoso». Como es de suponer, las declaraciones de Dickinson no cayeron muy bien en el entorno de la familia Osbourne, a la postre, organizadores del Ozzfest.

El conflicto parecía servido.

El 20 de agosto de 2005, pocas horas antes de la actuación de Iron Maiden, Sharon Osbourne, en compañía de su hija Kelly, convoca a una serie de amigos cercanos a Ozzy Osbourne (los miembros del grupo Black Label Society y alguno más) y los insta a boicotear el espectáculo de los británicos. Se arman con docenas de huevos, cubitos de hielo y tapones de botellas y al más puro estilo mafioso —desplazando de su sitio a algunos de los asistentes que llevaban allí esperando durante horas para coger los mejores puestos— hacen uso de sus pases de backstage para ocupar las primeras filas del pit, las más próximas al escenario.

El show da comienzo en torno a las 22:00. Ajenos a la encerrona, el grupo Iron Maiden arranca su actuación con el tema Murders in the rue Morgue. Nada más comenzar, una lluvia de huevos, vasos de cerveza y escupitajos cae sobre ellos mientras un imbécil apodado «Big Dave», perteneciente al círculo más íntimo de los Osbourne y que suele ejercer como presentador y maestro de ceremonias de los conciertos de Ozzy y de la Black Label Society, se dirige a la mesa de sonido, desenchufa los cables que surten de electricidad al escenario y comienza a berrear por megafonía coreando el grito de «¡Ozzy, Ozzy!». La primera en la frente. Una vez restablecido el fluido eléctrico, Iron Maiden trata de hacer caso omiso a la provocación y continuar con el show, pero se les nota tensos, furiosos por la falta de seriedad y profesionalidad de la propia organización. Arrancan con su segundo tema, el emblemático The Trooper y, como viene siendo habitual, Dickinson interpreta el tema vestido de soldado de caballería británico mientras ondea la bandera de la Union Jack, una puesta en escena acorde con la letra de la canción y que la banda ha venido practicando durante los últimos quince años. Desde el grupo de personas más cercano al escenario arrecian los abucheos y alguien del círculo de Ozzy salta al escenario enarbolando una bandera americana y las palabras Don't fuck with Ozzy garabateadas en su pecho desnudo. El servicio de seguridad de los Maiden lo reduce de inmediato y lo expulsa del escenario. La lluvia de huevos arrecia y el incidente termina por hacer explotar a un indignadísimo Dickinson que desde el escenario grita «Bastards!, this is the fucking british flag and these colours don't run» (proféticas palabras que, a posteriori, darían lugar al título de un tema de su siguiente álbum).


Durante el resto de la actuación, el fluido eléctrico se interrumpirá hasta seis veces más con el consiguiente cabreo de los músicos y del respetable, que no sólo no está disfrutando del espectáculo por el que ha pagado sino que, además, va haciéndose cada vez más consciente del esfuerzo de la banda por entregar, en una alarde de profesionalidad bien entendida —y algo de mala hostia, a qué negarlo— lo mejor de sí mismos. A cada nueva provocación, la banda responde con una descarga de música y rabia. Tocan como posesos, como demonios enloquecidos, volcando toda la rabia que los invade en la interpretación de los temas. Esa noche, la furia les hace sentirse pletóricos. Los solos de guitarra suenan como nunca. La voz de Dickinson se funde con el sonido de los instrumentos como si formase parte de ellos. Terminada la canción Hallowed by thy name y antes de encarar el siguiente tema, la organización les comunica que deben terminar su actuación ya que la extensión de su show ha sido reducida a 55 minutos. Dickinson, visiblemente cabreado, toma la palabra para dirigirse de nuevo al público. «They were supposed to play a shorter set than normal today, and only play 55 minutes, but Iron Maiden can't drive 55, or play 55, and we are going to play our whole fucking set tonight.». Sus palabras arrancan un rugido de aprobación en la audiencia


Inician la recta final del show. Tocan cuatro temas más bajo continuos apagones e interrupciones de electricidad. A cada nuevo corte abordan el siguiente tema sin saltarse un solo compás. Con cada interrupción el grupo se muestra más y más excelente, tocando cada canción con una rabia y una pasión asombrosas. Durante alguno de los cortes de fluido eléctrico, 40.000 voces corean, desde el punto interrumpido, la canción que estaba sonando en ese momento, ayudando con ello al grupo a completar el tema bajo la mirada agradecida y emocionada de los músicos. Terminado el concierto, Dickinson agradece a los «verdaderos fans» su apoyo incondicional y su modélico comportamiento durante el espectáculo, asegurando que si han aguantado «toda la mierda de esa noche» ha sido sólo por ellos. Sus palabras son recibidas con un atronador aplauso. Alguien cercano a la organización, a través de la megafonía, comienza de nuevo a gritar las palabras «¡Ozzy, Ozzy!». Su voz es sepultada por la de miles de asistentes que corean a voz en grito «¡Maiden, Maiden!». El grupo apenas ha abandonado el escenario cuando Sharon Osbourne entra en escena, recoge el micrófono y declara su agradecimiento a la banda Iron Maiden diciendo que son una banda fantástica, pero comete el error de apostillar que «Bruce Dickinson is a prick». No le da tiempo a decir nada más. Los asistentes rugen de furia y un mar de abucheos ahoga cualquier otra declaración, obligando a Sharon Osbourne a abandonar el escenario a la carrera entre lanzamientos de vasos de cerveza y distintos apelativos de los cuales el mas suave es «dirty bitch».

Según las palabras de un crítico musical presente en el concierto, «ha sido el concierto más memorable y, a su vez, el espectáculo más lamentable que he tenido ocasión de presenciar a lo largo de mis veinte años de profesión».

Solo cabe añadir que, tras la actuación de Iron Maiden le llegó el turno a Black Sabbath, el grupo de Ozzy Osbourne. El público comenzó a desalojar el pabellón en masa, incluyendo gente que prácticamente había acudido para asistir a la actuación de Black Sabbath. De los 40.000 asistentes iniciales quedaron menos de la mitad.


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