(c) fotos: Mar Cejas
Miércoles, 17 de septiembre. 11:30 de la mañana. Se ultiman los preparativos para la presentación a los medios de prensa de
El documento Saldaña. ¿El lugar? La sala de exposiciones del Metro de Madrid, ubicada en la estación de Retiro. Según me cuentan, soy pionero. Es la primera vez que se presenta una novela en las instalaciones de la red de Metro de Madrid. Paseo por el andén adyacente echando un vistazo a todo el montaje. La gente de Planeta ha hecho un trabajo perfecto.
Laura, en su puesto, coordinando como una jabata mientras
Lola,
Puri y yo, en la calle, apuramos el último cigarrillo y comentamos la situación. A pesar del mimo y el cuidado puesto hasta en el menor de los detalles, no puedo evitar sentir una leve sensación de vértigo en la boca del estómago. Algo intangible pero furiosamente presente. Espero que todo salga según lo previsto. Los amigos comienzan a hacer acto de presencia.
Juan, como un clavo,
semper fidelis, llega el primero. Allí está, intentando darme ánimos. Y lo consigue. A ratos. No es culpa suya, sino mía y de mis nervios. Después llegan
Irene Mora,
Cristina,
Guzmán,
Miriam,
Miguel Ángel Mendo,
Elena...y alguien que venía con
Miriam y de quien lamento profundamente no recordar el nombre (¿
Bea?). La hora de comienzo del acto se acerca. Cuento con la colaboración de un presentador de lujo —y un lujo de presentador— dispuesto, como siempre, a echar una mano y poner todo de su parte para animar el cotarro:
Lorenzo Silva. Llega de viaje esa misma mañana y todos rezamos para que no le surja ningún contratiempo.
En estas que llega
Puebla, el gran
Puebla, el
old fellow Javier Puebla. Le agradezco su presencia con un fuerte y sentido abrazo. Las doce. Y el introductor sin llegar. Los medios ya han tomado sus respectivos lugares y allí estoy yo, a punto de convertirme en protagonista de una película de
Almodovar (al borde de un ataque de nervios). A las doce y diez,
Lorenzo hace acto de presencia y todos suspiramos tranquilos —yo el que más—. No porque dudase en ningún momento ni de él ni de su inquebrantable voluntad sino que los imponderables son muy malos. Comienza el acto. Habla
Puri, la editora. Poco más que una rueda de agradecimientos y, acto seguido, toma la palabra
Lorenzo. Comienza a hablar de mí y de mi carrera literaria —que él conoce desde mis primeros balbuceos— y mi rostro adquiere una variada gama de tonalidades que oscilan desde el blanco al rojo ante las constantes alabanzas. Conversa durante unos diez minutos, desgranando las bondades de
El documento Saldaña. Al término de su intervención, casi preferiría dar el acto por terminado y a casita. Tengo la férrea impresión de que nada de lo que diga o cuente puede superar en elocuencia y en interés a lo dicho por el presentador. Tomo el micrófono y cuento algunos detalles más acerca de la novela. El rostro de los periodistas congregados es bastante expresivo. Parece interesarles de veras el asunto. Al término de mi intervención, los medios allí convocados toman la palabra para hacer una ronda de preguntas. Me agrada el interés despertado.
Puebla, que estaba allí como periodista y como amigo, acude en mi ayuda interviniendo de forma precisa y con las preguntas justas para que me luzca un poco. Es amigo como ya he dicho. Comienzo a relajarme mientras respondo una tras otra a las dudas surgidas. El acto termina en torno a las 12:45 y nos dirigimos con buen ánimo hacia el servicio de
catering que ofrece canapés y bebidas a discreción. En un aparte, respondo a las preguntas de un par de medios. Y todo termina. Tal y cómo había empezado. Tal y cómo estaba previsto. Con la ilusión intacta a la que añadir una agradable y relajante sensación de tranquilidad. Esto funciona.