Mentiras completas y verdades a medias



miércoles, 29 de octubre de 2008

Getafe Negro - la crónica

Terminó el festival de novela negra Getafe Negro, al parecer, con excelente éxito de asistencia, público y crítica. Mi presencia se limitó a acudir el pasado sábado, día en el que estaba convocado para participar en una mesa redonda sobre Madrid como escenario literario de novela negra. Aunque la cita era a las cuatro de la tarde, me dejé caer por Getafe desde por la mañana para encontrarme con viejos amigos, saludar a algunos nuevos y asistir a varios de los actos previstos. Sobre la una y media, el grandioso —literalmente— David G. Panadero acudió acompañado de Carlos Salem, un tipo cojonudo, amable y cordial, para presentar la revista Prótesis. Junto a ellos venía Pablo Mazo, editor de la interesante editorial Salto de Página. El acto, emitido por Radio Getafe, quedó bastante aparente. Durante el mismo, fueron apareciendo por allí Alejandro M. Gallo —estupendo conversador y autor de las peripecias del atípico e interesante inspector Da Costa—, Lorenzo Silva, la encantadora Cristina Macía, el entrañable Juan Escarlatti y José Ramón, coordinador de la asociación NOVELPOL.

[Lo más negro de Getafe]

Tras el acto, como no podía ser de otra manera, acudimos raudos a acodarnos a la barra del bar más próximo. Tras unas rondas, en torno a las tres de la tarde, apareció por el lugar Andrés Pérez Dominguez con el que esa tarde compartía mesa redonda. Tipo sencillo y cercano donde los haya, hasta ese día apenas habíamos intercambiado unos pocos correos, pero, tras saludarnos y presentarnos formalmente, parecía como si nos conociésemos de toda la vida. Tras un rato de charla y la aparición de Victor Fernández Correas —autor de la estupenda La conspiración de Yuste y que acudía al evento no como participante sino como asistente—, nos encaminamos hacia el centro cultural donde estaba previsto el acto. Durante el trayecto nos encontramos con my dear old fellow Javier Puebla. Pasadas las cuatro de la tarde y con una asistencia de público superior a la esperada dadas las horas, más propicias para sobremesa y reposo, tomamos asiento Pérez Dominguez, Puebla, Eugenia Rico y un servidor para dar comienzo a la charla. Moderaba Mavi Doñate. ¿La charla? Bien. Estuvo bien. Digámoslo así. Hubiese dado más juego —y resultado bastante más edificante— si alguno de los participantes —no daré nombres. Mis labios están sellados— no se hubiese empeñado en refrendar continua y reiteradamente su misma mismidad. Pero el acto valió la pena.

[Preparados, listos, ya...]

[En el fragor de la batalla]

[Haciendo como que presto atención a Andrés]

Asistió también un saleroso comité de representación del foro de lectores Ábretelibro, con quien estuve charlando y firmando algunos ejemplares. El siguiente acto programado contaba con la presencia de José Carlos Somoza, Lorenzo Silva, Fernando Marías y Chavi Azpeitia. El evento se centró en ese delirante descubrimiento de Marías llamado La Corporación —eje central de su novela Esta noche moriré— y fue, con diferencia, el acto más divertido de todos los convocados para esa tarde, centrando su contenido en los turbios manejos de La Corporación y en cómo estos influenciaban día tras día el entorno de la cultura y el arte hasta en los actos más triviales en apariencia.

[La Corporación nos acecha]

Posteriormente, el centro cultural acogió una mesa compuesta por Silva —que esa tarde hizo doblete—, el comisario José María Deira —encantador y educado, un autentico caballero en el sentido más literal del término—, el actor Tito Valverde —cordial y cercano— y Alejandro M. Gallo para hablar de las diferentes perspectivas entre el policía real y el de ficción. Moderaba David Barba.

[Entre policías anda el juego]

Acabada la ronda de eventos de esa tarde, tocaba descanso. Terminamos recalando en grupo en un local llamado DeOlvido en cuya terraza, en torno a unas cervezas y unos pinchos, muchos de los anteriormente mencionados y algunos de sus acompañantes prolongamos la amena y distendida conversación todo lo que ésta dio de sí hasta que el frío, más que el sueño, obligó a levantar el campamento.

Nada más que añadir. Así fue y así lo hemos contado.

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lunes, 27 de octubre de 2008

Prueba de ¿vida?

Leo en la prensa la noticia de la huida de Oscar Lizcano, excongresista colombiano prisionero de las FARC desde hacía ocho años. Un nuevo éxito tras el rescate en fechas recientes de Ingrid Betancourt. Me alegro por ellos.

Cierro el periódico. Trato de imaginarme hasta donde me es posible sus circunstancias durante todo ese tiempo de cautiverio y tiemblo sólo con pensarlo. Sin familia, sin amigos, permanentemente inmerso en un entorno tan extraño como hostil. Ocho años de cautiverio, de soledad, de miedo, de incertidumbre, de vivir cada día como si fuese —y realmente puede ser— el último... Me pregunto cómo, en tan extremas circunstancias, puede evitarse que la voluntad y la lucidez de un ser humano terminen quebrándose como el más frágil de los cristales. Cómo, día tras día, noche tras noche, semana tras semana, mes tras mes, alguien puede ser capaz de salvaguardar el menor atisbo de esperanza y cordura. Cómo alguien puede ser capaz de seguir adelante cuando lo único que te rodea es el infierno más atroz: el de la incomunicación. De seguir adelante cuando tu existencia se reduce a vegetar, a subsistir, a soportar una inhumana muerte en vida, despojándote de todo aquello que te hace persona. Trato de imaginarme bajo una situación similar y, simplemente, no puedo.

Me alegro infinitamente por Lizcano y Betancourt. De veras. Pero lo auténticamente terrible es que aún quedan decenas de personas que continúan retenidas en manos de las FARC en idénticas condiciones. Viviendo ese mismo infierno. Día tras día.

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viernes, 24 de octubre de 2008

Arrepiéntete. Es gratis.

Sociopatas en el sentido más canónico del término —entendido como aquel comportamiento que rechaza cualquier clase de sentimiento empático hacia tus semejantes—, dos de los jóvenes que rociaron con líquido inflamable y prendieron fuego a Rosario Endrinal, una indigente que pernoctaba en el vestíbulo de una sucursal bancaria, han sido, al fin, juzgados y su caso, visto para sentencia. Ambos, en sus alegaciones finales, piden perdón. Declaran que se trató de una lamentable serie de circunstancias puntuales, que fue una única y estúpida locura cometida bajo la influencia del alcohol y que se les fue la mano cuando sólo pretendían molestar un poco. Pero la mano no se va si no la mueves en una determinada dirección. Fuentes cercanas a su entorno afirman que, de forma habitual, ambos inculpados solían insultar y vejar a todo mendigo que se cruzaba en su camino. Que lo grababan con la cámara de su móvil a modo de trofeo. Y que lo llevaban a cabo por el mero placer de hacerlo. Los dos individuos aseguran estar muy arrepentidos de sus actos y no me cabe la menor duda de ello. Estoy convencido de que están realmente arrepentidos del revuelo organizado, del lío en el que se han metido, de haber arruinado sus vidas, de haber mostrado a todo el mundo la autentica naturaleza que se esconde tras el monstruo que se aloja en su interior, pero... ¿están realmente arrepentidos de haber infligido dolor y causado la muerte a otro ser humano? Yo, sinceramente, albergo serias dudas de ello.

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miércoles, 22 de octubre de 2008

Rockin' over the world


Pura fachada. Mi virtuosismo es bastante más limitado que el que aparenta la imagen.

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sábado, 18 de octubre de 2008

Getafe Negro

Para descargar en formato PDF el programa oficial del festival Getafe Negro, pinchar aquí

Me permito recordarles que un servidor de ustedes comparecerá en una mesa redonda el sábado, 25 de octubre, a las 16:00, en inmejorable compañía: Javier Puebla, Andrés Pérez Dominguez y Eugenia Rico.

Actualización de última hora: Tras la mesa redonda se procederá a la firma de ejemplares de El documento Saldaña en la caseta de la librería Estudio en Escarlata, ubicada en las proximidades del Centro Municipal de Cultura

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viernes, 17 de octubre de 2008

Hijo del agobio

Llevo una semana de órdago. Como decía mi padre, «como puta por rastrojo». El lunes, entrevista para el programa Casa de América de Antena 3. Se difunde a través de Antena.Nova y del canal internacional. Al parecer, el reportaje sobre El documento Saldaña se emitirá dentro de un par de semanas. El miércoles, en uno de los escasos momentos de relax y antes de acudir a otra entrevista para la revista universitaria RedCampus, disfruté de una grata velada con Irene Mora, una excelente escritora que publica novela el año que viene y que, sin duda alguna, dará mucho que hablar. El jueves, tras otra charla-entrevista con el periodista David Yagüe, tuve ocasión de pasarme a saludar a la encantadora Marta Rivera de la Cruz y de conocer a Pablo Nuñez, autor de Las hijas del César, interesante novela de carácter histórico ambientada en la Galicia romana. Terminé la velada compartiendo tapas, copas, confidencias y amena conversación con David Torres. Todo ello sin olvidar la tertulia a ocho manos y cuatro bocas mantenida a instancias del diario Público —creo que se publica el próximo lunes— en la que tuve el placer de conversar y debatir sobre novela negra con Mercedes Castro, Ignacio del Valle y Eugenia Rico. Y la semana que viene, Getafe Negro. Yo no sé si van a durar mucho tiempo, pero, aun disfrutándolos como un enano, estos vaivenes están resultando agotadores.



A ver si este fin de semana puedo relajarme un poco.

En otro orden de cosas, El documento Saldaña está obteniendo una acogida excepcional. Las críticas recibidas, aunque tímidas y puntuales por el momento, son muy positivas. El libro está impecablemente distribuido, se puede encontrar prácticamente en cualquier punto de venta y, transcurridos cuarenta días desde su lanzamiento, los libreros no sólo lo siguen manteniendo en las mesas de novedades, indicativo de que se está vendiendo bien, sino que, en algunos centros, se encuentra entre los más vendidos —a la prueba fotográfica (gracias, Suzie) me remito. La foto ha sido tomada en La casa del libro de la Plaza de las Descalzas, en Madrid—. Supongo que no hará falta comentar mi estado de ánimo. Esa sonrisa estúpida que últimamente me acompaña a todas partes no termina de borrarse de mis labios.


Más cuestiones: novedades editoriales ineludibles. Por un lado, al fin tenemos entre nosotros la apasionante Tigre Manjatan de Javier Puebla. Novela largamente madurada, cocinada a fuego lento —como los mejores guisos— y ofrecida en su punto para ser devorada. Una delicia de novela, negra como el tizón. Por otro, la esperada nueva novela de Jerónimo Tristante, El tesoro de los Nazareos, No se dejen engañar por el aparente argumento. Nada de códigos secretos ni sectas misteriosas ni prioratos arcanos. Un thriller de aventuras en estado puro con su puntito esotérico —el justo e inevitable tratando de quién trata— y con una ambientación histórica como Dios manda. Y para acabar, una perla de propina: Corriente alterna, la última novela de Antonio Paniagua. Una obra atípica, transgresora, algo gamberra y con un trasfondo más inquietante de lo que aparenta su trama.

Buen fin de semana a todos.

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viernes, 10 de octubre de 2008

Otoño


Llueve. Más bien, diluvia. Nubes rebosantes de agua encapotan el cielo y lo visten de un color turbio y gris. Color ceniza. Triste, apagado. El otoño se deja sentir con fuerza dejando atrás, en la memoria, los cálidos días de verano. Otoño. Tiempo de expectativas y novedades. Auténtico arranque de un nuevo periodo, para mí mucho más preciso y contundente que el yugo impuesto por el formalismo del cambio de año. Nuevos proyectos. Nuevas visiones. Nuevas promesas.

Ayer estuve con el entrañable Nacho Fernández, de LITERATURAS.COM, que inicia nuevo proyecto: LITERALIA.TV. Un nuevo canal de televisión por Internet, un canal centrado en contenidos culturales donde la literatura tendrá una importante presencia. Estuvimos grabando una de las futuras emisiones de Basta de Letras, una serie de programas cuya base consistirá en un conjunto de minireportajes ficcionados sobre un autor y uno de sus libros. Ayer me tocó a mí y a El documento Saldaña y lo cierto es que nos lo pasamos de miedo. Nos quedó una cosa bastante divertida y algo alocada —made in Nacho—. Terminamos a las diez de la noche filmando en el Penthouse, la terraza del hotel Reina Victoria, en la plaza de Santa Ana. Como digo, muy loco. Y muy divertido. En breve, en sus pantallas. De ordenador.

Esta mañana, grabación para Telemadrid. Paseo por el Retiro narrando parte de los entresijos de El documento Saldaña. Mira que en todas las entrevistas pongo el mayor de los empeños en no desvelar nada relevante de la trama, pero los entrevistadores siempre van a tiro hecho. A las preguntas comprometedoras. Lo entiendo. Es complicado hablar sobre un libro aludiendo exclusivamente al sexo de los ángeles y sin incidir en su contenido. Resignación. Según me han comentado, se emitirá en el programa Buenos Días, Madrid un día de la semana que viene. No han podido concretarme fecha. «Depende del realizador y del resto de los contenidos», me han dicho. Por la tarde quedo a comer con Javier Vázquez Losada, excelente escritor de amplia trayectoria que en breve publica nueva novela. Disfrutamos de una estupenda mesa y una mejor sobremesa, acompañados de sendas copas y unos vegueros que tiembla el misterio. Mientras tanto, ensalzamos amigos y despellejamos enemigos, hablamos de proyectos, de novelas, acordamos futuras citas —si los cálculos no fallan, la próxima será en Getafe Negro donde sl sábado, 25 de octubre, comparto mesa redonda con mi old and unestimable fellow Javier Puebla, Eugenia Rico y Andrés Pérez Domínguez—. Y en esos derroteros nos enzarzamos hasta que la decencia —somos los últimos comensales que quedan en el restaurante y los camareros comienzan mirarnos con una cierta inquina— nos obliga a dejar la conversación para otro momento y marcharnos, no sin antes prometernos la conclusión de un par de proyectos que hemos dejado en el aire, entre el humo de los habanos.

Nuevos proyectos. Nuevas visiones. Nuevas promesas.

Veremos que nos depara el nuevo curso.

PS.- Sí, me he cortado las greñas. Ya tocaba.

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lunes, 6 de octubre de 2008

Crecimiento negativo

Domingo por la mañana. Suena el timbre de la puerta. Al otro lado del umbral aparece un hombre de edad madura, sobrepasada la cincuentena, que sostiene en las manos una carpeta con las tapas transparentes. De entre los papeles que porta destaca particularmente su documento nacional de identidad, ostentosamente visible. Frunzo el ceño. Ningún vendedor ni agente comercial va mostrando tal documento a modo de acreditación. El hombre me mira a la cara y traga saliva antes de comenzar a hablar. Se le ve algo apurado. En su rostro destella la derrota del que lo ha perdido todo y la resolución del que no le queda nada más que perder. Me pide disculpas por molestarme y me explica que pertenece a un grupo de empleados de una fábrica ubicada en un polígono cercano. La fábrica ha cerrado y ha declarado suspensión de pagos. Llevan seis meses sin cobrar, de litigio en litigio, tras los cuales el Fondo de Garantía Salarial ha decretado las indemnizaciones correspondientes. Extrae un documento de la carpeta, a todas luces auténtico, y me lo muestra junto con su DNI. Es la sentencia. En ella se reseñan las cantidades a percibir. Una auténtica miseria. Me cuenta que no sabe qué hacer, que con su edad lo tiene muy jodido para encontrar un nuevo trabajo y más con la que está cayendo, pero que el motivo de su visita es otro: hay familias de compañeros que están pasándolo realmente mal y entre todos han decidido hacer una «caja de resistencia» para socorrer a los más necesitados. Para ayudar a ello, sortean una mantelería y una colcha. Extrae un pequeño talonario y me ofrece comprar dos tiras de boletos. El número premiado será aquél que coincida con el del sorteo de la ONCE. Me pide, con humildad, que lo ayude y me agradece sinceramente el haberlo escuchado. Siento un nudo en la garganta. Me conmueve la resquebrajada dignidad que aquel hombre trata de sostener a duras penas. La situación me recuerda otras épocas, tiempos pretéritos de azar y necesidad en los que era común el encontrar en los trenes de cercanías a hombres y mujeres repartiendo entre los viajeros pequeños naipes que, en caso de coincidir con uno extraído al azar de una baraja mayor, obtendría como premio una figurita, un puñado de caramelos o un pequeño y estrambótico regalo. Medios de subsistencia precarios para tiempos precarios en los que la solidaridad, más allá de la ínfima recompensa que suponía erigirte en ganador del sorteo, era el único valor apelable. Tiempos duros. Tiempos perros.

Pero no. La consigna es que no estamos en crisis. Es una mera recesión técnica presidida por un periodo de crecimiento negativo.

La puta que los parió a todos.

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domingo, 5 de octubre de 2008

Mis mujeres


«A Chon, mi princesa»
(El hombre que mató a Durruti)

«A Marina, Jennifer y Carla. Tres bellezas de bandera»
(El documento Saldaña)

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El documento Saldaña - INTERECONOMIA TV



Breve reseña de El documento Saldaña emitida en INTERECONOMIA TV.

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Recuerdos

Durante el verano de 1987, por motivos que no vienen al caso, tuve la inmensa fortuna de realizar un viaje por la costa oeste de Estados Unidos. Un viaje iniciático en muchos aspectos. Los Ángeles, Monterrey, Santa Bárbara, San Francisco, Las Vegas... Recuerdo aquel viaje y sus anécdotas con mucho cariño. Yo era un pardillo de 17 años y muchas de aquellas vivencias me pillaban muy de nuevas. Recuerdo mi apuro y mi prurito frente a la posibilidad de tener que comunicarme en inglés, una lengua que no era la mía y que apenas chapurreaba, y mi gran sorpresa al comprobar cómo la cultura hispana estaba tan extendida e integrada en la zona hasta el punto de que en todos los lugares terminaban atendiéndome en español. Conservo entre los recovecos de mi memoria entrañables anécdotas al respecto. Recuerdo cómo no podía adquirir cerveza por motivos de edad —aún no tenía los 21— a pesar de consumirla de forma habitual y sin ningún tipo de pudor, trabas o prejuicio en mi país natal. Recuerdo mis esfuerzos por solicitar durante el desayuno un café con leche y un bollo y hacerlo a duras penas hasta que el camarero se percataba de mi origen y mis circunstancias y me espetaba con la mejor de sus sonrisas un «¿Qué desea tomar el señor?» en un castellano tan perfecto que me rompía los esquemas y el alma. Y aún conservo como el más preciado de los tesoros algo que adquirí durante ese viaje: mi gusto por la comida mejicana. Entendámonos. Nunca he estado en Méjico y la primera vez que me deleité con el sabor de la comida mejicana fue en un restaurante de Los Ángeles con lo que tampoco puedo afirmar que la auténtica comida oriunda de Méjico me encante. Pero lo que me vendieron como tal me entusiasmó —eso, la cerveza Coronita y el tequila reposado— hasta tal punto que, una vez de vuelta a España, no ceje en mi empeño hasta probar todos y cada uno de los restaurantes de Madrid en los que se servía ese tipo de gastronomía —que en aquella época (estamos hablando de 1987) tampoco eran tantos—. Tras probar uno tras otro durante un tiempo, al final terminé por encontrar mi propio grial. No podía asegurar que fuese la comida mejicana más «auténtica» pero sí que, de todas las probadas, fue la que más me satisfizo en cuanto a preparación, texturas y sabores. Un pequeño y acogedor restaurante en las inmediaciones de Plaza de España.

Y allí sigo acudiendo desde hace 20 años. Un lugar en el que me encuentro como en mi casa hasta el punto de que el jefe de mesas y yo, tras todo este tiempo, nos saludamos como viejos amigos. 20 años son muchos años. Y durante este tiempo, en aquel restaurante, he tenido ocasión de ver de todo. Desde el paso de personas de cierta fama —recuerdo a Constantino Romero comiendo en más de una ocasión en la mesa de al lado— hasta rupturas de pareja en plena cena. Y si, además de por su tranquilidad, su trato afable y su ambiente acogedor, hay algo por lo que me gusta particularmente ese lugar es porque su apariencia y su aroma permanece invariable con el paso de los años, haciéndome recordar aquellos momentos lejanos en los que aquel tipo de cocina era poco menos que una excentricidad, un placer para paladares avezados y yo, un petimetre con decenas de ilusiones en los bolsillos. Continúa haciéndome recordar un tiempo en el que yo era otro, en el que otras inquietudes muy distintas a las actuales perturbaban mi conciencia. Un tiempo en el que mis sueños se ceñían a aspectos tan peculiares como lejanos ya en el tiempo. Y, aparte de para continuar disfrutando de su excelente cocina, ese es uno de los principales motivos por el cual me gusta seguir acudiendo a aquel lugar: para, de tarde en tarde, recuperar parte de aquella esencia perdida. Para recuperar el espíritu de aquel joven atolondrado, estúpido y soñador que un día fui y al que, a cada día que pasa, me cuesta evocar en cualquier otro contexto. A aquel joven al que, en demasiadas ocasiones, me cuesta reconocer frente al espejo en el que me miro todas las mañanas. Y, por ese motivo, ruego a Dios para que ese lugar no cierre nunca. Que siga allí eternamente. O, al menos, que continúe abierto por mucho tiempo. Todo el necesario. Como digo, para poder recuperar parte de esa esencia ya perdida.

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viernes, 3 de octubre de 2008

El documento Saldaña - EL DISTRITO TV



Minireportaje emitido por EL DISTRITO TV sobre el acto de presentación de El documento Saldaña.

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jueves, 2 de octubre de 2008

Lectores que todo autor desearía tener

Resulta complicado de explicar. En cierta ocasión traté de hacerlo aquí. Siempre he desconfiado de los argumentos del escritor intimista y autosatisfecho, aquél que dice escribir para sí mismo a modo de válvula de escape y que el devenir de sus obras le importan menos que nada. Yo estoy convencido de que uno escribe para ser leído. En caso contrario, presupongo que no trataría de dejar constancia, de poner negro sobre blanco, aquello que pasa por su mente. Entiendo que le bastaría con imaginarlo. No lo sé. Nunca me ha ocurrido. Yo, cuando escribo, tengo perfectamente claro que me mueve el deseo de divertir, entretener, conmover y hacer soñar a otras personas. Y hacerlo con aquello que a mí me divierte, entretiene o conmueve. Por ese motivo, cuando uno pone una novela en la calle, no puede dejar de sentir una cierta incertidumbre, no por el hecho de si la novela se venderá o no, sino por saber si uno cumplirá su objetivo. Y por ese mismo motivo, uno siente un placer especial cuando, de una u otra manera, los lectores, aquellos a quien está destinado el resultado de tu esfuerzo y tu trabajo, te hacen saber su gusto. O su disgusto, que también es una opinión loable.

En este mismo blog, un par de entradas atrás, comentaba el placer obtenido ante la recepción de emails de lectores anónimos que no sólo han tenido la deferencia de adquirir y leer tu novela sino que, además, se han tomado la molestia de seguir tu pista en Internet, encontrar una dirección de contacto y hacerte llegar sus impresiones. Sean éstas positivas o negativas —o fifty-fifty—, el propio acto ya es digno de encomio y, desde aquí, vaya mi sincero agradecimiento hacia todos ellos. Pero, en ciertas ocasiones, uno tiene la suerte de encontrarse casos especialmente llamativos como el de un lector al que llamaré Andy —preservaré su anonimato ya que quizá no le agrade verse reflejado en estas líneas. En caso contrario, tiene los comentarios de este blog a su entera disposición—. Andy tuvo la generosidad de remitirme un extenso correo electrónico tras haber leído El documento Saldaña. En dicho correo, Andy no sólo me comentaba el placer que le había supuesto la lectura de mi novela sino que, además, se dedicaba a hacer, con precisión de cirujano, una profusa disección de la misma, de sus personajes, de sus motivaciones, de aquello que trascendía más allá del propio texto, resaltándome aspectos de mi propia novela que, aún siendo yo consciente de ellos, habían sido mostrados de una forma sutil y difusa. Acertadas y precisas referencias a conceptos que yo había volcado en el texto a modo de sustrato, de bagaje con el que acompañar la historia. Y Andy había logrado hallarlas una por una, enterradas entre las páginas del libro, y ponerlas de manifiesto en su correo. Andy no sólo había leído la novela. La había vivido. Y eso, para un autor, supone la mayor de las recompensas.

Tengo la inmensa fortuna de contar con lectores que todo autor desearía tener. No sé si la merezco o no. Pero sé que estoy eternamente agradecido por ello.

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