Mentiras completas y verdades a medias



jueves, 24 de febrero de 2011

Yo estuve allí

En estos días en los que se conmemora el fracaso del golpe de estado del 23-F resulta curioso comprobar, a raíz de las más variopintas declaraciones, que viene a ocurrir como cuando se habla de mayo del 68: todo el mundo estuvo allí y aportó su granito de arena. Y sí, en efecto. Muchos estuvieron allí. Desde diputados que se descalabraron al tirarse en plancha debajo del escaño —no me hagan decir nombres— hasta gente a la que, cuando se quiso contactar con ella, se la localizó en las cercanías de Perpignan a punto de pasar al otro lado de la frontera —mis labios están sellados—. Pero cuando ahora, treinta años después, se conversa con ellos rememorando las incidencias de aquél escabroso día resulta que no, que todos fueron muy coherentes, muy épicos y muy sacrificados. Muy conscientes y muy valerosos.

Ya.

Todo aquél que por aquella fecha era lo suficientemente adulto guarda memoria, su propia memoria, de lo que vió, contempló y sintió aquél fatídico día en el que, a poco que la asonada se hubiese organizado de una manera algo menos chapucera —«España y yo somos así, señora». Gracias a Dios—, hoy estaríamos todos marcando el paso de la oca. Y el del ganso. Muchos recuerdan sus miedos, que evocaban tiempos pretéritos no tan lejanos, y su estupor al constatar el frágil equilibrio en el que se movía España por aquél entonces. Y los que aún no lo éramos, adultos quiero decir, hemos contemplado después hasta la saciedad las distintas escenas que quedan como testimonio de aquel aciago día. Como las del interior del Congreso, grabadas gracias a periodistas y reporteros como Pedro Francisco Martín, Manuel Hernández de León o Manuel Pérez Barriopedro que esa noche —ahí tenemos a gente que sí se la jugó de verdad— desobedecieron la orden de los asaltantes de apagar sus cámaras y sus grabadoras. Y gracias a esas personas se conserva no sólo un invaluable documento histórico sino una indeleble muestra del verdadero temple de algunos de los que sí fueron auténticos protagonistas de esa jornada. De entre todas ellas, yo, a título personal, suelo quedarme con una en particular: la actuación del Teniente General Gutierrez Mellado. Aún hoy, treinta años después, resulta impresionante contemplar cómo aquel anciano general, fiel a la esencia de lo que era y lo que representaba, increpa a cara descubierta a los asaltantes armados con ametralladoras y les ordena que depongan su actitud y cómo, tras ser zarandeado por algunos de los guardias civiles presentes en el hemiciclo, es empujado por el canalla de Tejero que, pistola en mano, no es capaz de respetar ni rango militar, ni institución, ni edad. Y no resulta menos impresionante contemplar cómo, ante una tropelía tan indigna, el único que levanta un dedo para auxiliar al anciano militar es Adolfo Suarez, tan vituperado después. Junto con la resignada firmeza de Santiago Carrillo, convencido sin duda alguna que de allí no saldría con vida e imbuido por ello de una estoica dignidad, esas fueron realmente las únicas muestras de coraje que yo vi. Si hay unas imágenes que conservo en la memoria son esas. Por más que ahora muchos quieran reivindicar otras los que «allí estuvieron, arriesgando sus vidas por la libertad, por la democracia y por España».

Pues lo lamento. Me consta que los mencionados no fueron los únicos protagonistas. Que hubo muchos cuya labor en la sombra resultó, a la postre, tan inestimable como imprescindible. Y muchos que sí se la jugaron de verdad en el momento que hizo falta. Grandes historias en algunas ocasiones, pequeñas —pero no por ello menos trascendentes— en muchas otras.

Pero esas imágenes que ahora algunos pretenden vendernos yo ni las vi ni las he visto nunca.

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viernes, 18 de febrero de 2011

El rey que fue derrocado con la ayuda de la Guardia Civil

Consultando una documentación relacionada con un asunto que no viene al caso, tropiezo con una historia muy curiosa. Tanto como divertida. Es muy posible que alguno ya la conozca. Para los que no, me gustaría compartirla. Por si logro despertar una sonrisa con la que iniciar con buen pie el fin de semana.

En 1278, tras una serie de enconadas disputas territoriales entre el Conde de Foix y el obispo de Seo de Urgel, se firma en Lérida un tratado que, bajo el nombre de primer pariatge, convierte la región conocida hasta ese momento como Valles de Andorra en un principado y establece sobre el territorio un regimen de cosoberanía compartido por las figuras del rey de Francia y el obispo de Seo de Urgel. En 1288 dicha circunstancia es ratificada mediante un nuevo tratado conocido como segundo pariatge. Desde entonces, el régimen de cosoberanía se mantiene de manera formal, siendo el único cambio reseñable la sustitución de la figura del rey de Francia por la del presidente de la República Francesa. Desde el siglo XIII, aun con ciertas variaciones administrativas como la composición de un parlamento unicameral en 1866, Andorra se ha regido siempre bajo la figura de principado compartido.

A excepción de trece días de 1934.

El 8 julio de 1934, un antiguo noble ruso expulsado de su país durante la revolución de 1917 llamado Boris Skossyreff, un vivales sobre el que ya pesaban varias condenas por estafa y una expulsión de la isla de Mallorca, decide establecer motu proprio la monarquía en el principado y autoproclamarse monarca con el beneplácito del Consejo General, el órgano parlamentario de Andorra, al que el encantador de serpientes de Skossyerff, con su plan de convertir Andorra en un pequeño estado a imagen y semejanza de Mónaco, había prometido el oro y el moro en forma de inversiones extranjeras y atracción de capitales. El recién autocoronado Boris I de Andorra redacta una constitución y modifica sustancialmente el sistema de gobierno implantado en el principado. En estas, las noticias llegan a oídos del gobierno francés y del obispo de Seo de Urgel, cosoberanos del territorio desde tiempos inmemoriales. Sorprendentemente, el gobierno francés renuncia a tomar cualquier tipo de medida, desinteresándose por el asunto. Sin embargo, el obispo de Seo de Urgel manda un comunicado a Skossyreff diciéndole, grosso modo, que «se deje de hacer el canelo y que tonterías, las justas».

Y aquí comienza el sainete digno del más puro Berlanga.

Skossyreff, en su puesto de monarca recién estrenado, se ofende por la respuesta del obispo y decide declararle la guerra. El 21 de julio de 1934, por toda respuesta, el obispo se va para el cuartel de la Guardia Civil —que no era la actual y mucho menos la franquista, sino la de la República, pero era Guardia Civil al fin y al cabo— de Seo de Urgel y, haciendo valer su autoridad, se hace acompañar por un sargento y cuatro números y marcha en busca de Skossyreff con el fin de darle las suyas y las de un bombero. Imaginen la escena. Todo un señor monarca —que según ciertas fuentes en ese momento degustaba tranquilamente un té en batín y zapatillas— que ve llegar al sargento Romerales y a los cuatro picolos con toda su dotación, tricornio incluido, y que, al grito «¡Alto a la autoridad!» es detenido, engrilletado y puesto en custodia mientras sus aparentes súbditos, representados por el Consejo General allí presente en ese momento, miran para otro lado silbando con disimulo. A la orden de «tira p'alante, majestad» se lo llevan al cuartelillo de Seo de Urgel desde donde es trasladado a la mañana siguiente a Barcelona para ser puesto a disposición del juez, que lo juzgará de acuerdo con la Ley de Vagos y Maleantes vigente en la época. El 23 de julio es trasladado a Madrid para ingresar en la Cárcel Modelo. A su llegada se queja de maltrato y vejación por parte de las autoridad. No es que le hubiesen dado la del pulpo —el propio Skossyreff afirma que la Guardia Civil lo ha tratado con cierta corrección— sino que alega que le han hecho viajar a Madrid en un vagón de tercera, muy alejado de lo merecido por su rango de monarca de un país extranjero. Tras pasar un tiempo en la cárcel y en vista de que, en forma estricta, no ha cometido ningún delito en territorio español, es puesto en libertad con la orden de ser expulsado de inmediato del país. Skossyreff abandona España con destino a la vecina Portugal donde subsiste durante cuatro años pegando sablazos a diestra y siniestra a todo el que se deja y contando a todo el que quiere escucharle sus penas como monarca en el exilio.

En 1938 las autoridades francesas permiten a Skossyreff volver a pisar territorio francés. En febrero de 1939 se le interna, junto con centenares de combatienes exiliados de la Guerra Civil Española, en el campo disciplinario —reconvertido posteriormente en campo de concentración— de Rieucros sin que exista constancia ni de las causas ni de los cargos que se le imputan. Ahí se le pierde la pista para siempre. Algunas fuentes afirman que falleció en 1944. Otras, que sobrevivió hasta 1989 oculto en un pueblecito de Alemania.

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martes, 8 de febrero de 2011

Maestros

Los lectores estamos de enhorabuena. Un año después de la extraordinaria e inquietante El humo en la botella, Juan Ramón Biedma, ese monstruoso escritor —en el más amplio sentido del término—, regresa para regalarnos otra joya nacida de su peculiar universo literario. Antirresurrección. En esta ocasión la cosa va de zombies aunque, tratándose de quien se trata, sería justo precisar que es una novela de zombies de Biedma, con todo lo que ello supone y conlleva. Quien espere encontrar el imaginario habitual de este tipo de historias que vaya desechando la idea. Nada de referencias explicitas o veladas a una posible hecatombe que convierte a la gente en muertos andantes. Ninguna explicación sobre el proceso, mutación sufrida o su génesis. Nada de mundos postapocalípticos madmaxianos donde impera la ley de superviviente que vive y lucha en soledad deambulando por un medio hostil. Ni falta que hace, oiga. El ambicioso planteamiento que nos ofrece Biedma va mucho más allá al obviar —con excelente criterio me atrevería a decir— como eje de la trama el origen y la causa de los walking dead y centrarse en las posibilidades que plantea una sociedad en la que estos existen, sin más, de la misma manera que existen los funcionarios o los habilitados de clases pasivas. Una sociedad en la que los muertos vivientes, a modo de casta o grupo social, forman parte de ella y conviven con el resto de los ciudadanos, que sobrellevan como pueden sus peculiares modos y modismos y su machacona e insistente manía por comer carne humana. Un original planteamiento que me recuerda al de aquella película de los ochenta, Alienation, en la que lo trascendente de la historia no consistía en averiguar el motivo subyacente tras la visita de los alienígenas ni sus intenciones sino que jugaba de forma inteligente con el concepto de "Y una vez que están aquí, ¿qué?" tratando de mostrar el día a día de una sociedad compuesta por humanos y extraterrestres conviviendo en una armonía sólo aparente. En un planteamiento similar consiste el clarividente punto de partida de Antirresurrección. El Apocalípsis ha llegado y con él, los zombies. Bien. Y ahora, ¿qué?. Pues el ahora que Biedma trata de mostrarnos termina por ser una novela negropolicial ambientada en Sevilla, bastante canónica a pesar de las peculiaridades del contexto en el que se desarrolla, en la que sus dos protagonistas, un policía y una detective privado, personajes torturados made in Biedma como no podía ser de otro modo, luchan por esclarecer una serie de crímenes presuntamente cometidos por un homicida en serie, por combatir el delito imposible que supone la persecución de un criminal que asesina en una sociedad en la que una gran parte de sus integrantes ya están muertos. ¿Les he dicho ya que Biedma es genial?

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lunes, 7 de febrero de 2011

Frío en el infierno

Nos cruzamos por primera vez durante mi adolescencia, cuando yo iba de jevi que te pasas por la vida y él acababa de lanzar aquel compendio de eclécticas melodías hardrockeras mezcladas con pinceladas de música celta llamado Wild frontiers en el que destacaba con luz propia un tema en concreto, Over the hills.... Guitarrista incendiario, músico dominado más por la pasión que por la técnica aunque sabía hacer uso de un elegante virtuosismo cuando era preciso, lo cautivador y lo novedoso —al menos para mí en aquel momento— de su propuesta me hizo merodear alrededor de sus anteriores trabajos para terminar descubriendo en ellos interesantes andanzas junto a ese otro monstruo llamado Phil Lynott, obras cautivadoras como Black Rose o esa joya titulada Parisenne Walkways. Temas musicales en los que la guitarra eléctrica no sólo se encontraba más que presente sino que, en aquellas cálidas y milagrosas manos, se convertía en la dueña y señora de la escena al arrancar de sus cuerdas, imposibles, sostenidas y vibrantes notas que traspasaban de parte a parte. Después, su camino musical pareció diverger. Sin motivo ni relación aparente, el mío también lo fue haciendo. Él se encaminó hacia unas raíces de las que había mamado durante sus primeros pasos y yo me sumergí en esas mismas raíces para descubrirlas por vez primera. Blues. Qué hermosa palabra.

Y ya nada volvió a ser igual. Al menos para mí.

Ayer, a traición, me enteré de que había fallecido. Se encontraba aquí, en España. Creo que de vacaciones.

Triste cuando llega el tiempo en el que te haces consciente de que vas teniendo más tributos que rendir que personas vivas a las que admirar.

Abriguémonos. Hoy hace un día frío en el infierno...

Buen viaje, Gary.

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