Yo estuve allí
Ya.
Todo aquél que por aquella fecha era lo suficientemente adulto guarda memoria, su propia memoria, de lo que vió, contempló y sintió aquél fatídico día en el que, a poco que la asonada se hubiese organizado de una manera algo menos chapucera —«España y yo somos así, señora». Gracias a Dios—, hoy estaríamos todos marcando el paso de la oca. Y el del ganso. Muchos recuerdan sus miedos, que evocaban tiempos pretéritos no tan lejanos, y su estupor al constatar el frágil equilibrio en el que se movía España por aquél entonces. Y los que aún no lo éramos, adultos quiero decir, hemos contemplado después hasta la saciedad las distintas escenas que quedan como testimonio de aquel aciago día. Como las del interior del Congreso, grabadas gracias a periodistas y reporteros como Pedro Francisco Martín, Manuel Hernández de León o Manuel Pérez Barriopedro que esa noche —ahí tenemos a gente que sí se la jugó de verdad— desobedecieron la orden de los asaltantes de apagar sus cámaras y sus grabadoras. Y gracias a esas personas se conserva no sólo un invaluable documento histórico sino una indeleble muestra del verdadero temple de algunos de los que sí fueron auténticos protagonistas de esa jornada. De entre todas ellas, yo, a título personal, suelo quedarme con una en particular: la actuación del Teniente General Gutierrez Mellado. Aún hoy, treinta años después, resulta impresionante contemplar cómo aquel anciano general, fiel a la esencia de lo que era y lo que representaba, increpa a cara descubierta a los asaltantes armados con ametralladoras y les ordena que depongan su actitud y cómo, tras ser zarandeado por algunos de los guardias civiles presentes en el hemiciclo, es empujado por el canalla de Tejero que, pistola en mano, no es capaz de respetar ni rango militar, ni institución, ni edad. Y no resulta menos impresionante contemplar cómo, ante una tropelía tan indigna, el único que levanta un dedo para auxiliar al anciano militar es Adolfo Suarez, tan vituperado después. Junto con la resignada firmeza de Santiago Carrillo, convencido sin duda alguna que de allí no saldría con vida e imbuido por ello de una estoica dignidad, esas fueron realmente las únicas muestras de coraje que yo vi. Si hay unas imágenes que conservo en la memoria son esas. Por más que ahora muchos quieran reivindicar otras los que «allí estuvieron, arriesgando sus vidas por la libertad, por la democracia y por España».
Pues lo lamento. Me consta que los mencionados no fueron los únicos protagonistas. Que hubo muchos cuya labor en la sombra resultó, a la postre, tan inestimable como imprescindible. Y muchos que sí se la jugaron de verdad en el momento que hizo falta. Grandes historias en algunas ocasiones, pequeñas —pero no por ello menos trascendentes— en muchas otras.
Pero esas imágenes que ahora algunos pretenden vendernos yo ni las vi ni las he visto nunca.
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