Madrid, 16 de abril de 2009. Hotel Intercontinental. 14:00. Se celebró la presentación de la novela ganadora del premio Azorín 2009 —de cuyo fallo
ya dimos cumplida cuenta en este blog—,
El arte de perder de la escritora
Lola Beccaría. Amadrinaba el acto la encantadora
Ana García Siñeriz a quien me alegró volver a saludar. La velada, agradable. Muy agradable, a qué negarlo. Me tocó compartir mesa y mantel, entre otros, con la dicharachera
Carmen Ramírez, de Planeta, con
Adolfo García Ortega, con la siempre agradable
Ángela Vallvey, con
Marta Sanz... A mi derecha, el enorme —en múltiples sentidos—
Jorge Díaz y a mi izquierda,
Espido Freire, liberada de su sempiterna melena en un sorprendente y muy favorecedor cambio de
look. A la izquierda de
Espido,
Lucía Etxebarría. La comida, buena, y la conversación, jovial y bastante grata. El acto, interesante dentro de la tónica general de este tipo de eventos. Bastante emotivo. A
Lola Beccaría se le escaparon un par de lágrimas al hablar de su novela y de las circunstancias que influyeron en su concepción y contó un par de anécdotas bastante graciosas.
Ahora lo que toca es leer el libro que dicen que es bastante bueno.
Ahí van unas fotos del evento
Acabada la presentación,
Jorge y yo terminamos enredados hablando de literatura, libros y textos propios y ajenos. ¿Dónde? En efecto, en la barra del bar del hotel. ¿Dónde si no? Estupendo tipo, Jorge —¿Lo había dicho ya?—, y excepcional narrador. Sus
números del elefante es una excelente novela que permanecerá vigente durante mucho tiempo, no me cabe la menor duda. Tanto nos enredamos hablando de lo divino y lo humano que nos dieron las siete de la tarde.
Jorge tenía esa noche una cita con unos amigos con los que suele quedar a menudo para cenar y echar unas risas y me invitó a acompañarles. Acertada decisión la de aceptar. Tuve la ocasión de conocer al periodista
Ramón Ongil, a
Marina, a
Iraida —espero haberlo escrito bien—, a
Manu... También estaba por allí
Ana D'Atri, mi editora, y tuve la siempre grata oportunidad de saludar a mi estimado
Antonio Gómez Rufo al que hacía tiempo que no veía. Toda una maravillosa pandilla del golfos y cierrabares. Me lo pasé de miedo y me reí lo indecible. Tanto que seguramente repita en alguna de esas cenas ocasionales.
Al fin y al cabo, para algo tenía que servir la literatura, ¿no?.