Hace un par de días tuve ocasión de contemplar el primer capítulo de la serie
Sherlock, esa reinvención actualizada del clásico de
Conan Doyle producida por la BBC. Una serie aplaudida tanto por la crítica como por el público, mucho más atractiva y sugerente, según comentan, que el videoclip victoriano que hace cosa de un año pergeñó
Guy Ritchie —y que, a fuer de ser sinceros, a mí no me disgustó en exceso— con el
outsider de pastel de
Robert Downey Jr. a la cabeza.
Todavía estoy tratando de asimilar la sensación que, como holmesiano de pro que se destetó en literatura con los textos de Conan Doyle, me produjo la visión del capítulo de la BBC. Los holmesianos puros —o de aleación de alta pureza— solemos ser unos tipos bastante puñeteros, recalcitrantemente reacios a aceptar cualquier invento, pastiche o zarandaja ajena al estricto
Canon de Holmes que escribió Sir
Arthur. Pero, en este caso, no puedo dejar de reconocer que los creadores de la serie han hecho un trabajo extraordinario. Y reconocer también un admirable acierto en la labor de
casting, particularmente en el de ese Watson —algo mas joven y menos estirado de lo que se le supone en los textos de
Doyle— tan bien perfilado. Y aunque si bien es cierto que ver a Holmes manejar un teléfono móvil, escribir en un ordenador o gestionar una página web puede producir una cierta urticaria, no es menos cierto que tales elementos, junto con muchos otros matices, detalles y guiños, están introducidos en la trama de la historia de este primer capítulo —que no es más que una actualización de la archiconocida
A study in scarlet— de forma muy inteligente y en las dosis justas para que el conjunto no chirrié en exceso, manteniendo las formas de la iconografía holmesiana lo suficientemente fieles no sólo a las premisas del canon sino a matices y sutilezas de todo ese
universo Holmes que tanto y tanto han dado que hablar y especular —desde las heridas de guerra de Watson hasta la tempestuosa relación familiar entre Sherlock y su hermano Mycroft—. El Holmes actualizado maneja la conexión 3G de su móvil de la misma manera y con la misma inteligencia que su antecesor decimonónico empleaba las guías de ferrocarriles, los almanaques o los tratados de cenizas de cigarros. Pero es de justicia reconocer que los nuevos elementos se ponen al servicio de la historia de una forma tan precisa como acertada, sin forzar a que ésta se supedite a ellos. Y eso me gusta. Lo considero la esencia fundamental de ese acierto que aparenta esta nueva maquinación holmesiana.
Por otro lado —no todo iban a ser halagos—, según se va desarrollando el capítulo, se echa en falta la pérdida del enigmático y sugerente sabor victoriano que, en gran medida, forjó un elemento sustancial del encanto que hizo que muchos de nosotros nos enganchásemos a las aventuras del detective consultor. Pero, aún echándolo en falta, es de justicia reconocer que los creadores de la serie han suplido esa carencia con bastante buen hacer.
Pero por el momento sólo ha sido un capítulo. Seremos cautos. Que muchas veces las cosas se tuercen solas. O terminan de arreglarse. Veremos a ver