Autogestiónate tú
Hay días en los que las conversaciones en el Facebook dan de sí bastante más de lo que se espera de ellas.
El arranque surge como comentario de alguien en el muro de uno de mis contactos, la guapísima y simpar Cristina Fallarás. No es la primera vez que tengo ocasión de leer postulados de similar calado: la red como panacea del aspirante a creador, la autoedición de contenidos culturales (música, libros, poemas...) como solución idónea y, sobre todo, la autogestión pura de dichas creaciones como meta ineludible. «¿Será el futuro la autoedición, sin intermediarios? No lo descarto», apostilla alguien. Mi apreciada amiga, la escritora Empar Fernández, exhala un buffff... cuya intencionalidad capto a la primera. Porque pienso exactamente lo mismo que ella. Intervengo. Y explico que lo de la «libertad creativa plena y sin cortapisas. De tú a tú. Del creador al degustador cultural» que según y cómo y de aquella manera. Que el medio es cojonudo, en efecto, pero que conlleva las limitaciones que conlleva, más propias del usuario que del canal en sí mismo. Libertad absoluta, ¿para qué? ¿Para autoeditarte y maquetarte tu propio libro? ¿Para autopromocionarte no dejando de visitar blogs, foros, webs y redes sociales hablando de tus textos? ¿Para tratar de no perderte en el marasmo de las miles personas que intentan hacer lo mismo que tú? Y para ello tendrás que ser un blogger de primera, un twittero de primera, un facebuquero de primera. Y congregar amigos. Y ser chisposo, dinámico y frecuente en tus exposiciones. Y poner los post, twits o entradas de muro más ingeniosas e interesantes y...
¿y cuando cojones te queda tiempo para escribir?
Hay cuestiones en las que prefiero ser un poco más esclavo, fíjate tú. Tanta libertad me mata.
Empar interviene de nuevo para poner sobre la mesa la analogía perfecta: el escritor-orquesta a modo de los antiguos hombres-orquesta que sostenían unos platillos entre las piernas, un bombo a la espalda y una armónica entre los labios y todo se lo guisaban ellos mismos. Y expone que ella no está segura de querer jugar a ese juego. Yo tengo claro que no, que no quiero jugar. Más que nada porque no puedo permitírmelo. El motivo es muy sencillo de explicar. Tengo la mala costumbre de comer caliente todos los días. Un mal vicio, lo sé. Para ello, para poner un plato de lentejas y pagar alguna que otra factura, en la actualidad trabajo de asalariado ocho horas diarias. Porque, salvo honrosas excepciones, el mundo de Las Letras te concede bastantes satisfacciones morales e intelectuales pero, en cash, para poco más que para sufragar un café. Y también tengo una vida fuera de mi trabajo y, además, una serie de obligaciones cuasi ineludibles (sociales, familiares, burocráticas...). Y por si fuera poco, me permito el extraordinario lujo de dormir seis horas diarias. Qué cerdo que soy, ¿verdad?. Desde que comencé en esta aventura de aspirar a juntaletras —y va ya para siete años—, todo el tiempo que he podido dedicarle al asunto, a) se lo he robado a mis horas de sueño; b) se lo he robado a mi mujer —lo que me hace sentir muy miserable en algunas ocasiones— o c) me lo he robado a mí mismo y a otras cuestiones a las que hubiese debido dedicarme. Y todo ello para sacar un mísero puñado de horas en las que poder pergeñar tres folios de cuando en cuando.
¿Que el actual contexto editorial es un sindios que se sostiene en precario porque no es capaz de saber de donde le llueven los golpes ante la que se le avecina? Totalmente de acuerdo. Pero, ¿pretenden hacerme crer que la solución pasa a día de hoy por renunciar a la posibilidad de que un agente literario, una editorial o ese corrupto sistema de tendencias de mercado literario que se come crudos a los niños me libre en cierta medida de semejante esclavitud a cambio del inmenso placer de abrazar la excelsa y plenipotenciaria libertad de autogestionarme? ¿De que dedique esas míseras horas que consigo arañar a tratar de ser el más guay, el más autogestionado, el más antisistema, el más independiente y el más conocido de la red de redes en lugar de dedicar ese tiempo y ese esfuerzo a escribir novelas como me gustaría?
Venga ya, hombre. Autogestiónate tú, que a mí me da la risa.
El arranque surge como comentario de alguien en el muro de uno de mis contactos, la guapísima y simpar Cristina Fallarás. No es la primera vez que tengo ocasión de leer postulados de similar calado: la red como panacea del aspirante a creador, la autoedición de contenidos culturales (música, libros, poemas...) como solución idónea y, sobre todo, la autogestión pura de dichas creaciones como meta ineludible. «¿Será el futuro la autoedición, sin intermediarios? No lo descarto», apostilla alguien. Mi apreciada amiga, la escritora Empar Fernández, exhala un buffff... cuya intencionalidad capto a la primera. Porque pienso exactamente lo mismo que ella. Intervengo. Y explico que lo de la «libertad creativa plena y sin cortapisas. De tú a tú. Del creador al degustador cultural» que según y cómo y de aquella manera. Que el medio es cojonudo, en efecto, pero que conlleva las limitaciones que conlleva, más propias del usuario que del canal en sí mismo. Libertad absoluta, ¿para qué? ¿Para autoeditarte y maquetarte tu propio libro? ¿Para autopromocionarte no dejando de visitar blogs, foros, webs y redes sociales hablando de tus textos? ¿Para tratar de no perderte en el marasmo de las miles personas que intentan hacer lo mismo que tú? Y para ello tendrás que ser un blogger de primera, un twittero de primera, un facebuquero de primera. Y congregar amigos. Y ser chisposo, dinámico y frecuente en tus exposiciones. Y poner los post, twits o entradas de muro más ingeniosas e interesantes y...
¿y cuando cojones te queda tiempo para escribir?
Hay cuestiones en las que prefiero ser un poco más esclavo, fíjate tú. Tanta libertad me mata.
Empar interviene de nuevo para poner sobre la mesa la analogía perfecta: el escritor-orquesta a modo de los antiguos hombres-orquesta que sostenían unos platillos entre las piernas, un bombo a la espalda y una armónica entre los labios y todo se lo guisaban ellos mismos. Y expone que ella no está segura de querer jugar a ese juego. Yo tengo claro que no, que no quiero jugar. Más que nada porque no puedo permitírmelo. El motivo es muy sencillo de explicar. Tengo la mala costumbre de comer caliente todos los días. Un mal vicio, lo sé. Para ello, para poner un plato de lentejas y pagar alguna que otra factura, en la actualidad trabajo de asalariado ocho horas diarias. Porque, salvo honrosas excepciones, el mundo de Las Letras te concede bastantes satisfacciones morales e intelectuales pero, en cash, para poco más que para sufragar un café. Y también tengo una vida fuera de mi trabajo y, además, una serie de obligaciones cuasi ineludibles (sociales, familiares, burocráticas...). Y por si fuera poco, me permito el extraordinario lujo de dormir seis horas diarias. Qué cerdo que soy, ¿verdad?. Desde que comencé en esta aventura de aspirar a juntaletras —y va ya para siete años—, todo el tiempo que he podido dedicarle al asunto, a) se lo he robado a mis horas de sueño; b) se lo he robado a mi mujer —lo que me hace sentir muy miserable en algunas ocasiones— o c) me lo he robado a mí mismo y a otras cuestiones a las que hubiese debido dedicarme. Y todo ello para sacar un mísero puñado de horas en las que poder pergeñar tres folios de cuando en cuando.
¿Que el actual contexto editorial es un sindios que se sostiene en precario porque no es capaz de saber de donde le llueven los golpes ante la que se le avecina? Totalmente de acuerdo. Pero, ¿pretenden hacerme crer que la solución pasa a día de hoy por renunciar a la posibilidad de que un agente literario, una editorial o ese corrupto sistema de tendencias de mercado literario que se come crudos a los niños me libre en cierta medida de semejante esclavitud a cambio del inmenso placer de abrazar la excelsa y plenipotenciaria libertad de autogestionarme? ¿De que dedique esas míseras horas que consigo arañar a tratar de ser el más guay, el más autogestionado, el más antisistema, el más independiente y el más conocido de la red de redes en lugar de dedicar ese tiempo y ese esfuerzo a escribir novelas como me gustaría?
Venga ya, hombre. Autogestiónate tú, que a mí me da la risa.
Etiquetas: Personal e intransferible
6 comentarios:
Por si lo dicho por Pedro fuera poco, que no lo es, corremos el peligro de convertirnos en unos plastas que dan la matraca continuamente con sus cosillas.
Tu entrada entraña muchas verdades. Creo que cada cual debe de dedicarse a lo que sabe: escritores, editores, libreros, responsables de márketing y demás. Bastante tiene el trabajo de escritor (que no sólo es escribir como la mayoría cree), como para tener también que preocuparte de las otras funciones mencionadas. No tengo nada en contra de los que quieran autogestionarse, autopublicarse u ocupar pisos (siempre y cuando no me ocupen el mío). Esto, como cualquier actividad en la vida, sólo es cuestión de trabajo. Un abrazo, Pedro.
Totalmente de acuerdo, querido amigo. Facebook y todo eso de las redes sociales está muy bien, y no digo yo que no sirvan para nada, porque mentiría, pero nuestro trabajo es crear, simplemente. Lo demás, depende, como casi todo en la vida, del azar.
Un abrazo,
Yo no entiendo de este mundillo, no soy escritora, sólo sé lo poco que sé por Antonia y cada día que pasa me voy dando cuenta que es muy complicado hacerse un hueco, muy complicado seguir adelante y muy complicado intentar que vuestro trabajo llegue a todo el mundo como debería, directo, sin complicaciones, limpio. Es una lástima que esto pase porque los lectores nos perdemos mucho y a muchos grandes escritores de los que disfrutar y me duele leer cierto tipo de cosas, me duele saber que las horas que dedicas tú y cualquier escritor como tú, no son recompensadas como deberían... termino diciendo que me alegra pertenecer a ese mundo de facebbok, gracias a el, he podido descubriros a muchos de vosotros :)
Habría mucho que hablar sobre esto.
Yo creo, en pocas palabras, que el mundo está cambiando y que acabará afectado también a la producción y distribución clásica de libros. Evidentemente, la autogestión total es una exageración, porque como tú dices no dejaría tiempo para la creación en sí, y es posible también que convirtiera en "escritores" a muchos que no tienen mayor mérito que publicitarse bien. Pero también es verdad que el sistema literario habitual, tal como hasta aquí ha estado concebido,sobre todo en tema de distribución, aun suponiéndole la mayor parcialidad y la mejor de las intenciones (que yo creo que no es así, pero esa es otra cuestión) no da ni mucho menos abasto para dar "salida" a gente que lo pudiera merecer. Siempre ha ocurrido así y el mundo está lleno de cajones con grandes novelas, pero ocurre que ahora seguramente hay más y encima la gente tiene la posibilidad de darles salida... y lo aprovecha.
Creo que durante mucho tiempo crecerá la autogestión, incluso puede que llegue a convivir casi en igualdad con la edición tradicional, pero de ahí a que la supere... ya lo veremos
No sabes hasta qué punto te entiendo. Sobre todo, en tu relación a, b y c.
Yo, por el momento, he decidido que no tengo tiempo para feisbu, ni tuite ni nada de eso; bastante tengo con la auto obligación de la bitácora. Un abrazo.
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