Mal cuerpo
Y sin disculparla, soy perfectamente capaz de comprender esa actitud. Y, en cierta medida, de ponerme en su lugar. Yo fui capaz de crear alguien así. Se llamaba Mihail Vassiliev.
Pero por mucho que trato de imaginar, me declaro absolutamente incapaz de llegar tan siquiera a una aproximación de lo que pasa por la cabeza de un individuo capaz de ejercer violencia sexual contra niños y gozar con ella. Evidentemente algún chip de su cabeza no funciona correctamente, pero asumo que, al igual que el psicópata, es perfectamente capaz de distinguir lo que está bien de lo que no. De no ser así, no tratarían de ejercer tales actividades con la más estricta cautela y secreto. Y tengo meridianamente claro que, no teniendo mermadas sus facultades y siendo consciente de lo que su actuación comporta, sus actos deben ser condenados con todo el peso de la ley. El mayor peso posible.
Hoy leo en la prensa que el Tribunal Supremo ha decidido reducir en trece años la sentencia a un acosador sexual conocido como Nanysex que se hizo tristemente popular a raíz de su detención hace unos cuatro años al descubrirse que abusaba de niños cuya edad oscilaba entre algunos meses y los dos años aprovechando su condición de cuidador de los mismos, es decir, de canguro. Heroica gesta. Lo sorprendente es que el juez basa su decisión de reducir la condena en el hecho de que en la sentencia previa se aplicó incorrectamente el agravante de “abuso de confianza”. Claro. Ese suele ser el principal motivo por el que dejas a tus hijos en manos de alguien. Porque no te inspira la menor confianza. Y debido a esa circunstancia, supuestamente lógica, legítima y entendible, Nanysex -no olvidemos que el amigo es reo convicto y confeso- ha podido ver reducida su condena en trece años.
Quizá sea yo el que no entienda de estas cuestiones. Quizá se me escape algún detalle que no logro abarcar, pero hay cosas que, leídas de mañana temprano, te revuelven el cuerpo de mala manera.
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