Ya está. Ya la he liado de nuevo. Por bocas. Eso es lo que soy: un bocas. Si ya me lo decía mi padre: «esa lengua que tienes te va a perder». Si es que me lo tengo merecido. ¿Quién me mandará a mí?
La otra tarde asistí a un encuentro con gente de esto de la pluma. Conocí a excelentes personas con ganas de enseñar a alguien que, como yo, aún le queda mucho por aprender. Ese es, para mí, uno de los aspectos más apreciados de este tipo de eventos: instruirse escuchando al que sabe de lo que habla. Entre los asistentes, en uno de los corrillos, se encontraba un reputado crítico, colaborador habitual de prensa escrita, departiendo a diestro y siniestro, pontificando para todo aquel que desease escucharle acerca de las bases de la literatura y la importancia de acogerse a ciertos cánones si lo que se deseaba hacer era «literatura de verdad» (sic). Lo más fatuo que he visto en mucho tiempo. A mí, que aún siento cierto respeto por los críticos, aquel imbécil me pareció un autentico pelanas cuya mayor virtud consistía en tratar de epatar al personal lanzando estrambotes sin sentido. Y a punto estaba de escabullirme de tan didáctica charla cuando el susodicho comenzó a comentar la obra de un determinado autor, llamémosle X, indicando que los textos de X estaban a años luz de la autentica Literatura y que su nivel literario era poco menos que burdo y deplorable. Y ahí fue donde me tocó la flor. Básicamente porque a X lo tengo por amigo y, sobre todo, porque su última novela se encuentra probablemente entre las diez mejores que he tenido ocasión de leer en los últimos cinco años. Con cierta animadversión le pregunté que en qué se basaba para emitir tal opinión. Me respondió que los textos de X eran insustanciales y facilones; que, aunque correctos desde una perspectiva gramatical y estilística, empleaba un lenguaje ramplón, exento de lirismo; que sus argumentos, excesivamente costumbristas, no albergaban trascendencia alguna y que estaban destinados al mero entretenimiento de masas. En su opinión, algo de tales características jamás podría ser considerado Literatura. Le hice notar que, aun no estando de acuerdo con sus apreciaciones sobre la obra de X y salvando las obvias distancias, las características mencionadas cuadraban perfectamente con las atribuidas en su momento a Dumas, Pérez Galdós y que, si me apuraba, podrían aplicársele incluso a parte de los textos de Shakespeare. ¿Estaba afirmando que las obras de los mencionados no eran Literatura? Sonrió con suficiencia y me dijo que por supuesto que no era eso lo que quería decir. Que a pesar de lo que en su momento se opinase de ellas, las obras de los mencionados se habían ganado un lugar por derecho propio en la Literatura por el mismo motivo por el que lo habían hecho, por ejemplo, Mozart o Beethoven en el ámbito de la música: por sus planteamientos innovadores, su novedosa técnica y su perdurabilidad y aceptación con el tiempo. Embotado por tanta gilipollez pomposa, le sugerí que, bajo esas premisas, deberíamos despreciar el trabajo de Led Zeppelin por componer esa nimiedad llamada Stairway to heaven, tan distante del Requiem de Mozart. O a Lynyrd Skynyrd porque su burdo Freebird se encontraba muy alejado de cualquier sinfonía de Beethoven.
Me contestó que, en efecto, así era. Que tales obritas jamás resistirían el paso del tiempo y acabarían perdiéndose en la nada.
Justo en ese momento lo mandé a tomar por culo. En alta voz y ante presencia de testigos.
Lo dicho. Soy un bocas.
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