Mentiras completas y verdades a medias



martes, 31 de agosto de 2010

Microrrelato

Nunca me he sentido particularmente cómodo en el ámbito del microrrelato. Es un territorio que me causa excesivo respeto. Todo el mundo puede escribir un texto breve, pero hay que ser realmente bueno para hacerlo bien. Pero, de cuando en cuando, algún benevolente amigo te dice que ese que has escrito es bastante potable y decide incluirlo en su excelente blog dedicado a las minificciones.

Perdónalo señor…
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Imposible fallar

Su ancestral enemistad les había llevado a enfrentarse en aquella locura perversa. Ruleta rusa non stop. Reglas extremas. Una única bala agazapada en el tambor de un revólver y una sucesión de rondas alternativas hasta dar con ella. Seis disparos máximo. Sólo uno de los dos contendientes saldría de allí con vida.

Tras el quinto intento, su adversario depositó el arma sobre la mesa al tiempo que esbozaba en sus labios una sonrisa triunfal. Jaque mate. El siguiente disparo sería el definitivo. Resultaba evidente quién había resultado vencedor. Con gesto desconcertado tomó el revólver, lo sostuvo entre las manos y lo observó como si aún no fuese capaz de creer lo que el Destino acababa de poner en ellas.

Para sorpresa de los presentes, alzó el revólver, apuntó hacia la cabeza de su contrincante y disparó.

La suerte había estado de su lado. En aquellas circunstancias resultaba imposible fallar.

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lunes, 30 de agosto de 2010

Ya estamos de vuelta (de todo)

Este año, la pausa estival del blog no se ha debido exclusivamente a motivos lúdicos. Por desgracia. Como dejaba intuir en la última entrada escrita a finales del mes de julio, una serie de «problemillas» domésticos me han mantenido alejado prácticamente de todo tipo de actividad. Literaria y de la otra. Felizmente y por fortuna, el momento de crisis parece haber pasado, el incidente se atajó como correspondía y todo parece volver a su cauce. Desde aquí me gustaría agradecer a todos los amigos que se acercaron a esta orilla y dejaron —algunos con conocimiento preciso de lo que ocurría, otros por intuición— un comentario y unas palabras de ánimo.

Bueno, pues eso. Que ya estamos de nuevo por aquí. Dispuestos a encarar con el final del verano el arranque de un nuevo periodo plagado de proyectos anhelados y buenas nuevas. Que, como todo hombre y mujer de bien sabe, el arranque de los nuevos proyectos y las puestas a cero de los cuentavueltas vitales nunca comienzan en enero sino en septiembre.

Que Dios nos coja confesados. Y que reparta suerte.

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domingo, 1 de agosto de 2010

Dolor

Nunca es demasiado tarde para que un perro viejo aprenda trucos nuevos aunque algunos descubrimientos resulten en ocasiones bastante desconcertantes. Como, por ejemplo, el descubrir a estas alturas del partido la paradoja de que, en determinadas circunstancias, el auténtico dolor, el más profundo y desgarrador dolor que uno puede llegar a sentir jamás, no siempre es propio.

Contemplar cómo un ser querido, alguien por quien muy probablemente, sin exageraciones ni quijotescas fabulaciones de cuentos de hadas, darías tu vida de ser necesario, gime de dolor durante horas hasta caer extenuado. Observar cómo la expresión de su faz se desgarra con cada punzada sin que tú puedas hacer nada por remediarlo salvo ahogar la sensación de impotencia que corroe tus entrañas so pena de volverte loco. Escuchar cómo sus gritos se clavan en tus sentidos hasta percibirlos en el interior de tu cabeza incluso en los escasos momentos de tregua. Comprobar cómo, minuto a minuto, su ánimo se quiebra, se deshace, se viene abajo entre lágrimas de desesperación, envuelto una situación cuya conclusión aparenta tan lenta, lejana e impredecible que llega a resultar eterna. Esa es, sin duda alguna, una de las mayores y más auténticas expresiones de dolor que pueden llegar a sentirse. Infinitamente mayor que algunas de las que se alojan en carne propia.

Pero ahora alzo la mirada y contemplo cómo, bajo el gotero atestado de calmantes que está suspendido sobre la cabecera de su cama, un escorzo de alivio se desdibuja en su adormecido rostro.

Y a mí ya me duele un poco menos.

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