Molinos y gigantes
Cuando escribes y lo haces para que otros te lean, existen varias premisas que, por una mera cuestión de higiene mental, deberían asumirse lo antes posible. Hay una de ellas en concreto que debería ser la primera en aceptarse. No se trata de la típica incertidumbre de si lo que haces tiene la calidad suficiente, de si la historia es lo bastante atrayente o de si posees lo recursos necesarios para llevar un texto a buen puerto de forma solvente. No. Se trata de algo tan obvio, tan elemental que casi causa rubor reparar en ello: la admisión de que, con independencia de su calidad, lo que escribes no tiene por qué gustarle a todo el mundo. El universo lector es de una diversidad tan rotunda que, simplemente, no puede ser de otra manera. Parece sencillo, ¿verdad? Casi de Perogrullo, ¿no? Pues resulta increíble comprobar cómo, a pesar de la simpleza del planteamiento, existe una amplia cantidad de autores que parecen no ser conscientes de tan ilustrativa máxima. Porque ya puedes ser Dostoievski redivivo o el último mindundi del taller literario al que asistes. Ya puedes haber escrito la nueva obra cumbre de la literatura mundial o el truño más infumable que hayan visto los tiempos. Independientemente de su valoración objetiva —sea eso lo que quiera Dios que sea—, lo que escribes, para bien o para mal, jamás contará con el favor unánime de todos sus lectores.
Ante tal circunstancia, hay autores que —retrancas aparte— se toman el asunto con la elegancia del sportman que siempre han sido, como es el caso de Lorenzo Silva y su excelente —sí, excelente. De los mejores Vilas de la saga— La estrategia del agua y hay otros que patalean, juran en arameo, reniegan por los rincones, lo asumen como una afrenta personal y prometen feroces venganzas —en este caso se entenderá que no mencione nombres, pero haberlos, haylos—. Autores que, creyendo vislumbrar odios, rencillas personales y contubernios varios, se empeñan en pelear contra gigantes que tan sólo son molinos. Bien es cierto que el hecho de que alguien manifieste de forma patente su disgusto ante el resultado de tu esfuerzo y tu trabajo de meses destroza el ánimo y que el que, además, al hacerlo, se ensañe de forma innecesaria tratando de ridiculizar ese trabajo molesta hasta un punto que va más allá de la simple mala leche, pero no existe ejercicio más auténtico que asumir que la cuestión forma parte del lance del juego. Que va con el oficio. Y que tu única opción consiste, al fin y al cabo, en continuar haciéndolo lo mejor posible. Porque tú no eliges a tus lectores. Son ellos los que te eligen a ti. Con todas las consecuencias.
Cualquier otra postura no servirá más que para hacerse mala sangre. Y hay ocasiones que ni siquiera lo merecen.
Ante tal circunstancia, hay autores que —retrancas aparte— se toman el asunto con la elegancia del sportman que siempre han sido, como es el caso de Lorenzo Silva y su excelente —sí, excelente. De los mejores Vilas de la saga— La estrategia del agua y hay otros que patalean, juran en arameo, reniegan por los rincones, lo asumen como una afrenta personal y prometen feroces venganzas —en este caso se entenderá que no mencione nombres, pero haberlos, haylos—. Autores que, creyendo vislumbrar odios, rencillas personales y contubernios varios, se empeñan en pelear contra gigantes que tan sólo son molinos. Bien es cierto que el hecho de que alguien manifieste de forma patente su disgusto ante el resultado de tu esfuerzo y tu trabajo de meses destroza el ánimo y que el que, además, al hacerlo, se ensañe de forma innecesaria tratando de ridiculizar ese trabajo molesta hasta un punto que va más allá de la simple mala leche, pero no existe ejercicio más auténtico que asumir que la cuestión forma parte del lance del juego. Que va con el oficio. Y que tu única opción consiste, al fin y al cabo, en continuar haciéndolo lo mejor posible. Porque tú no eliges a tus lectores. Son ellos los que te eligen a ti. Con todas las consecuencias.
Cualquier otra postura no servirá más que para hacerse mala sangre. Y hay ocasiones que ni siquiera lo merecen.
Etiquetas: Autores, Lectores, Libros, Literatura, Personal e intransferible
13 comentarios:
Totalmente de acuerdo, querido amigo. Uno ha de escribir lo mejor que pueda, y luego el que quiera que lo lea, y el que no, pues eso, que no lo lea. Es el lector el que elige al escritor, como dices, y no al revés.
Un abrazo,
Qué razón llevas, Pedro. Es cierto que el lector elige al escritor, como reitera Andrés. Pero lo cierto es que los que escribimos, lo hacemos con toda la ilusión y todo el cariño. Y cuando alguien dice que no le gusta, pues hombre, por poco ego que uno tenga, te hiere un poquito. Sin embargo, el escritor debe saber encajar todas las críticas. Lo bueno para los lectores es cuando la crítica te la hace otro escritor y tú le contestas, produciéndose a veces trifulcas que enriquecen el mundillo literario. Haberlas las ha habido y las sigue habiendo, desde Quevedo-Góngora hasta Reig-Reverte.
Leí lo de Lorenzo Silva y es admirable como encaja él las críticas.
Un abrazo.
La elegancia es lo que tiene: que se tienen o que no se tiene. Y en Lorenzo es congénita, tanto en su obra como en sus maneras (me gustaría conocer a la familia que ha dado un especimen de este calibre). Entendida la elegancia como la explica Pablo Fernández Christlieb:
“La etimología de elegante viene de elegir. Diríase que consiste en no notarse. Entonces de lo que se trata es que se note que no se nota. Así que la elegancia no es una manera de vestirse, sino una forma de pensamiento que se manifiesta sutil pero evidente, es una forma de pensamiento que aparece hasta en el vestido, es la decisión de no forzar y entrometerse, para cambiar una realidad queriéndola intervenir en la levedad cotidiana de la vida sosegada…”
“La elegancia es el ejercicio de la pertenencia en la vida que busca hacer lo que pueda, con lo que tienen, y hacerlo bien”
(“La Sociedad Mental”)
Mi querido amigo Pedro: GRACIAS.
Gracias por servirme de paño de lágrimas cuando fue preciso y, especialmente, por guiarme en estos vericuetos literarios.
¡Cuánta razón tenías! Y es completamente cierto. Cuando empiezas en esto, las críticas te sientan como una puñalada. Ver cómo tu trabajo se hace fosfatina por cualesquiera que sean los gustos, es lícito. Quien paga, manda. Otra cosa es que la crítica raye el insulto personal o el mal gusto, como bien dices, pero escribes por placer, porque te gusta. Porque quieres hacerlo. Nadie te obliga.
Lo mismo pasa con el lector. Quien te lee es porque así lo quiere. No conozco, por ahora, a ningún escritor que vaya a una librería con una pistola y amenace a los que allí se encuentren con matarlos si no compran su libro.
Por eso, y como bien dice el refrán: sobre gustos no hay nada escrito. Escribes porque te gusta. Y el lector te lee porque le gustas. ¿Que no le gustas? Mala suerte. La próxima vez trataré de hacerlo mejor para atraerlo de nuevo.
Gracias y perdón por el rollo, pero me ha salido del alma.
Estoy de acuerdo, es imposible gustar a todos los lectores. Como es imposible caer bien a todo el mundo por muy majo y buena persona que se sea. Y sí, el encajar o no las críticas, muchas veces es cuestión de elegancia, y Lorenzo la tiene. Un saludo.
Hay críticas que parecen más bien ataques directos al escritor, y escritores que se suben por las paredes si alguien osa hablar mal de su última obra maestra. La actitud de Lorenzo Silva es admirable y, desgraciadamente, poco habitual.
Un saludo
(Y también lo es la de José Luis Piquero.)
¿Ése quién es?
Es el que criticó la novela de Silva: mira en el enlace.
Es cierto que hay muchos escritores que no aceptan una crítica mala, y en general en todo ese munto literario hace falta un poco de sentido del humor. Conozco el caso de escritores que han amenazado a críticos con demandas y otros artefactos legales por evacuar una crítica negativa sobre sus libros. Por no hablar de los odios soterrados que circulan por aquel mundillo por una mala crítica que fulanito hizo a menganito hace veinte o treinta años, y desde la que no han vuelto a hablarse.
"Bacco" me sale como palabra de confirmación. Pues eso digo yo, que más Bacco y menos orgullos heridos
Sí, mucho mejor Piquero. Lo de Silva se nota que es una pose de perdonavidas (además de la falsa humildad, porque no deja de insistir en el éxito de la novela y en las excelentes críticas que recibió).
Lo importante para un escritor es escribir, lo segundo más importante es que te lean y que gustes o no, deja de ser importante, porque ya has pasado al primer punto; seguir escribiendo.
La obra cuando se imprime, sale al mundo, no es nuestra sino del público, así que a nosotros solo nos queda lo principal: seguir escribiendo
Es cuestión de perspectivas, anónimo. A mi me parece bastante más perdonavidas el tono prepotente de las reseñas que indica Silva en su enlace, mención a Jeena Jameson incluída, tan despectiva como desafortunada. Pero, como digo, es cuestión de perspectivas. Lo de la falsa humildad jamás lo he entendido. Mencionar que la novela recibió excelentes críticas siendo rigurosamente cierto, ¿es falsa humidad? Lo siento, debe ser que estoy de lunes, pero el razonamiento me pilla fuera de órbita.
PS.- no confundas retranca con soberbia. Nunca fueron lo mismo.
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