Yo estuve allí
En estos días en los que se conmemora el fracaso del golpe de estado del 23-F resulta curioso comprobar, a raíz de las más variopintas declaraciones, que viene a ocurrir como cuando se habla de mayo del 68: todo el mundo estuvo allí y aportó su granito de arena. Y sí, en efecto. Muchos estuvieron allí. Desde diputados que se descalabraron al tirarse en plancha debajo del escaño —no me hagan decir nombres— hasta gente a la que, cuando se quiso contactar con ella, se la localizó en las cercanías de Perpignan a punto de pasar al otro lado de la frontera —mis labios están sellados—. Pero cuando ahora, treinta años después, se conversa con ellos rememorando las incidencias de aquél escabroso día resulta que no, que todos fueron muy coherentes, muy épicos y muy sacrificados. Muy conscientes y muy valerosos.
Ya.
Todo aquél que por aquella fecha era lo suficientemente adulto guarda memoria, su propia memoria, de lo que vió, contempló y sintió aquél fatídico día en el que, a poco que la asonada se hubiese organizado de una manera algo menos chapucera —«España y yo somos así, señora». Gracias a Dios—, hoy estaríamos todos marcando el paso de la oca. Y el del ganso. Muchos recuerdan sus miedos, que evocaban tiempos pretéritos no tan lejanos, y su estupor al constatar el frágil equilibrio en el que se movía España por aquél entonces. Y los que aún no lo éramos, adultos quiero decir, hemos contemplado después hasta la saciedad las distintas escenas que quedan como testimonio de aquel aciago día. Como las del interior del Congreso, grabadas gracias a periodistas y reporteros como Pedro Francisco Martín, Manuel Hernández de León o Manuel Pérez Barriopedro que esa noche —ahí tenemos a gente que sí se la jugó de verdad— desobedecieron la orden de los asaltantes de apagar sus cámaras y sus grabadoras. Y gracias a esas personas se conserva no sólo un invaluable documento histórico sino una indeleble muestra del verdadero temple de algunos de los que sí fueron auténticos protagonistas de esa jornada. De entre todas ellas, yo, a título personal, suelo quedarme con una en particular: la actuación del Teniente General Gutierrez Mellado. Aún hoy, treinta años después, resulta impresionante contemplar cómo aquel anciano general, fiel a la esencia de lo que era y lo que representaba, increpa a cara descubierta a los asaltantes armados con ametralladoras y les ordena que depongan su actitud y cómo, tras ser zarandeado por algunos de los guardias civiles presentes en el hemiciclo, es empujado por el canalla de Tejero que, pistola en mano, no es capaz de respetar ni rango militar, ni institución, ni edad. Y no resulta menos impresionante contemplar cómo, ante una tropelía tan indigna, el único que levanta un dedo para auxiliar al anciano militar es Adolfo Suarez, tan vituperado después. Junto con la resignada firmeza de Santiago Carrillo, convencido sin duda alguna que de allí no saldría con vida e imbuido por ello de una estoica dignidad, esas fueron realmente las únicas muestras de coraje que yo vi. Si hay unas imágenes que conservo en la memoria son esas. Por más que ahora muchos quieran reivindicar otras los que «allí estuvieron, arriesgando sus vidas por la libertad, por la democracia y por España».
Pues lo lamento. Me consta que los mencionados no fueron los únicos protagonistas. Que hubo muchos cuya labor en la sombra resultó, a la postre, tan inestimable como imprescindible. Y muchos que sí se la jugaron de verdad en el momento que hizo falta. Grandes historias en algunas ocasiones, pequeñas —pero no por ello menos trascendentes— en muchas otras.
Pero esas imágenes que ahora algunos pretenden vendernos yo ni las vi ni las he visto nunca.
Ya.
Todo aquél que por aquella fecha era lo suficientemente adulto guarda memoria, su propia memoria, de lo que vió, contempló y sintió aquél fatídico día en el que, a poco que la asonada se hubiese organizado de una manera algo menos chapucera —«España y yo somos así, señora». Gracias a Dios—, hoy estaríamos todos marcando el paso de la oca. Y el del ganso. Muchos recuerdan sus miedos, que evocaban tiempos pretéritos no tan lejanos, y su estupor al constatar el frágil equilibrio en el que se movía España por aquél entonces. Y los que aún no lo éramos, adultos quiero decir, hemos contemplado después hasta la saciedad las distintas escenas que quedan como testimonio de aquel aciago día. Como las del interior del Congreso, grabadas gracias a periodistas y reporteros como Pedro Francisco Martín, Manuel Hernández de León o Manuel Pérez Barriopedro que esa noche —ahí tenemos a gente que sí se la jugó de verdad— desobedecieron la orden de los asaltantes de apagar sus cámaras y sus grabadoras. Y gracias a esas personas se conserva no sólo un invaluable documento histórico sino una indeleble muestra del verdadero temple de algunos de los que sí fueron auténticos protagonistas de esa jornada. De entre todas ellas, yo, a título personal, suelo quedarme con una en particular: la actuación del Teniente General Gutierrez Mellado. Aún hoy, treinta años después, resulta impresionante contemplar cómo aquel anciano general, fiel a la esencia de lo que era y lo que representaba, increpa a cara descubierta a los asaltantes armados con ametralladoras y les ordena que depongan su actitud y cómo, tras ser zarandeado por algunos de los guardias civiles presentes en el hemiciclo, es empujado por el canalla de Tejero que, pistola en mano, no es capaz de respetar ni rango militar, ni institución, ni edad. Y no resulta menos impresionante contemplar cómo, ante una tropelía tan indigna, el único que levanta un dedo para auxiliar al anciano militar es Adolfo Suarez, tan vituperado después. Junto con la resignada firmeza de Santiago Carrillo, convencido sin duda alguna que de allí no saldría con vida e imbuido por ello de una estoica dignidad, esas fueron realmente las únicas muestras de coraje que yo vi. Si hay unas imágenes que conservo en la memoria son esas. Por más que ahora muchos quieran reivindicar otras los que «allí estuvieron, arriesgando sus vidas por la libertad, por la democracia y por España».
Pues lo lamento. Me consta que los mencionados no fueron los únicos protagonistas. Que hubo muchos cuya labor en la sombra resultó, a la postre, tan inestimable como imprescindible. Y muchos que sí se la jugaron de verdad en el momento que hizo falta. Grandes historias en algunas ocasiones, pequeñas —pero no por ello menos trascendentes— en muchas otras.
Pero esas imágenes que ahora algunos pretenden vendernos yo ni las vi ni las he visto nunca.
Etiquetas: Historia, Políticos y gente de mal vivir
13 comentarios:
Esto es como todo, Pedro. Todos los que estuvieron allí se lo acoplan mentalmente como les ha sido más cómodo hacerlo, y luego lo sueltan como si fuera verdad.
Lo cierto es que las cámaras nos enseñaron lo que vimos. Y aún me sigue conmoviendo ver a Gutiérrez Mellado echándole un par y a Suárez ayudándole. Porque más bien fue un golpe de sainete visto con la perspectiva del tiempo. Pero entonces ellos no lo sabían.
Son fechas tan marcadas que al igual que en el 11-S o el 11-M, creo que todos sabíamos dónde estábamos y lo que hacíamos. Yo sólo tenía quince años. Y hacía los deberes mientras mi madre escuchaba a Elena Francis en la radio. Luego bajé a Mecanografía, pero el profe nos dijo que no había clase. Qué tiempos... No somos na.
ES curioso cómo se les llena la boca de libertades y heroicidades. Carmen Chacón ha llegado a decir que ella, con sus nueve añitos, se dedicó a empaquetar libros y documentos de su padre que intuía comprometedores. Yo, con los mismos años pero mucho más ingenuo o borrico, recuerdo que vi una película en la que Danny Kay hacía de boxeador.
Paco, la mayor parte de tu generación y la mía quizá no fue plenamente consciente de la trascendencia del hecho, pero creo que todos nos acordábamos de lo que estábamos haciendo ese día. Yo regresaba de la papelería de comprar unos recortables de figuras geométricas ( http://pictures.todocoleccion.net/tc/2009/01/02/11377660_2582406.jpg ) que nos habían mandado en clase de Pretecnología (AKA "trabajos manuales"). Y lo que jamás olvidaré será las caras de preocupación de mis padres ante el televisor.
Recuerdo perfectamente esa película en ese día, Gervasio. Yo también la vi. Y es que con 12 años poco más se podía hacer que intuir, por las reacciones de tus padres y, sobre todo, de tus abuelos que "algo raro se cocía". Yo fui consciente de lo que fue y, sobre todo, de lo que el golpe pudo ser muy a posteriori, cuando lo evalue bajo el prisma de alguien que entiende lo que analiza. Claro que, Chacón es mucha Chacón. Raro es que la Pajín, perejil de todas las salsas, no haya salido a la palestra para declarar que aunque ella era "prácticamente pequeñita" ( sic - http://videos.libertaddigital.tv/2010-09-27/pajin-no-habla-de-los-pagos-del-psoe-a-amedo-yo-era-practicamente-pequenita-ribMzIAxwXY.html ) esa noche luchó como una fiera por la libertad.
La estoica dignidad de Carrillo es la misma con la que ordenó los fusilamientos de Paracuellos.
La estoica dignidad de Carrillo es la del jugador que no le queda nada que perder. Pero incluso para manejarla correctamente en el momento adecuado hay que echarle pelotas. A Dios lo que es de Dios...
PS.- No existe constancia documental de esas órdenes que comentas, Javier. Es muy probable que no existiesen. De lo que no cabe ya la menor duda a estas alturas del partido es de que Carillo fuese culpable, sino por acción, cuanto menos por omisión. Y lo hubiese seguido siendo de no ser por la intervención de Melchor Rodriguez que logró su completa destitución como Consejero de Órden Público el 24 de diciembre de 1936.
PS2.- El personaje (Carrillo) no me cae particularmente simpático, pero me caen mucho menos las verdades sesgadas y las versiones partidistas de según qué hechos.
Estoy de acuerdo, Pedro. Pero tenerlos bien puestos en determinados momentos y según que personajes es algo que me impresiona más bien poco, me parece una cualidad que no tiene que con ver la altura moral de la persona en cuestión: pienso por ejemplo en todos los miembros de la resistencia francesa que luego fueron torturadores en Argelia.
Saludos.
Bueno, es famoso que hubo un periódico, por supuesto adalid de la democracia, que tenía preparadas dos portadas y dos editoriales en función de si triunfaba o no triunfaba el golpe, cada una de ellas con un sentido distinto y, por supuesto, conveniente
Pedro, me gustaría solicitarte algo en relación al instituto donde trabajo, pero los medios de contacto que ofreces en la web no me resultan hábiles de manejar para la petición. Mi correo es el siguiente, si quieres ponerte en contacto para dicha petición:
angelmarribas@gmail.com
Gracias. Saludos.
En efecto, Javier. Tenerlos bien puestos nada tiene que ver con la catadura moral. Como tantas y tantas otras cualidades. Se puede ser una persona muy inteligente, hábil calculador, fino estratega y socialmente cortés y aun a pesar de ello ser un auténtico hijo de puta. Aún así, la templanza y las pelotas en el momento en el que hay que demostrarlas a mí, desde un punto de vista estrictamente personal, siempre me ha parecido una cualidad diga de encomio. Provenga de quien provenga. Cuestión de opiniones.
Lo había oído, Miguel. Lo había oído.
Va un email, Angelus.
El que está debajo de Tejero, ¿no es el mismísimo José Bono?
Sí, es Bono, es difícil identificarle porque ahora tiene más pelo
Ahí le duele, por eso no acababa de situarlo.
Pedro, espero que te recuperes pronto.
Un fuerte abrazo,
Blanca
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