Fariseos y Robin Hoods
«¿Qué opinión te merecería el hecho de que un autor —musical, literario, audiovisual— desease difundir sus obras bajo licencia Copyleft o GNU y que, en contra de su voluntad, se viese obligado a hacerlo mediante licencia Copyright porque alguien ajeno a él estima que esa es la forma más optima y adecuada para todos?».
Ante el planteamiento arriba escrito, la respuesta de más del 95% de los encuestados termina confluyendo siempre en dos términos: intolerable e inadmisible. Lo curioso es que esa condena se diluye entre excusas y pretextos vagos cuando el planteamiento invierte sus términos y hablamos de un autor que desea difundir su obra bajo licencia Copyright y ésta termina siendo distribuida de forma libre —e incontrolada— aun en contra de su voluntad y con su manifiesta oposición.
El problema no son las descargas, ni la tecnología ni todas esas herramientas que contribuyen positivamente a la difusión libre y voluntaria —voluntaria es la palabra clave— de la Cultura. La libre cesión de una obra propia, como opción, resulta algo de lo más digno y plausible. El problema no es el canal. Es lo retorcido y viciado del mensaje. El problema es la ausencia de honestidad. Y de respeto hacia la potestad del autor para hacer, tanto en un sentido como en otro, lo que estime oportuno con su propia obra. Y que conste que entiendo perfectamente el trasfondo de la tradicional diatriba entre los autores defensores del Copyright y los adalides de las descargas libres. El auténtico. Aquél que, salvo a tres iluminaos que de verdad se creen lo que predican, impulsa a la gran mayoría de legitimadores de las descargas de contenidos con Copyright y que no es otro que, ante la posibilidad de disfrutar de un determinado recurso de forma gratuita o mediante pago, se escoge la opción menos gravosa, aun a costa de enajenar el trabajo y el esfuerzo de otro. Respetaría —y lo digo completamente en serio— a alguien que me dijese: «Soy un jeta, pero disfruto de una gran cantidad de opciones sin necesidad de pagar un duro por ellas y sin preocuparme el que con ello exista la más mínima posibilidad de perjudicar a terceros. Las descargas gratuitas(*) son lo mejor que se ha inventado desde el pan con chocolate». Y lo respetaría porque, a pesar de su equivocado —según mi criterio— planteamiento, refleja en sí mismo un mínimo poso de honestidad. Lo que de verdad me saca de mis casillas es esa corriente que busca legitimar lo indefendible a base de premisas espurias cuando no delirantes, insultando la inteligencia de su interlocutor. Me saca de mis casillas toda esa cohorte de fariseos y Robin Hoods de la Cultura que, en aras de una supuesta justicia universal, pretende justificar lo injustificable, tratando de eliminar de un plumazo lo que, tanto por ley (LPI Art. 14.1; Art. 17) como por sentido común, resulta ineludible: que el autor es, legal y moralmente, el único legitimado para determinar cómo y de qué manera debe difundirse su obra. Y que su opinión es soberana a tal respecto. Y me irrita profundamente toda esa hornada de vendedores de crecepelo digitales que, al más puro estilo Enrique Dans, a base de soflamas populistas y jugando con el pan de otros, se dedican a arengar a las masas con el fin de obtener una notoriedad que, por sí mismos y por méritos propios, jamás obtendrían, para emplearla posteriormente en beneficio propio.
(*) Ante el delirante argumento escuchado en infinidad de ocasiones de que «las descargas nunca son gratuitas porque yo ya pago mi conexión a Internet» me gustaría apuntar que nunca el continente y el contenido fueron la misma cosa, que la conexión a Internet es un servicio de telecomunicaciones cuya responsabilidad y cometido termina en el momento en que se establece la conexión, independientemente de la finalidad de su uso, y que, de la misma manera, si compramos algo por correo, el pago del servicio de Correos o de los gastos de envío no nos exime del abono del propio producto.
Ante el planteamiento arriba escrito, la respuesta de más del 95% de los encuestados termina confluyendo siempre en dos términos: intolerable e inadmisible. Lo curioso es que esa condena se diluye entre excusas y pretextos vagos cuando el planteamiento invierte sus términos y hablamos de un autor que desea difundir su obra bajo licencia Copyright y ésta termina siendo distribuida de forma libre —e incontrolada— aun en contra de su voluntad y con su manifiesta oposición.
El problema no son las descargas, ni la tecnología ni todas esas herramientas que contribuyen positivamente a la difusión libre y voluntaria —voluntaria es la palabra clave— de la Cultura. La libre cesión de una obra propia, como opción, resulta algo de lo más digno y plausible. El problema no es el canal. Es lo retorcido y viciado del mensaje. El problema es la ausencia de honestidad. Y de respeto hacia la potestad del autor para hacer, tanto en un sentido como en otro, lo que estime oportuno con su propia obra. Y que conste que entiendo perfectamente el trasfondo de la tradicional diatriba entre los autores defensores del Copyright y los adalides de las descargas libres. El auténtico. Aquél que, salvo a tres iluminaos que de verdad se creen lo que predican, impulsa a la gran mayoría de legitimadores de las descargas de contenidos con Copyright y que no es otro que, ante la posibilidad de disfrutar de un determinado recurso de forma gratuita o mediante pago, se escoge la opción menos gravosa, aun a costa de enajenar el trabajo y el esfuerzo de otro. Respetaría —y lo digo completamente en serio— a alguien que me dijese: «Soy un jeta, pero disfruto de una gran cantidad de opciones sin necesidad de pagar un duro por ellas y sin preocuparme el que con ello exista la más mínima posibilidad de perjudicar a terceros. Las descargas gratuitas(*) son lo mejor que se ha inventado desde el pan con chocolate». Y lo respetaría porque, a pesar de su equivocado —según mi criterio— planteamiento, refleja en sí mismo un mínimo poso de honestidad. Lo que de verdad me saca de mis casillas es esa corriente que busca legitimar lo indefendible a base de premisas espurias cuando no delirantes, insultando la inteligencia de su interlocutor. Me saca de mis casillas toda esa cohorte de fariseos y Robin Hoods de la Cultura que, en aras de una supuesta justicia universal, pretende justificar lo injustificable, tratando de eliminar de un plumazo lo que, tanto por ley (LPI Art. 14.1; Art. 17) como por sentido común, resulta ineludible: que el autor es, legal y moralmente, el único legitimado para determinar cómo y de qué manera debe difundirse su obra. Y que su opinión es soberana a tal respecto. Y me irrita profundamente toda esa hornada de vendedores de crecepelo digitales que, al más puro estilo Enrique Dans, a base de soflamas populistas y jugando con el pan de otros, se dedican a arengar a las masas con el fin de obtener una notoriedad que, por sí mismos y por méritos propios, jamás obtendrían, para emplearla posteriormente en beneficio propio.
(*) Ante el delirante argumento escuchado en infinidad de ocasiones de que «las descargas nunca son gratuitas porque yo ya pago mi conexión a Internet» me gustaría apuntar que nunca el continente y el contenido fueron la misma cosa, que la conexión a Internet es un servicio de telecomunicaciones cuya responsabilidad y cometido termina en el momento en que se establece la conexión, independientemente de la finalidad de su uso, y que, de la misma manera, si compramos algo por correo, el pago del servicio de Correos o de los gastos de envío no nos exime del abono del propio producto.
Etiquetas: Internet, Libros, Sinverguenzas
16 comentarios:
jajajaja 'vendedores de crecepelo digitales' Muy bueno.
De acuerdo en casi todo. Considero que un autor, una vez ha decidido difundir su obra, ya no es dueño absoluto de ella.
A mí lo que me molesta sobremanera no es que alguien lea mis textos gratis por internet porque no tenga recursos para leer todo lo que hay en el mercado, lo que me pone de muy mala leche son los dueños de esas páginas de descargas llenas de anuncios por los que cobran con cada toque del usuario, esos son los que me roban mi pan, el pan que yo me he currado, no los lectores que deciden bajarse la obra. La mayoría de ellos, si les gusta, sulen regalarla o recomendarla.
Muy bueno el asterisco, Pedro.
Yo creo que no se trata de tener ese derecho por pagar una conexión a internet, si no que por esa conexión pago un porcentaje más en concepto de canon. Canon que, creo, revierte en los autores. También pago ese canon por cada disco, por cada televisor, por cada i-Pod, por cada portatil, por cada torre. Por cualquier aparatejo pago un canon a los autores, que me puede confundir y hacerme creer que todo el monte es orégano.
Un abrazo Pedro.
Fer.
Anonimo: no se trata de debatir consideraciones que, al fin y al cabo, son apreciaciones subjetivas. La ley así lo especifica. Y poco más hay que rascar al respecto.
Apreciado Fer (sabes que lo de apreciado no es un mero formulismo): dos cosillas. 1) Las conexiones a Internet -hasta donde yo sé- no están gravadas por el Canon Compensatorio por Copia Privada por lo que tu argumento no ha lugar. 2) Insisto en el concepto: el pagar el billete de autobús no me da derecho a quedarme con el vehículo. Estoy pagando por un servicio concreto y el abono me da el derecho exclusivamente a ese servicio. Ni a más ni a menos. Y te aseguro haber leído y oido la afirmación que mencionaba de forma cuasi literal, confundiendo continente con contenido. En cualquier caso, el trasfondo del debate es otro, Fer: como autor de una obra, ¿es legítimo que se me pueda desposeer del derecho a determinar cómo y de que manera quiero difundirla? En caso afirmativo, ¿en base a qué argumentación?
Abrazos.
Ya quisieras tu llegarle si quiera a la suela de los zapatos de E. Dans, alguien realmente concienciado con la idea del conocimiento libre y de que la Cultura, que es un derecho universal, sea de libre acceso para todos, incluso para aquellos que desgraciadamente no tienen recursos para poder acceder a ella.
Tu lo que eres es un muerto de hambre con afan de notoriedad. Y lo que parece peor: a sueldo de la SGAE. Que te aprovechen tus migajas, vendido.
Hace unos pocos meses, Enrique Dans, ese adalid de la socialización de la Cultura, defensor acérrimo de Internet como indispensable vehículo de transmisión del libre conocimiento, paradigma de self made men y azote de los intermediarios culturales (promotores, discográficas, etc) y su industria, a los que poco menos que comparaba con los mercaderes del templo, escogió un sello del grupo Planeta (Deusto Ediciones) como vehículo idóneo para difundir el contenido de su libro “Todo va a cambiar” —sí, con Creative Commons y todo lo que usted quiera, pero de colgarlo en la red para que todo el mundo lo pille, va a ser como que no— al simpático precio de 19 euros. Ítem más, la versión digital del texto (disponible para iPhone en Apple Store. 13 euros) va protegida con DRM, mecanismo que Dans lleva años diciendo que es poco menos que un invento del Maligno. Le traslado una cita del propio blog de Dans.
“los consumidores jamás quisimos DRM. De hecho, nos opusimos a él, porque restringía nuestras posibilidades de utilizar los productos por los que habíamos pagado. Para introducir DRM en los productos, había que incurrir en un gasto adicional: un gasto efectuado para “estropear” el producto, no para mejorarlo.”
No me gustaría creer que, haciendo referencia al título, lo que va a cambiar sea precisamente su chaqueta, pero me temo que por ahí van los tiros.
No se crea todo lo que le cuentan, Anónimo. Que una cosa es predicar y otra dar trigo.
Que poco deben de valer la mierda de novelas que escribes cuando para darte a conocer tienes que ponerte a la sombra de eDans y meterte con el.
Te equivocas: cuando el autor publica una obra y la da a conocer, deja de ser suya para pasar a pertenecer al resto del mundo.
Rumblefish, tu afirmación, simplemente, no requiere respuesta. Ni la tiene ni se la espera. Cuando quieras -o puedas-, trata de rebatir el resto de argumentos.
Anónimo, creo que el equivocado es usted. Lo que dice quizá sería cierto en una realidad paralela. En la nuestra y de acuerdo a la legislación vigente, no sólo los derechos de autoría pertenecen al creador de la obra sino que los de reproducción, distribución y explotación también hasta el punto de que, según la ley, un autor tendría la potestad de retirar su obra del ámbito público si desease hacerlo. Y de acuerdo a esa misma ley, la obra puede, en efecto, pasar al dominio público... sólo si el autor lo quiere y así lo expresa de forma manifiesta. Opción, muy loable y digna de aplauso, no digo que no. Tan digna como no hacerlo. En cualquier caso, la potestad tanto de una opción como de la otra sólo es competencia, legítima y legal, del autor, no de cualquier iluminao con ínfulas redistributivas y una página web donde colgar contenidos. Y actuar en contrario supone un acto ILEGAL —que no un delito. El matiz es importante— se mire por donde se mire.
Por ese mismo motivo y en resumen, las descargas de material protegido por Copyright sin permiso expreso del autor son ILEGALES. En este punto se puede abogar por el derecho a la copia privada y si una descarga avala ese derecho, pero ese debate nos llevaría bastante más tiempo del que estoy dispuesto a concederle a esta cuestión.
Pues a mí sí me gustaría saber con qué argumentos invalidas las descargas de internet como vía legítima para ejercer el derecho a la copia privada, derecho reconocido por esa misma ley que tanto defiendes.
Jordi, la Ley de Propiedad Intelectual regula en su artículo 31.2 la potestad de realizar, sin permiso del autor, una copia de una obra divulgada siempre que sea para uso privado y sin ánimo de lucro. En la reforma del 2006 (ley 23/2006) se incluye de forma explícita el que a la obra "debe haberse accedido legalmente" (cuestión racional y legítima a todas luces para evitar el "blanqueo de copias ilegales", es decir, yo compro un disco en el top manta y 100 amigos míos se hacen una "Copia Privada", personal y sin ánimo de lucro, de él, resultando que dichas copias serían stricto senso legales por acogerse al concepto de Copia Privada). Ante la imposibilidad de garantizar que el origen de una descarga de internet no proviene de un disco comprado en el top manta, la legitimidad de dicha descarga queda muy mucho en entredicho. Usted podría alegar que "yo no sabía que lo que me estaba descargando provenía del top manta". Ya. Le pongo otro ejemplo. La adquisición de un anillo de oro no es delito. La adquisición de una anillo de oro robado está considerado "receptación de artículos robados" y, como tal, tipificado en el código penal. Supiera usted o no previamente la auténtica procedencia de ese anillo. Su obligación como adquiriente es obtener las garantias necesarias de que lo que compra tiene un origen legal. Extrapole usted las situaciones y obtendrá la respuesta que busca, insistiendo en el concepto de que algo ilegal (que trasgrede la ley) no tiene por qué adquirir necesariamente el status de delito.
Buenísima entrada, Pedro. Pero lo que más me admira es tu fuerza de voluntad para rebatir a todos estos que te llevan la contraria y que llegan incluso al insulto. La cultura del "todo gratis" y "todo sin esfuerzo" ha acabado imponiéndose, desgraciadamente. Como esto siga así, oficios tales como el de escritor, músico y tantos otros, acabarán desapareciendo. Y entonces, ya no habrá nada nuevo que descargarse. Sólo quedarán las antiguas novelas, las antiguas canciones, y las mierdas que creen estos culturetas majaderos que pasarán a ser como el opio del pueblo, como ya lo son los programas de telebasura que, poco a poco, han ido sustituyendo a los programas de calidad en las generalistas. No sigo que se me infla la vena.
Un saludo, tío.
Los derechos de autor son como aquellos derechos de pernada.., comprendo que alguien los quiera disfrutar, pero no entiendo que intenten defenderlos (y menos quienes han sido capaces de publicar con el infecto grupo planeta o el patético círculo de lectores recientes)
autores=promotores
pedrodepaz=cortito
Paco, mi batalla con el tema viene de lejos y me conozco por activa y por pasiva todas las falacias vertidas sobre él. Y al final resulta ser que la única verdad sobre este asunto es que el autor es legitimo dueño -moral, legal e intelectual- de su obra; que su obra no consiste en un disco, un libro, un DVD o cualquier otro soporte sino en su contenido (y de hecho, eso es con lo que se trapichea, se ripea, se empaqueta y se cuelga de la red: su contenido); que, como legítimo propietario, algo tendrá que decir al respecto (por mucho que le duela a más de un tuercebotas) y que no hay ningún argumento que pueda rebatir esas premisas. Lo demás son brindis al sol, pajas mentales y realidades alternativas de los mundos de Yupi.
Anónimo, los derechos de autor son un medio legítimo de defensa para evitar que cualquier sinverguenza sin escrúpulos se aproveche del esfuerzo y el trabajo que supone crear una obra (incluso una mala). Algo que sólo es capaz de apreciar aquél que lo ha intentado alguna vez.
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