Por qué no estoy dispuesto a secundar la huelga general
Lo siento. No voy a hacerlo. Ya lo avanzaba aquí el pasado mes de junio y me reafirmo. No estoy dispuesto a regalar un sólo día de mi sueldo para que estos ganapanes sindicados cuya gestión y trayectoria no me representa terminen colgándose medallas que ni han peleado ni han ganado. Esos mismos que cuando tenían que haber puesto toda la carne en el asador y negociado de verdad con la patronal —antes de permitir que el gobierno legislara esta reforma laboral mediante el simpático método de «sí o sí»— se han limitado a lamerse su ciruelo y a esconder la cabeza bajo el ala entre sonrisas de autocomplacencia. Se atreven a pedir ahora a los trabajadores el esfuerzo de entregar un día de su sueldo para salvar los muebles y que sus saldos de popularidad les cuadren. Pues lo siento pero conmigo que no cuenten. Si mañana mismo convocase una huelga general la asociación de ferreteros jubilados de Santomera (un suponer), doy mi palabra —valga lo que valga ésta— de que yo estaré ahí, el primero en la barricada. Pero a beneficio —porque sin duda alguna el beneficio, el crédito y el alarde de poder mediático será para ellos. A nosotros sólo nos quitaran un día de sueldo. Y conformémonos con eso— de estos estómagos agradecidos que callaron cuando debían haber sido los primeros en alzar la voz en el momento oportuno, no doy ni la hora. Cuando tuvieron que estar, ni estaban ni se les esperaba. En su momento, un agudo y socarrón comentarista indicó que «los sindicatos permanecián en silencio en atención a su buen educación: es impropio hablar con la boca llena». Jamás leí esbozo más acertado de la situación. Y ahora se desmarcan con una convocatoria de huelga extemporánea en la que ni siquiera tienen los arrestos de convocarla contra el gobierno —que es quien, a la postre, gobierna y legisla— sino que son tan paniaguados que parecen convocarla contra la oposición, el capitalismo, la banca o el Sursum Corda —no sea que el gobierno vaya a mosquearse, les quite las ansiadas subvenciones y la liemos. Hasta para eso son serviles—. Lo dicho: conmigo, que no cuenten.
Realmente no sé cual es la solución más acertada. Asumo que no tengo todas las respuestas. Pero eso no me impide tener criterio. Y ese criterio es el que me dicta que «ahora no. Ahora no es el momento». El momento será la semana siguiente, o al mes siguiente o un día después, pero ESE (el 29 de septiembre) no es el momento. Porque no es cuestión de plantear la huelga en términos binarios, como si la próxima huelga fuese la última oportunidad o no hubiese más. No. No es así. Y porque, de tener éxito, lo único que va a conseguir esta huelga es la capacidad de los sindicatos de decirle al gobierno: «estos son mis poderes. Y cuidaito conmigo que soy peligroso. Ahora puedo obtener más de ti PARA MÍ». Capacidad entregada a cambio de nuestro sacrificio. Pero al día siguiente tú —y yo. Y aquél. Y Maroto el de la moto— vamos a seguir igual. Y seguiremos ad aeternum en lo que los que nos tengan que defender sean los que vemos y no hay más que remitirse a las pruebas: con una reforma laboral CONSUMADA entre pecho y espalda que estos sindicados de pacotilla ni han logrado tumbar, ni van a conseguirlo en un futuro ni están en disposición de hacerlo.
Así que el crédito y los puntales para que puedan seguir chupando del bote y viviendo del cuento que se los dé su pastelera madre. El día que haya una causa que no esté auspiciada por alguien con tan insuficiente autoridad moral y sin intereses bastardos —es decir, sin que las hostias se las lleve siempre el mismo y los beneficios, el otro de siempre— de por medio, allí estaré. Mientras tanto, que no cuenten conmigo. No voy a hacerle el caldo gordo a nadie y, mucho menos, a nadie que no lo merezca. No estoy dispuesto a contarle a mis nietos el día de mañana que fui uno de los primos que, con mi ilusión, mi buena fe y mis ganas de cambiar las cosas, contribuyó con una huelga general a afianzar en su puesto a una panda de sindicados incompetentes —que son los primeros a los que habría que echar. Antes incluso que a Zapatero— para que continuaran haciendo lo que han venido haciendo hasta ahora: joderme a mí y pactar con el enemigo en beneficio propio.
Realmente no sé cual es la solución más acertada. Asumo que no tengo todas las respuestas. Pero eso no me impide tener criterio. Y ese criterio es el que me dicta que «ahora no. Ahora no es el momento». El momento será la semana siguiente, o al mes siguiente o un día después, pero ESE (el 29 de septiembre) no es el momento. Porque no es cuestión de plantear la huelga en términos binarios, como si la próxima huelga fuese la última oportunidad o no hubiese más. No. No es así. Y porque, de tener éxito, lo único que va a conseguir esta huelga es la capacidad de los sindicatos de decirle al gobierno: «estos son mis poderes. Y cuidaito conmigo que soy peligroso. Ahora puedo obtener más de ti PARA MÍ». Capacidad entregada a cambio de nuestro sacrificio. Pero al día siguiente tú —y yo. Y aquél. Y Maroto el de la moto— vamos a seguir igual. Y seguiremos ad aeternum en lo que los que nos tengan que defender sean los que vemos y no hay más que remitirse a las pruebas: con una reforma laboral CONSUMADA entre pecho y espalda que estos sindicados de pacotilla ni han logrado tumbar, ni van a conseguirlo en un futuro ni están en disposición de hacerlo.
Así que el crédito y los puntales para que puedan seguir chupando del bote y viviendo del cuento que se los dé su pastelera madre. El día que haya una causa que no esté auspiciada por alguien con tan insuficiente autoridad moral y sin intereses bastardos —es decir, sin que las hostias se las lleve siempre el mismo y los beneficios, el otro de siempre— de por medio, allí estaré. Mientras tanto, que no cuenten conmigo. No voy a hacerle el caldo gordo a nadie y, mucho menos, a nadie que no lo merezca. No estoy dispuesto a contarle a mis nietos el día de mañana que fui uno de los primos que, con mi ilusión, mi buena fe y mis ganas de cambiar las cosas, contribuyó con una huelga general a afianzar en su puesto a una panda de sindicados incompetentes —que son los primeros a los que habría que echar. Antes incluso que a Zapatero— para que continuaran haciendo lo que han venido haciendo hasta ahora: joderme a mí y pactar con el enemigo en beneficio propio.
Etiquetas: miserables, Políticos y gente de mal vivir, Sinverguenzas
5 comentarios:
Te fastidias: estoy de acuerdo con lo que dices. Lina.
Yo tampoco haré huelga, ya que el concepto parece que ha quedado para definir lo que en mi opinión es una mariconada, con perdón: dejar de trabajar un puto día, qué majo y qué progre soy, y al día siguiente todos a trabajar sin importar que se haya conseguido el objetivo. Y mira que hay motivos en Educación para hacer huelga, y no estoy pensando en la bajada de sueldos. Pero si se hace huelga debe de ser para conseguir algo, y no volver al curro hasta negociar. Un saludo.
Conmigo que no cuenten, seguro que si estuviesen gobernando los de la gaviota, estábamos quemando contenedores hace dos años.
Saludos
Pues yo si que voy a hacer huelga general, pero a la japonesa.
Estoy totalmente de acuerdo contigo,Pedro.
Kur.
Yo aún no sé lo que haré, pero al final quizá haya que recordar que se trata de una huelga como otras que se han hecho: contra una regulación vergonzante y vergonzosa para el común y mayoría de los trabajadores.
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