Haciendo amigos
Supuesto hipotético: un buen día, uno recibe un EMAIL de un amigo que a su vez ha sido dirigido a varios destinatarios más. El típico mailing masivo que se remite cuando tenemos algo que contar o enviar a la vez a varias personas integradas en nuestra lista de contactos. Uno, que sólo conoce al emisor original pero no al resto de destinatarios, procede a contestar y por equivocación, en lugar de pulsar el botón “Responder”, pulsa “Responder a todos” —error, por otra parte, bastante frecuente y nada extraordinario—, circunstancia de la que se da cuenta cuando el correo de respuesta ya ha sido enviado. ¡Vaya por Dios!, la respuesta será enviada a todos los destinatarios originales. Mecachis. No concediendo mayor importancia al hecho, uno apaga el ordenador y se marcha a la cama.
A la mañana siguiente, uno recibe un correo electrónico de uno de esos destinatarios accidentales —a quien no tiene ni el placer ni el disgusto de conocer previamente— indicando, en un tono ligeramente hostil, que no estoy autorizado a emplear su dirección de correo electrónico, que con ello estoy vulnerando la Ley de Privacidad y que haría bien en leerme la citada ley. Uno, como poco, reacciona con perplejidad. Primero, porque jamás tuvo la intención de ponerse en contacto con dicho caballero. Segundo, porque el tono es claramente crudo y reprobatorio incluso sin haber solicitado previamente la más mínima explicación al respecto y a uno le consta que la completa ausencia de buenas maneras no es la mejor forma de dirigirse a un completo desconocido. Y tercero, porque el susodicho dispone de una página web accesible al público en la que trata de promocionarse como aspirante a escritor —dicho sea sin ánimo peyorativo— y cuya dirección de contacto —que él mismo suministra de forma pública y voluntaria— es la misma que se empleó inadvertidamente la noche anterior. Uno no encuentra la vulneración de la privacidad por ningún sitio y sí mucha tontería inexplicable e inexplicada. Pero uno, además, ha tenido la desgracia de sufrir una fuerte discusión pocos minutos antes y anda con el ánimo caliente. Muy caliente. Y en caliente responde. Y en un tono ciertamente cortante le viene a decir al susodicho, poco más o menos, que si tiene algo que reclamar, que lo haga al emisor original del mensaje que lo incluyó públicamente en la lista o, en su defecto, que lo haga al maestro armero. Que yo me limité a responder al correo sin detenerme a tener en cuenta a quién iba dirigido más allá del destinatario original. A los pocos minutos, el interlocutor responde que el hecho de que el emisor original del mensaje tenga permiso para emplear su dirección de correo no significa que yo también lo tenga y reitera que lo que estoy haciendo es constitutivo de delito. Uno, que todavía está caliente por la bronca ajena al asunto en cuestión, responde que si así lo cree y la ley le ampara, proceda en plazo y forma como estime oportuno, sin olvidarse, eso sí, de añadir un cargo por delito de injurias porque, en ese mismo momento va a proceder sin más dilación a llamarlo “imbécil”.
Y hasta ahí el asunto. Desconozco cómo terminara y no albergo la menor intención de hacerlo puesto que uno ha puesto un filtro en la recepción de su correo y se borrará de forma automática todo EMAIL que llegue desde esa dirección. Y algo más calmado, uno concluye que quizá haya actuado con cierta mala educación innecesaria. Y se lamenta por ello. Pero, aún así, no puede evitar pensar: “es que tiene cojones la cosa. Cuanto ser sorprendente hay suelto por el mundo”.
A la mañana siguiente, uno recibe un correo electrónico de uno de esos destinatarios accidentales —a quien no tiene ni el placer ni el disgusto de conocer previamente— indicando, en un tono ligeramente hostil, que no estoy autorizado a emplear su dirección de correo electrónico, que con ello estoy vulnerando la Ley de Privacidad y que haría bien en leerme la citada ley. Uno, como poco, reacciona con perplejidad. Primero, porque jamás tuvo la intención de ponerse en contacto con dicho caballero. Segundo, porque el tono es claramente crudo y reprobatorio incluso sin haber solicitado previamente la más mínima explicación al respecto y a uno le consta que la completa ausencia de buenas maneras no es la mejor forma de dirigirse a un completo desconocido. Y tercero, porque el susodicho dispone de una página web accesible al público en la que trata de promocionarse como aspirante a escritor —dicho sea sin ánimo peyorativo— y cuya dirección de contacto —que él mismo suministra de forma pública y voluntaria— es la misma que se empleó inadvertidamente la noche anterior. Uno no encuentra la vulneración de la privacidad por ningún sitio y sí mucha tontería inexplicable e inexplicada. Pero uno, además, ha tenido la desgracia de sufrir una fuerte discusión pocos minutos antes y anda con el ánimo caliente. Muy caliente. Y en caliente responde. Y en un tono ciertamente cortante le viene a decir al susodicho, poco más o menos, que si tiene algo que reclamar, que lo haga al emisor original del mensaje que lo incluyó públicamente en la lista o, en su defecto, que lo haga al maestro armero. Que yo me limité a responder al correo sin detenerme a tener en cuenta a quién iba dirigido más allá del destinatario original. A los pocos minutos, el interlocutor responde que el hecho de que el emisor original del mensaje tenga permiso para emplear su dirección de correo no significa que yo también lo tenga y reitera que lo que estoy haciendo es constitutivo de delito. Uno, que todavía está caliente por la bronca ajena al asunto en cuestión, responde que si así lo cree y la ley le ampara, proceda en plazo y forma como estime oportuno, sin olvidarse, eso sí, de añadir un cargo por delito de injurias porque, en ese mismo momento va a proceder sin más dilación a llamarlo “imbécil”.
Y hasta ahí el asunto. Desconozco cómo terminara y no albergo la menor intención de hacerlo puesto que uno ha puesto un filtro en la recepción de su correo y se borrará de forma automática todo EMAIL que llegue desde esa dirección. Y algo más calmado, uno concluye que quizá haya actuado con cierta mala educación innecesaria. Y se lamenta por ello. Pero, aún así, no puede evitar pensar: “es que tiene cojones la cosa. Cuanto ser sorprendente hay suelto por el mundo”.
8 comentarios:
Recurrir a lo obvio no es nada original, pero sí efectivo: no hay mayor desprecio que no hacer aprecio.
Saludos.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
si al menos te hubiera pasado como a mí tendrías tema para un cuento:El otro día mi estimadísima y guapa corsetera hizo un envío masivo publicitando la colección Lise Charmel de la nueva temporada. Ahora ya sé quiénes de mi pueblo compramos en esa tienda la misma marca de la lencería (señores incluídos).
Por suerte no se me ocurrió hacer ninguna respuesta masiva ...Y no, no indicaba las tallas de l@s comprador@s; eso se lo dejaremos al escritor del cuento ;)
Ps.- el comentario suprimido es mío
Tiene usted toda la razón, amigo Ángelus. Y no se la doy por complacerle. Es que la tiene de veras. Mi problema es que tengo la sangre demasiado caliente y la boca demasiado grande. Y así me va como me va. A veces me pierden estas cosas. Entono publicamnete el mea culpa.
Jajaja... Muy bueno Samantha. Lástima lo de las tallas. Hubiese estado bien descubrir quien emplea una King Size (aunque esas cosas suelen ser evidentes. Hasta cierto punto). :-DDDDD
Abrazos,
Pedro de Paz
Pueas yo te llevaría a la cárcel, que es lo que mereces. Pero no por tu disputa con este hombre, sino porque me has chafado el experimento. Mira que enviarles a todos la respuesta. ¡Me cachis!
Es que tienes gracia, jodío. Me estoy partiendo de risa imaginando tu cara delante del ordenador, jajaj.
Evidentemente, los mails masivos hay que mandarlos poniendo las direcciones en el apartado "cco", y así nadie puede darle a "responder a todos".
¿Seres sorprendentes? Y aburridos también.
Muaks.
Joder, también hay gente que no aguanta nada. Es para escribirle al tío ese y decirle: ¿pero tan importante te crees que piensas que la gente está deseosa de obtener tu dirección de e-mail? Pero, ¿quién te va a escribir a ti, piltrafilla?
Cuanto memo hay por ahí
Tú cállate, Child, que eres el liante que ha lado esta madeja. :-)
Esa es la fórmula correcta, Ella. Cuando es conocida por el remitente original lo cual no parece que fue el caso.
En el fondo, Miguel, el tipo podría incluso hasta tener parte de razón. Nadie debería ser molestado recibiendo algo que no ha solicitado a una dirección que se mantenga en privado, pero lo que me enervó de este caso fue a) la dirección en concreto está declarada de forma voluntaria por su propio dueño en un lugar de eminente acceso público (su propia web) y con el ánimo de que cualquier pueda libremente ponerse contacto con él (en la sección de "Contactar"). La incongruencia de acogerse al derecho a la privacidad me toca un poco los cojones y b) las formas, las putas formas y la arrogancia de la que hizo gala en su correo. Con un simple "perdona, ¿te importaría eliminarme de tu lista de correo si me tuvieses en ella?" hubiese bastado para captar la idea.
Abrazos,
Pedro de Paz
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