Mentiras completas y verdades a medias



miércoles, 14 de enero de 2009

No disparen al pianista

Nunca el maestro Juan Marsé tuvo tanta razón como cuando, durante aquella rueda de prensa en la que ofició por última vez como jurado del premio Planeta, trató de marcar y remarcar la diferencia entre literatura y mundillo literario. Entiéndanme. Cuando menciono literatura no me refiero a ese concepto docto, académico e ilustrado que tienen en mente cierto grupo de imbéciles inmovilistas. El misterio de la Casa Aranda, Tigre Manjatan, Niños de tiza o El arte de matar dragones —entre muchas otras— son tan «literatura» como cualquier otro texto consagrado, digan lo que digan los cuatro enteraos de siempre. Pero sí resulta indudable que el mundillo literario es otra cosa. A veces entrañable, a veces mordaz, a veces sorprendente, a veces patético, pero otra cosa al fin y al cabo. Un árido y curioso contexto, más social que cultural, donde se entrecruzan una amalgama de intereses, pactos, alianzas, deseos y anhelos y en el que participan, con mayor o menor gusto, todos aquellos que lo integran o pretenden integrarlo. Y estrategias. Sobre todo, es un contexto plagado de estrategias. Todos las hemos puesto en práctica en mayor o menor medida, con mayor o menor acierto, con mayor o menor honestidad. Desde la manida Do ut des hasta la soterrada táctica conocida como la Mateo 8:8, muy empleada por gran parte de los autores noveles. «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarlo». Dicho de otra manera, lograr por todos los medios que un autor consagrado emita de forma pública alguna mención de elogio hacia ti o tu obra con el fin de apelar al «efecto llamada». Que, por cierto, poco tiene que ver con la honesta admiración o respeto entre autores que suelen generar espontáneas y sinceras muestras de afecto y reconocimiento. Todo ello pasando por recursos de otro cariz como lo que Rafael Reig denomina muy inteligentemente Bolo-Nets o las preceptivas correspondencias presenciales —«yo acudo a la presentación de tu libro y tú vienes a la del mío»—. En fin, todo un curioso, anecdótico e interesante mundo de favores, oficios y prebendas.

Hay quienes, con cierto encono, suelen cargar las tintas contra la legitimidad de este tipo de argucias tachándolas de corporativismo mal entendido. Con su pan se lo coman, oiga. El de escritor es un oficio como otro cualquiera y el ámbito editorial suele resultar en ocasiones tan árido y estéril que, aún contado con una obra mínimamente solvente, no queda otro remedio que acudir a estos recursos de hermandad si uno quiere albergar la mínima posibilidad de sostenerse en este hostil campo de batalla. Y muchas veces, aún así...

Como rezaba un cartel que solía colgarse en los salones del viejo oeste, «Por favor, no disparen al pianista». En serio. Bastante tiene el hombre con tratar de ganarse la vida.

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4 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Curioso mundo. Supongo. De los escritores y artistas, me interesan poco sus circunstancias. Prefiero entenderme con ellos sólo a través de sus obras. A más de uno he dejado de leer o de escuchar su música por bocazas. Por decir lo que no deben, apoyar políticamente a quien detesto o firmar manifiestos infumables.
También los lectores tenemos nuestras argucias y recursos de hermandad: "Léetelo tu primero y si te gusta luego me lo leo yo. Yo me pongo con este otro libro y luego te cuento".
A mí me gusta más la portada del Círculo: menos evocadora, verdad, pero menos esotérica y más real. No induce a pensar en números mágicos ni objetos sacros más poderosos que la espada de un yedai sino que evoca lo que es: una magnífica novela negra cuya trama entronca con una época en que las fotografías eran en blanco y negro y a las que el tiempo ha virado al sepia.
Salud y saludos.

14 de enero de 2009, 17:11  
Blogger Pedro de Paz ha dicho...

Es una acertada premisa, Trancos. De un autor, pocas cosas tienen más valor que su propia obra y por tal debe juzgársele. La cuestión es que para demostrar la valía de una obra, el autor, muchas veces, tiene que hacer encaje de bolillos y recurrir a ciertos aledaños como los comentados. No porque la obra no pueda sostenerse por sí misma sino porque el contexto en el que debe hacerse valer es tan hostil como feroz y toda ayuda es poca. "Dejar que la obra se defienda por sí sola" es una propuesta acertada pero demasiado cándida teniendo en cuenta la arena en la que se tiene que pelear. En cualquier caso, esta entrada está inspirada en una reciente disputa que mantuve con una persona que defendía el hecho de que los autores son excesivamente corporativistas y que sus relaciones no son puras y honestas, estando siempre basadas en el beneficio e interés mutuo. Aunque pueda percerlo, no es cierto. Aún a pesar de que, en numerosas ocasiones, no quede más remedio que recurrir a ciertas argucias como las comentadas.

Gracias por su opinión respecto al asunto de las portadas. Al parecer no hay una ganadora unánime. Ambas gustan por igual. Eso es bueno.

Abrazos,
Pedro de Paz

14 de enero de 2009, 20:00  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Trancos dice una cosa interesante: a veces, conocer al autor de la obra resulta contraproducente. Yo procuro ir de manera lo más virgen posible a la hora de abordar cualquier obra, sin prejuicios, teniendo en cuenta que cada cual tiene sus circunstancias, porque creo que todo individuo puede escribir cosas interesantes, que de todos se puede aprender; pero a veces resulta muy difícil. A mí me ha pasado con Saramago por ejemplo. Estoy convencido de que habrá escrito cosas magníficas, pero le he visto hacer y decir tantas tonterías que creo que tardaré un tiempo en acercarme a él, si es que algún día llego a hacerlo.
Y el mundillo literario, no sé, no tengo ni idea, pero me parece que tiene que ser un entorno muy hostil, muy duro, muy de puñalada trapera, de zancadilla, de favoritismos, no sé, tal vez estoy diciendo tonterías, pero es una sensación que me da.

Un abrazo, Pedro.

14 de enero de 2009, 20:09  
Blogger Pedro de Paz ha dicho...

No andas desencaminado, Andima. Es un entorno duro y hostil en muchos sentidos: la oferta literaria es enorme y la demanda, limitada; los egos surgen a flor de piel demasiado a menudo; hay demasiados intereses creados... Y de esos conflictos proviene gran parte de su mala prensa. Pero no todo se reduce a eso. Ni, siendo duro, es tan crudo como lo pintan. El mundo literario también tiene muchas cosas buenas: la oportunidad de conocer a grandes personas, de compartir ilusiones y vivencias... El único problema es que hay que tener claro que, para jugar a ese juego y disfrutar de esos placeres existen determinadas reglas, recursos y servidumbres y que, te gusten más o menos, tienes que cumplir si quieres estar dentro para alcanzar tus propios fines que son, en definitiva, la difusión de tu propia obra. Lo verdaderamente importante es el fin, los medios son accesorios. Sin escándalos, aspavientos ni malinterpretaciones. Una vez asumida esa circunstancia, el resto rueda solo.

Abrazos,
Pedro de Paz

14 de enero de 2009, 20:38  

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