Memoria
Lo comentaba recientemente con un amigo. Todo el que gusta de practicar el honroso oficio de darle a la tecla guarda en su coto privado ciertos hitos que, al más puro estilo navideño de Su Majestad, «te llenan de orgullo y satisfacción». Momentos que atesoras para siempre en el fondo de tu memoria. La gran mayoría de ellos suelen ser primeras veces. El día que firmas tu primer contrato editorial. El día que contemplas el primer ejemplar de tu primera novela. La primera vez que firmas en la Feria del Libro de Madrid. El primer ejemplar en el que estampas una dedicatoria... a alguien completamente ajeno a ti, que no es ni amigo ni familiar. La primera vez que eres reconocido en público en un ámbito ajeno al literario por alguien a quien tú no conoces de nada —ésta depende mucho de lo anodino o peculiar que sea tu aspecto físico. En mi caso tiene poco mérito. Con la pinta de macarra chungo que tengo, quien me ve una sola vez, aunque sea en foto, ya no me despinta. No fue la primera, pero recuerdo la más graciosa, una ocurrida una vez en mitad del Ikea... que quizá cuente en otra ocasión—. En fin, que hay momentos a lo largo de esta singular carrera de fondo que es la Literatura que permanecen siempre como recuerdos imborrables. Entrañables las más de las veces. Gratos casi siempre.
En otras ocasiones, el suceso no tiene nada particularmente emotivo ni trascendente, pero, debido a no se sabe bien qué extraño mecanismo, decides archivarlo en el disco duro de tu memoria y recordarlo de cuando en cuando con un afecto especial. En muchas ocasiones, el motivo no tiene nada que ver con el hecho en sí. Quizá ese día estabas particularmente contento. O te resultó particularmente simpático el contexto. O la forma. Quién sabe. Verbigratia.
Sección de libros de un Corte Inglés ubicado en un gran centro comercial. 18:30 P.M. Me acerco a la dependienta con intención de preguntarle por un título.
—Buenas tardes, ¿tienen algún ejemplar de un libro titulado...[menciono el título]?
La dependienta, una mujer madura de aspecto afable y resuelto, se vuelve ante la consola del ordenador y comienza a teclear el título que le he dado. Mientras lo hace, me pregunta de forma distraída, sin siquiera mirarme.
—¿Eres el autor?
La pregunta me pilla a trasmano. Más que nada porque asumo y presupongo que no se la hace a todo el mundo que se acerca a preguntarle por un libro.
—Errrr... No... De éste, no.... De otros, sí —añado con una sonrisa de circunstancia.
—Lo sé. Eres el autor de El documento Saldaña. Te lo he preguntado por si era el último que habías publicado. No sabes la cantidad de escritores que se acercan «de incógnito» a preguntarnos por sus propios libros para saber si disponemos de ellos en stock.
Más sonrisa de circunstancia. Yo mismo he jugado a ese juego en varias ocasiones.
—No, en este caso, no. Se trata de un libro de un amigo que quiero comprar.
La mujer continúa tecleando en la consola. Anota una referencia y cambia de aplicación. Introduce la referencia anotada. Mientras aguardo la respuesta, me animo y me lanzo a preguntar.
—¿Ha leído usted El documento Saldaña?
—Sí.
—¿Y qué le pareció?
—Me gustó mucho. Sus dos protagonistas me resultaron entrañables, sobre todo Miguel Cortés. La historia era muy buena y la acción estaba bien contada, muy dinámica. Lo leí casi de un tirón.
—No sabe cómo me alegra escuchar eso.
—¿Tiene previsto recuperar a los mismos personajes para alguna novela futura?
—Lo cierto es que sí. Tengo un argumento en mente en el que ambos encajarían bastante bien.
—¿Cuándo se publicará?
—No, no... Aún no está ni escrita. Por el momento, sólo dispongo de un breve esbozo de la trama. Nada más.
—Lástima. Me tocará esperar para poder leerla. Espero que no demasiado.
La mujer se encamina hacia una estantería cercana y me hace entrega de un ejemplar del libro por el que le había preguntado. Tras abonarlo salgo del centro comercial con una sonrisa de oreja a oreja. No porque me haya reconocido yendo «de incógnito» sino porque ya ha transcurrido casi año y medio desde el lanzamiento de El documento Saldaña. Y aún hay gente que continua guardando memoria de personajes que yo he creado.
En otras ocasiones, el suceso no tiene nada particularmente emotivo ni trascendente, pero, debido a no se sabe bien qué extraño mecanismo, decides archivarlo en el disco duro de tu memoria y recordarlo de cuando en cuando con un afecto especial. En muchas ocasiones, el motivo no tiene nada que ver con el hecho en sí. Quizá ese día estabas particularmente contento. O te resultó particularmente simpático el contexto. O la forma. Quién sabe. Verbigratia.
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Sección de libros de un Corte Inglés ubicado en un gran centro comercial. 18:30 P.M. Me acerco a la dependienta con intención de preguntarle por un título.
—Buenas tardes, ¿tienen algún ejemplar de un libro titulado...[menciono el título]?
La dependienta, una mujer madura de aspecto afable y resuelto, se vuelve ante la consola del ordenador y comienza a teclear el título que le he dado. Mientras lo hace, me pregunta de forma distraída, sin siquiera mirarme.
—¿Eres el autor?
La pregunta me pilla a trasmano. Más que nada porque asumo y presupongo que no se la hace a todo el mundo que se acerca a preguntarle por un libro.
—Errrr... No... De éste, no.... De otros, sí —añado con una sonrisa de circunstancia.
—Lo sé. Eres el autor de El documento Saldaña. Te lo he preguntado por si era el último que habías publicado. No sabes la cantidad de escritores que se acercan «de incógnito» a preguntarnos por sus propios libros para saber si disponemos de ellos en stock.
Más sonrisa de circunstancia. Yo mismo he jugado a ese juego en varias ocasiones.
—No, en este caso, no. Se trata de un libro de un amigo que quiero comprar.
La mujer continúa tecleando en la consola. Anota una referencia y cambia de aplicación. Introduce la referencia anotada. Mientras aguardo la respuesta, me animo y me lanzo a preguntar.
—¿Ha leído usted El documento Saldaña?
—Sí.
—¿Y qué le pareció?
—Me gustó mucho. Sus dos protagonistas me resultaron entrañables, sobre todo Miguel Cortés. La historia era muy buena y la acción estaba bien contada, muy dinámica. Lo leí casi de un tirón.
—No sabe cómo me alegra escuchar eso.
—¿Tiene previsto recuperar a los mismos personajes para alguna novela futura?
—Lo cierto es que sí. Tengo un argumento en mente en el que ambos encajarían bastante bien.
—¿Cuándo se publicará?
—No, no... Aún no está ni escrita. Por el momento, sólo dispongo de un breve esbozo de la trama. Nada más.
—Lástima. Me tocará esperar para poder leerla. Espero que no demasiado.
La mujer se encamina hacia una estantería cercana y me hace entrega de un ejemplar del libro por el que le había preguntado. Tras abonarlo salgo del centro comercial con una sonrisa de oreja a oreja. No porque me haya reconocido yendo «de incógnito» sino porque ya ha transcurrido casi año y medio desde el lanzamiento de El documento Saldaña. Y aún hay gente que continua guardando memoria de personajes que yo he creado.
Etiquetas: Personal e intransferible
6 comentarios:
Y muchos más a los que no tienes acceso, querido amigo :))
Una entrada a la que muchos nos unimos y en la que nos vemos reflejados.
Besos mil
Como tú mismo has dicho algunas veces, los personajes que uno crea son tuyos, ero sólo hasta que terminas la novela. Una vez que la publicas, forman parte de los lectores, y está bien que así sea. Entrañable la anécdota, mola. Un abrazo.
Por alusiones, pero con ganas de decir 'Tierra, trágame, aunque de las que comentas también me han ocurrido unas cuantas:
Ocurrió hará un año y medio. El Corte Inglés de Preciados, el sitio más cercano que tenía para cumplir con un compromiso surgido. Acudo a comprar un ejemplar de mi novela y pagando siempre a tocateja, que la tarjeta de crédito canta mucho. Voy a la mesa de novedades y me encuentro con dos ejemplares de pasta dura. Cojo uno de ellos y descubro que le faltan las cubiertas. Acude en ese momento uno de los encargados de chaqueta roja y me pregunta que qué me ocurre:
- Le falta la cubierta, contesto encogiéndome de hombros.
El encargado toma el libro, lo mira y me responde:
- Será así...
Desgraciadamente, tengo un rostro anodino, insulso. Entonces, me salió del alma aquello de:
- Falta la cubierta. Si lo sabré yo, que soy el que lo ha escrito.
Entonces, el encargado me coge y me lleva hasta un mostrador donde una mujer madura nos mira con gesto anodino. Para rematar la escena, el colega de la chaqueta roja le espeta:
- ¡Es el autor!
Y se marcha, abandonado a mi suerte. La mujer del mostrador sigue mirándome con cara de 'Qué narices quieres', que cambia por el gesto de '¿Y bien?'.
Con mi mayor humildad, y rojo de vergüenza, le contesto:
- Nada, que quiero comprar este libro...
Pago y me largo de allí con la sensación de haber hecho el ridículo y ziscándome en la editorial por no darme algunos ejemplares más para compromisos.
Amén.
Comprendo cómo tienes que sentirte, sabiendo que los lectores recuerdan a los personajes que durante la lectura fuimos descubriendo esa fuerte personalidad, una actitud que, rápidamente se nos hace heroica y maravillosa y, que se nos graba porque la vivimos con el personaje, como una experiencia interna única y muy personal. Así que no olvidamos al personaje que el autor creó para que tuviera vida por mucho tiempo.
felicidades por el personaje de Cortés y de los otros que, lo hacen a él más grande por lo que aportan también.
Conozco a otra dependienta del Corte Inglés que también ha leído el "Documento Saldaña". Esta no es madura, es muy jovencita y trabaja a tiempo parcial, compaginándolo con sus estudios. ¿Que por qué lo sé? pues porque es la novia de mi peque y se lo llevó de mi casa (eso todavía no es piratería ¿no? :-DDD )Lo ha devuelto puntualmente.
El tema de los dependientes de libros tiene su qué. Quien haya escrito algo, seguro que ha ido a echar un vistazo a una gran librería para ver su novela.
Para el autor, su obra es la que más resalta entre la multitud de ejemplares. Para el librero, es una más de miles Por cierto, acaba de cerrar una librería en Sevilla (hecho siempre más que triste) que albergaba más de 90.000libros.
Es evidente que cada vez tiene más mérito que un dependiente o librero se haya leído tu novela. Así que enhorabuena por la anécdota y ánimo con el nuevo Cortés. Un fuerte abrazo.
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