Lectores que todo autor desearía tener
Resulta complicado de explicar. En cierta ocasión traté de hacerlo aquí. Siempre he desconfiado de los argumentos del escritor intimista y autosatisfecho, aquél que dice escribir para sí mismo a modo de válvula de escape y que el devenir de sus obras le importan menos que nada. Yo estoy convencido de que uno escribe para ser leído. En caso contrario, presupongo que no trataría de dejar constancia, de poner negro sobre blanco, aquello que pasa por su mente. Entiendo que le bastaría con imaginarlo. No lo sé. Nunca me ha ocurrido. Yo, cuando escribo, tengo perfectamente claro que me mueve el deseo de divertir, entretener, conmover y hacer soñar a otras personas. Y hacerlo con aquello que a mí me divierte, entretiene o conmueve. Por ese motivo, cuando uno pone una novela en la calle, no puede dejar de sentir una cierta incertidumbre, no por el hecho de si la novela se venderá o no, sino por saber si uno cumplirá su objetivo. Y por ese mismo motivo, uno siente un placer especial cuando, de una u otra manera, los lectores, aquellos a quien está destinado el resultado de tu esfuerzo y tu trabajo, te hacen saber su gusto. O su disgusto, que también es una opinión loable.
En este mismo blog, un par de entradas atrás, comentaba el placer obtenido ante la recepción de emails de lectores anónimos que no sólo han tenido la deferencia de adquirir y leer tu novela sino que, además, se han tomado la molestia de seguir tu pista en Internet, encontrar una dirección de contacto y hacerte llegar sus impresiones. Sean éstas positivas o negativas —o fifty-fifty—, el propio acto ya es digno de encomio y, desde aquí, vaya mi sincero agradecimiento hacia todos ellos. Pero, en ciertas ocasiones, uno tiene la suerte de encontrarse casos especialmente llamativos como el de un lector al que llamaré Andy —preservaré su anonimato ya que quizá no le agrade verse reflejado en estas líneas. En caso contrario, tiene los comentarios de este blog a su entera disposición—. Andy tuvo la generosidad de remitirme un extenso correo electrónico tras haber leído El documento Saldaña. En dicho correo, Andy no sólo me comentaba el placer que le había supuesto la lectura de mi novela sino que, además, se dedicaba a hacer, con precisión de cirujano, una profusa disección de la misma, de sus personajes, de sus motivaciones, de aquello que trascendía más allá del propio texto, resaltándome aspectos de mi propia novela que, aún siendo yo consciente de ellos, habían sido mostrados de una forma sutil y difusa. Acertadas y precisas referencias a conceptos que yo había volcado en el texto a modo de sustrato, de bagaje con el que acompañar la historia. Y Andy había logrado hallarlas una por una, enterradas entre las páginas del libro, y ponerlas de manifiesto en su correo. Andy no sólo había leído la novela. La había vivido. Y eso, para un autor, supone la mayor de las recompensas.
Tengo la inmensa fortuna de contar con lectores que todo autor desearía tener. No sé si la merezco o no. Pero sé que estoy eternamente agradecido por ello.
En este mismo blog, un par de entradas atrás, comentaba el placer obtenido ante la recepción de emails de lectores anónimos que no sólo han tenido la deferencia de adquirir y leer tu novela sino que, además, se han tomado la molestia de seguir tu pista en Internet, encontrar una dirección de contacto y hacerte llegar sus impresiones. Sean éstas positivas o negativas —o fifty-fifty—, el propio acto ya es digno de encomio y, desde aquí, vaya mi sincero agradecimiento hacia todos ellos. Pero, en ciertas ocasiones, uno tiene la suerte de encontrarse casos especialmente llamativos como el de un lector al que llamaré Andy —preservaré su anonimato ya que quizá no le agrade verse reflejado en estas líneas. En caso contrario, tiene los comentarios de este blog a su entera disposición—. Andy tuvo la generosidad de remitirme un extenso correo electrónico tras haber leído El documento Saldaña. En dicho correo, Andy no sólo me comentaba el placer que le había supuesto la lectura de mi novela sino que, además, se dedicaba a hacer, con precisión de cirujano, una profusa disección de la misma, de sus personajes, de sus motivaciones, de aquello que trascendía más allá del propio texto, resaltándome aspectos de mi propia novela que, aún siendo yo consciente de ellos, habían sido mostrados de una forma sutil y difusa. Acertadas y precisas referencias a conceptos que yo había volcado en el texto a modo de sustrato, de bagaje con el que acompañar la historia. Y Andy había logrado hallarlas una por una, enterradas entre las páginas del libro, y ponerlas de manifiesto en su correo. Andy no sólo había leído la novela. La había vivido. Y eso, para un autor, supone la mayor de las recompensas.
Tengo la inmensa fortuna de contar con lectores que todo autor desearía tener. No sé si la merezco o no. Pero sé que estoy eternamente agradecido por ello.
Etiquetas: Amigos, El documento Saldaña, Lectores
5 comentarios:
Es usted un caballero, Pedro, es casi todo lo que puedo decir. Pensé que sería una grosería mandarle un correo tan extenso, haciéndole a usted perder el tiempo en caso de leerlo, pero ya he visto que no. Respecto a lo de mi nombre y tal, podía usted hacer lo que estimara oportuno, que seguro iba a estar bien hecho, y, por cierto, así como me ha llamado me han llamado varios a lo largo de mi vida.
De nuevo, gracias.
Bueno, es evidente que usted escribe para ser leído y que necesita muy mucho a los demás. Me refiero a su aceptación y admiración, mal que le pese (y si es su envidia, mejor que mejor ¿verdad?). Hay gente para todo en este mundo y usted es así, no tiene mayor importancia, o no la tendría si usted no pretendiera dar la imagen contraria: esto es, que desea comunicar con los demás para que ellos disfruten de su milagroso interior.
En fin, lo dicho...
Apreciado Andima: gracias a ti por tu intervención. Y por el email mencionado. Reitero lo arriba indicado. Es un honor y un lujo para mí poder contarte entre mis lectores.
Estimado Hank: lamento si algún detalle en mi actitud le ha causado la impresión que sugiere, pero creo sinceramente que se equivoca. No es admiración —detesto a los idólatras aun siendo uno de ellos. Fíjese la contradicción— ni envidia —odio a los envidiosos— lo que pretendo despertar. Jamás ha sido ese mi interés que creo confunde con no ser un renegado al que le duelan prendas hacer público su agradecimiento, originado por las alabanzas que mi trabajo haya podido suscitar. Lo que sí le puedo asegurar es que, el cualquier caso, nunca he sido un vendemotos ni un charlatán ofertando de pueblo en pueblo una receta de crecepelo. Porque mi intención jamás ha sido la de "ofrecer un milagroso interior" —que de milagroso no tiene nada— sino la de satisfacer la imperiosa necesidad personal de compartir una experiencia que, para mí, ha resultado enriquecedora. De ser feliz contemplando cómo los demás disfrutan —en el supuesto de que deseen hacerlo— con aquello con lo que yo he tenido la fortuna de disfrutar previamente. No se trata de adoctrinar ni de vender —ni una moto ni una pose—, se trata de compartir. Y el matiz es muy diferente.
Un abrazo,
Pedro de Paz
Todo el mundo escribe para ser leído, ya sea por vanidad, por inquietud o por dinero, por lo que sea, e incluso creo que las tres cosas pueden convivir sin problema y que no son malas ni reprochables.
Un abrazo.
Y es inyección importante para seguir dando la matraca en el mundo de la literatura ser leído, y si al ser leído ha lugar a deleite o entretenimiento del lector pues objetivo conseguido y satisfacción del literato. A mí me gusta mi trabajo y me gusta más que lo compren, por satisfacción y por economía, claro. ¿Porqué ha de ser diferente en el escritor? Me da a mí que la escritura actual tiene más de oficio que de retrato interior.
Abrazo
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