Semana Negra 2009. La crónica (III)
El viernes día 17, los cielos de Gijón amanecieron cenicientos, plúmbeos, cubiertos de jirones grises y macilentos. Los elementos se conjuraban para enturbiar la jornada. Al menos, climatológicamente hablando ya que ni Dios estábamos dispuestos a que se nos estropeara el día. Tras una ducha y un café a la carrera me encaminé a los sótanos del hotel Don Manuel donde se fallaban los premios literarios Semana Negra.
Llegué con el acto recién comenzado y la expectación aún latente. El asunto estuvo reñido y los resultados definitivos pueden consultarse en la web oficial de la Semana Negra. Baste reseñar que me alegré particularmente por David Torres y Willy Uribe —dos tipos estupendos— y que lo sentí de veras por Oscar Urra, Mercedes Castro y Felix J. Palma que, siendo igual de estupendos, deberán aguardar a otra ocasión. Finalizado el fallo, reunión en la cafetería del Don Manuel comentando la jugada, cada uno con hipótesis propias y alguna ajena. Por allí pululaban, entre muchas otras, las encantadoras Begoña Minguito, Paula Corroto y Marisa Cuyas —no ha faltado presencia femenina de calité en el festival, no señor— y también tuve ocasión de coincidir con Alfonso Mateo Sagasta, con José Manuel Fajardo y de felicitar efusivamente al recién estrenado ex aequo premio Hammett, Torres.
A media mañana, los Tristantes, Biedma, Rosaura, Sergio Vera y su familia y un servidor de ustedes decidimos darnos un garbeo por Gijón y acercarnos hasta el Elogio del Horizonte. Y allá que nos fuimos todos en comandita, desafiando un viento cuya presencia se hacía más y más recia según nos acercábamos a aquel magnífico e imponente lugar azotado por el milenario océano, una fascinante terra cognita en la que se produce la simbiótica comunión entre las fuerzas del Arte y las de la Naturaleza... Y aunque lo de los monumentos y esas cosas están muy bien y son de carácter sublime y tal, lo nuestro es lo nuestro y nos fuimos cagando leches —hacia un frío que pelaba, coñe— a la terraza de una estupenda sidrería de Cimadevilla llamada El Requexu. La atención, exquisita y la comida, más aún. Plácido receso, con el viento ya aplacado, presidido por más charlas y risas. Momento de relax y disfrute. Excelente compañía. Calma. Paz. Lo necesitaba.
A las cinco, de vuelta a las carpas donde comenzaban los actos previstos para esa tarde. El primero de ellos, en la Carpa del Encuentro, fue la conclusión de la charla Novela negra y Política iniciada la tarde anterior. Acto seguido y en el mismo lugar, presentación a cargo de Carlos Salem del último novelón de la guapísima Cristina Fallarás titulado Así murió el poeta Guadalupe.
A las siete de la tarde, el acto estrella, el más ansiado, el que más expectación despertó, el que... Bueno, a lo mejor exagero un poco. A esa hora, en la carpa A Quemarropa se presentó la antología La lista negra. Nuevos culpables del policial español a cargo de algunos de los antologados, a saber: Juan Ramón Biedma, Oscar Urra, Domingo Villar, la genial pareja —literaria, que conste— compuesta por Empar Fernández y Pablo Bonell, Carles Quilez y el que suscribe. El evento también contó con la presencia de los editores de la criatura: Pablo Mazo, José y Daniel. A decir de los presentes, el acto fue ameno, divertido e interesante. Y firmamos aproximadamente unos... unos... estooo... ejem.... y firmamos. Punto. —gracias, Fran J. Ortiz, por dejarnos estampar el garabato en tu ejemplar. Ahí fue donde me congracié contigo—.
Tras otro par de cervezas, vuelta al hotel. Habíamos reservado mesa para cenar en La Iglesiona y allá que nos dirigimos. La comitiva era bastante nutrida y sospechosa: Miguel Cane, Los Tristantes, Biedma, Rosaura, Mercedes Castro, la pequeña Clara, Fran J. Ortiz, Cristina y el de siempre. No nos detuvieron de milagro. Y si la cena estuvo bien, la postcena fue apoteósica. Jero Tristante sacó el animal que lleva por dentro —y algunas veces por fuera— y se reveló, haciendo uso de ese gracejo murciano tan suyo, como un cuentachistes y narrador de anécdotas nato. A mí se me saltaban las lágrimas y me dolía el pecho de tanto reírme y Cristina, en estado de buena esperanza, casi nos rompe aguas allí mismo —«Es que el otro no lo llevo preparao»—. Tras la cena, vuelta al Don Manuel a darle a eso del alterne. Allí volvimos a encontrarnos con Sergio y familia, que regresaban a su tierra a la mañana siguiente dando lugar a lo que serían las primeras despedidas. Creo —estoy convencido— que marcharon a su Cuenca natal con tan buen sabor de boca como el que nos dejaron a nosotros. Así, al menos, lo espero y deseo. Y entre decenas de conversaciones que nos condujeron a altas horas de la madrugada volvió a surgir, siniestra y subrepticiamente, el espíritu de «Y una polla pa ti». El asunto iba tomando cada vez más cuerpo. Y qué cuerpo. Del delito, se entiende
[Fallando los premios]
Llegué con el acto recién comenzado y la expectación aún latente. El asunto estuvo reñido y los resultados definitivos pueden consultarse en la web oficial de la Semana Negra. Baste reseñar que me alegré particularmente por David Torres y Willy Uribe —dos tipos estupendos— y que lo sentí de veras por Oscar Urra, Mercedes Castro y Felix J. Palma que, siendo igual de estupendos, deberán aguardar a otra ocasión. Finalizado el fallo, reunión en la cafetería del Don Manuel comentando la jugada, cada uno con hipótesis propias y alguna ajena. Por allí pululaban, entre muchas otras, las encantadoras Begoña Minguito, Paula Corroto y Marisa Cuyas —no ha faltado presencia femenina de calité en el festival, no señor— y también tuve ocasión de coincidir con Alfonso Mateo Sagasta, con José Manuel Fajardo y de felicitar efusivamente al recién estrenado ex aequo premio Hammett, Torres.
[Fajardo, Mateo Sagasta y uno que pasaba por allí]
[Dos tipos duros. O así]
A media mañana, los Tristantes, Biedma, Rosaura, Sergio Vera y su familia y un servidor de ustedes decidimos darnos un garbeo por Gijón y acercarnos hasta el Elogio del Horizonte. Y allá que nos fuimos todos en comandita, desafiando un viento cuya presencia se hacía más y más recia según nos acercábamos a aquel magnífico e imponente lugar azotado por el milenario océano, una fascinante terra cognita en la que se produce la simbiótica comunión entre las fuerzas del Arte y las de la Naturaleza... Y aunque lo de los monumentos y esas cosas están muy bien y son de carácter sublime y tal, lo nuestro es lo nuestro y nos fuimos cagando leches —hacia un frío que pelaba, coñe— a la terraza de una estupenda sidrería de Cimadevilla llamada El Requexu. La atención, exquisita y la comida, más aún. Plácido receso, con el viento ya aplacado, presidido por más charlas y risas. Momento de relax y disfrute. Excelente compañía. Calma. Paz. Lo necesitaba.
A las cinco, de vuelta a las carpas donde comenzaban los actos previstos para esa tarde. El primero de ellos, en la Carpa del Encuentro, fue la conclusión de la charla Novela negra y Política iniciada la tarde anterior. Acto seguido y en el mismo lugar, presentación a cargo de Carlos Salem del último novelón de la guapísima Cristina Fallarás titulado Así murió el poeta Guadalupe.
[Fallarás y el golfo de Salem]
A las siete de la tarde, el acto estrella, el más ansiado, el que más expectación despertó, el que... Bueno, a lo mejor exagero un poco. A esa hora, en la carpa A Quemarropa se presentó la antología La lista negra. Nuevos culpables del policial español a cargo de algunos de los antologados, a saber: Juan Ramón Biedma, Oscar Urra, Domingo Villar, la genial pareja —literaria, que conste— compuesta por Empar Fernández y Pablo Bonell, Carles Quilez y el que suscribe. El evento también contó con la presencia de los editores de la criatura: Pablo Mazo, José y Daniel. A decir de los presentes, el acto fue ameno, divertido e interesante. Y firmamos aproximadamente unos... unos... estooo... ejem.... y firmamos. Punto. —gracias, Fran J. Ortiz, por dejarnos estampar el garabato en tu ejemplar. Ahí fue donde me congracié contigo—.
[Preparados para comernos el mundo]
[Con la fabulosa Empar y un espontáneo con cara de hippy porrero, después de habérnoslo comido]
Tras otro par de cervezas, vuelta al hotel. Habíamos reservado mesa para cenar en La Iglesiona y allá que nos dirigimos. La comitiva era bastante nutrida y sospechosa: Miguel Cane, Los Tristantes, Biedma, Rosaura, Mercedes Castro, la pequeña Clara, Fran J. Ortiz, Cristina y el de siempre. No nos detuvieron de milagro. Y si la cena estuvo bien, la postcena fue apoteósica. Jero Tristante sacó el animal que lleva por dentro —y algunas veces por fuera— y se reveló, haciendo uso de ese gracejo murciano tan suyo, como un cuentachistes y narrador de anécdotas nato. A mí se me saltaban las lágrimas y me dolía el pecho de tanto reírme y Cristina, en estado de buena esperanza, casi nos rompe aguas allí mismo —«Es que el otro no lo llevo preparao»—. Tras la cena, vuelta al Don Manuel a darle a eso del alterne. Allí volvimos a encontrarnos con Sergio y familia, que regresaban a su tierra a la mañana siguiente dando lugar a lo que serían las primeras despedidas. Creo —estoy convencido— que marcharon a su Cuenca natal con tan buen sabor de boca como el que nos dejaron a nosotros. Así, al menos, lo espero y deseo. Y entre decenas de conversaciones que nos condujeron a altas horas de la madrugada volvió a surgir, siniestra y subrepticiamente, el espíritu de «Y una polla pa ti». El asunto iba tomando cada vez más cuerpo. Y qué cuerpo. Del delito, se entiende
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