Semana Negra 2009. La crónica (I)
Es complicado condensar en unas pocas palabras todo lo vivido, sentido y experimentado en un evento de la magnitud de la Semana Negra 2009. Tan complicado que realmente no sé por donde empezar. Si comenzar ofreciendo mi eterno agradecimiento a la organización en general —y a Cristina Macía en particular— por haberme brindado la oportunidad de estar presente en esta edición o bien mostrar mi profunda alegría por la gran cantidad de amigos y compañeros con los que he tenido la ocasión de compartir unas inolvidables veladas.
Trataremos de narrarlo en orden.
Llegué a Gijón el día 15 a mediodía, tras cinco horas y media de viaje y la firme sospecha de que se me había borrado la raya del culo de estar tanto tiempo sentado. Por fortuna, a pie de autobús me aguardaba Cristina Macía con su sempiterna sonrisa dibujada en los labios. La cálida acogida y la amabilidad de Cristina atemperaron mis ánimos. Tras acompañarme al hotel, comer un pincho e intercambiar unas breves impresiones, nos dirigimos hacia el recinto en el que se hallaban ubicadas las carpas de la Semana Negra, ansioso por reencontrarme con viejos amigos y conocer a algunos nuevos. Frente a la Carpa del Encuentro, el primer encuentro —no podía ser de otra manera ni en otro sitio más propicio—: el de mi querido Juan Ramón Biedma y la encantadora Rosaura quienes, según las malas lenguas, habían convertido la terracita ubicada frente a la carpa en lugar de operaciones y centro de mando de la ínclita asociación de escritores conocida como Sobere (Sociedad de Bebedores Reconocidos) de la que el amigo Alejandro M. Gallo, en un arranque de ojo clínico, decidió nombrarme tesorero oficial. Como poner a la zorra (con perdón) a cuidar a las gallinas, vamos. Procedemos a las cervezas de rigor e intercambio de novedades desde que nos vimos por última vez en las jornadas «Mejor con un Libro» de Málaga. Tras unos minutos —y unas cuantas cervezas— aparece en el recinto, recién llegado de Murcia, el siguiente de la cuadrilla, el reconocido cierrabares Jerónimo Tristante, acompañado por sus dos mujeres, Lucía y María. El que faltaba. Saludos, abrazos de rigor y las primeras risas —que no concluirían hasta la última de las jornadas—. Continuamos pertrechados en la sede del Sobere —haciendo poco caso a los actos programados para esa tarde, para que nos vamos a engañar— cuando irrumpe en el grupo el que, durante el resto de las jornadas, sería el cuarto en discordia: el literalmente inefable Carlos Salem, quedando conformado lo que durante el resto de las jornadas sería conocido popularmente como Los cuatro jinetes del Apocalipsis —algunos mencionaban a Los cuatro borrachos de mierda, pero creo que se referían a otros—. Y allí, entre conversación, cañas y, por supuesto, decenas de maldades del mundo literario, un servidor comienza a vislumbrar la innegable magia de eso que llaman El espíritu Semana Negra.
Justo en aquel momento de extrema placidez hace su aparición la guinda del postre, la que sería una de las almas de la fiesta: el apreciado y apreciable Sergio, de quien ya hablé en otra ocasión, acompañado por sus padres, José Ángel y Ana. Sinceramente, sin ánimo de emitir encíclicas pastelosas ni ofrecer coba vana, uno realmente encuentra la satisfacción en el trabajo que, mejor o peor, lleva a cabo cuando tiene la ocasión de coincidir con personas tan maravillosamente cálidas como Sergio y su familia.
Tras asistir algunos de los actos previstos para esa tarde —la presentación de Sherlock Holmes y las huellas del poeta de Rodolfo Martínez y la merecidísima entrega a Carlos Salem del premio Novelpol por su Matar y guardar la ropa—, nos dirigimos al hotel Don Manuel, centro neurálgico y punto de reunión de la fauna literaria asistente cuando ésta no se encuentra en las carpas de la feria —o vaya usted a saber en que otros inconfesables lugares—. Aprovecho el momento para saludar a unos cuantos amigos a los que no había tenido ocasión de ver todavía (Alfonso Mateo Sagasta, Paco Camarasa, Fernando Marías, Silvia Pérez Trejo, Raúl Argemí…). Tras la cena, copa en la terraza del hotel y ronda de chistes —mayormente de murcianos. Tristante haciendo patria—, acompañados por Ernesto Mallo, recién sumado a la cuadrilla bandolera y poseedor de una impecable técnica en el arte del chisteo. A las tres de la madrugada y con el pecho a punto de reventar de la risa, me retiro a dormir ya que al día siguiente tengo que impartir un taller de escritura creativa y uno es un golfo, pero es un golfo responsable. Y de esta manera, con la firme convicción de que aquello era tan sólo el comienzo de algo apoteósico, termino mi primera jornada en la Semana Negra 2009.
Y eso sólo para empezar.
Trataremos de narrarlo en orden.
Llegué a Gijón el día 15 a mediodía, tras cinco horas y media de viaje y la firme sospecha de que se me había borrado la raya del culo de estar tanto tiempo sentado. Por fortuna, a pie de autobús me aguardaba Cristina Macía con su sempiterna sonrisa dibujada en los labios. La cálida acogida y la amabilidad de Cristina atemperaron mis ánimos. Tras acompañarme al hotel, comer un pincho e intercambiar unas breves impresiones, nos dirigimos hacia el recinto en el que se hallaban ubicadas las carpas de la Semana Negra, ansioso por reencontrarme con viejos amigos y conocer a algunos nuevos. Frente a la Carpa del Encuentro, el primer encuentro —no podía ser de otra manera ni en otro sitio más propicio—: el de mi querido Juan Ramón Biedma y la encantadora Rosaura quienes, según las malas lenguas, habían convertido la terracita ubicada frente a la carpa en lugar de operaciones y centro de mando de la ínclita asociación de escritores conocida como Sobere (Sociedad de Bebedores Reconocidos) de la que el amigo Alejandro M. Gallo, en un arranque de ojo clínico, decidió nombrarme tesorero oficial. Como poner a la zorra (con perdón) a cuidar a las gallinas, vamos. Procedemos a las cervezas de rigor e intercambio de novedades desde que nos vimos por última vez en las jornadas «Mejor con un Libro» de Málaga. Tras unos minutos —y unas cuantas cervezas— aparece en el recinto, recién llegado de Murcia, el siguiente de la cuadrilla, el reconocido cierrabares Jerónimo Tristante, acompañado por sus dos mujeres, Lucía y María. El que faltaba. Saludos, abrazos de rigor y las primeras risas —que no concluirían hasta la última de las jornadas—. Continuamos pertrechados en la sede del Sobere —haciendo poco caso a los actos programados para esa tarde, para que nos vamos a engañar— cuando irrumpe en el grupo el que, durante el resto de las jornadas, sería el cuarto en discordia: el literalmente inefable Carlos Salem, quedando conformado lo que durante el resto de las jornadas sería conocido popularmente como Los cuatro jinetes del Apocalipsis —algunos mencionaban a Los cuatro borrachos de mierda, pero creo que se referían a otros—. Y allí, entre conversación, cañas y, por supuesto, decenas de maldades del mundo literario, un servidor comienza a vislumbrar la innegable magia de eso que llaman El espíritu Semana Negra.
[Los cuatro colgados del Apocalipsis]
Justo en aquel momento de extrema placidez hace su aparición la guinda del postre, la que sería una de las almas de la fiesta: el apreciado y apreciable Sergio, de quien ya hablé en otra ocasión, acompañado por sus padres, José Ángel y Ana. Sinceramente, sin ánimo de emitir encíclicas pastelosas ni ofrecer coba vana, uno realmente encuentra la satisfacción en el trabajo que, mejor o peor, lleva a cabo cuando tiene la ocasión de coincidir con personas tan maravillosamente cálidas como Sergio y su familia.
Tras asistir algunos de los actos previstos para esa tarde —la presentación de Sherlock Holmes y las huellas del poeta de Rodolfo Martínez y la merecidísima entrega a Carlos Salem del premio Novelpol por su Matar y guardar la ropa—, nos dirigimos al hotel Don Manuel, centro neurálgico y punto de reunión de la fauna literaria asistente cuando ésta no se encuentra en las carpas de la feria —o vaya usted a saber en que otros inconfesables lugares—. Aprovecho el momento para saludar a unos cuantos amigos a los que no había tenido ocasión de ver todavía (Alfonso Mateo Sagasta, Paco Camarasa, Fernando Marías, Silvia Pérez Trejo, Raúl Argemí…). Tras la cena, copa en la terraza del hotel y ronda de chistes —mayormente de murcianos. Tristante haciendo patria—, acompañados por Ernesto Mallo, recién sumado a la cuadrilla bandolera y poseedor de una impecable técnica en el arte del chisteo. A las tres de la madrugada y con el pecho a punto de reventar de la risa, me retiro a dormir ya que al día siguiente tengo que impartir un taller de escritura creativa y uno es un golfo, pero es un golfo responsable. Y de esta manera, con la firme convicción de que aquello era tan sólo el comienzo de algo apoteósico, termino mi primera jornada en la Semana Negra 2009.
[Tristante en plena performance chistera]
Y eso sólo para empezar.
Etiquetas: Semana Negra
5 comentarios:
Pues sí que es negra la semana, cabrón, pero más que negra diría Semana Tinta, y no me refiero a la tinta china, sino al vino tinto. Oye, Pedro, con respecto al relato policiaco ganador, ¿sabes si saldrá en alguna antología?
Por lo que sé, Child los convocantes del premio se reservan el derecho a publicarlo, pero desconozco si lo van a hacer o a incluir en alguna antología o publicación de otro tipo. Es probable que lo cuelguen en la web de la Semana Negra ( http://www.semananegra.org )
Abrazos,
Pedro de Paz
Me encanta ver cómo disfrutas de la fiesta y cómo aprovechas al máximo todo. Haces bien. Ah, me alegro que todo saliera bien.
Besitos.
¡Bien por los intelectuales cachondos, coño!, que hay que ver qué bien os lo pasáis en vuestras reuniones. Las mesas redondas, en los bares y con unas cervezas, que es donde mejor se reflexiona y más se enriquecen las relaciones.
Me ha alegrado volver por aquí. Después de las vacaciones, ya tenía ganas de ver tus entradas y tus crónicas.
Un abrazo fuerte.
P.S.- ¡Lo que daría yo por poder asistir a una semana negra de esas! A ver cuándo se organiza algo así en Galicia.
Gracias, Daffy.
Me alegra volver a verte, GLR. Lo cierto es que sí, que eventos como la Semana Negra, son muy convenientes más allá del aspecto cultural. La Semana Negra es... otra cosa. Extraordinaria.
Abrazos,
Pedro de Paz
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