Mentiras completas y verdades a medias



martes, 14 de julio de 2009

Memento mori. La estética del drama

Su nombre es Enrique Metinides y ha sido, probablemente, uno de los más grandes fotógrafos de la historia. Un clásico a la altura de Agustín Centelles o Robert Capa. Lo peculiar en el caso de Metinides era el motivo habitual de sus fotos: retrataba tragedias. Y fue uno de los mejores en su campo. No tanto por lo osado del planteamiento como por lo perturbadoramente artístico del resultado. Metinides inició su carrera como fotógrafo de prensa de diarios sensacionalistas y tabloides mexicanos. Su primera fotografía de un cadáver la tomó cuando tenía doce años. Lleva lidiando con la muerte toda su vida. Conoce sus secretos. Sabe manejarla, situarla, colocarla. Ponerla guapa. Contemplando sus fotos, uno no puede evitar sentir cierta fascinación virulenta por esa mezcla tan peculiar y revulsiva de estética y muerte. La plasticidad de sus instantáneas resulta sumamente inquietante. Contienen algo, un matiz perturbador que cautiva.

Ha sido comparado en numerosas ocasiones con los más grandes, particularmente con Weegee por lo similar de sus planteamientos. Weegee trampeaba en muchas ocasiones sus escenarios. Metinides aprovechaba las posibilidades de lo que encontraba tal cual. Intuía de una forma natural cómo y dónde poner el ojo en el detalle concreto, convirtiendo la tragedia en la visión de un esteta. Y aunque a priori pudiese parecer que mantienen una cierta similitud, su caso tampoco resulta comparable al de Joel Peter Witkin. En éste último, lo más reseñable es el grotesco bizarrismo que preside sus cuidadas y estudiadas composiciones mientras que Metinides posee, simplemente, una habilidad innata para lograr el encuadre perfecto. Witkin es un artista concienzudo; Metinides, un animal de la fotografía.



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