De papeleras y gilipollas
Si hay una cuestión que me parece deplorable sin paliativos y contra la que suelo manifestarme sin reservas es la violencia policial, particularmente cuando ésta es ejercida de forma gratuita y arbitraria. Al margen de ciertas escenas presenciadas en vivo y en directo (en las manifestaciones estudiantiles de 87 repartieron estopa para aburrir, heridos de bala incluidos), una de las escenas más impactantes —de entre las más recientes— que recuerdo sobre brutalidad policial es ésta, no tanto por la intensidad de la violencia ejercida como por la absurda gratuidad mostrada en ella. Sin embargo, ayer, en las páginas de El Mundo, aparecían las declaraciones de un individuo de 17 años al que, durante una intervención policial, dos agentes de la Policía Nacional le habían curtido el lomo. ¿El motivo? El individuo había sido retenido e inmovilizado por dedicarse, bajo un estado de ebriedad que él mismo reconoció, a atentar contra el mobiliario urbano y dedicarse a patear papeleras y arrojarlas al suelo por el mero placer de hacerlo. Ante la agresión policial, la criatura ha procedido a denunciar a los agentes. «Sé que no debería haber hecho lo que hice, pero los policías tampoco», declaró el tierno infante. Excelente excusa. Me encanta. La recordaré si alguna vez me da por atracar un banco. «Sí, sr. Juez. Sé que no debería haber entrado en la entidad bancaria con una recortá, apuntar al cajero a la jeta y tomar como rehén a una mujer embarazada, pero los agentes de policía tampoco debieron echárseme encima como lo hicieron». Pero ahora viene lo bueno, lo espectacular del caso, la guinda del pastel, el detalle pata negra: estando el patio como está, con la tensión social y política a flor de piel por los recientes acontecimientos de Gaza y el consabido apoyo de EEUU a Israel y sumada la histórica animadversión de los grupos fundamentalistas hacia el invasor imperialista yanki, al individuo en cuestión no se le ocurrió otra cosa que ponerse a patear las papeleras ubicadas en las inmediaciones de la embajada estadounidense de Madrid. Con dos cojones. Sin tener en cuenta la evidente dificultad que supone discernir si un acto de ese cariz puede provenir de la iniciativa espontánea de un gilipollas integral —como fue el caso— o de un plan de distracción orquestado para llevar a cabo una acción de tipo armado contra un lugar tan sensible como el mencionado lo que, por norma alentada por el sentido común, obliga a una rápida intervención policial para evitar posibles males mayores.
En lugar de dos, deberían haberle calzado cuatro hostias. Dos por alborotador y otras dos por tarado.
En lugar de dos, deberían haberle calzado cuatro hostias. Dos por alborotador y otras dos por tarado.
11 comentarios:
Un auténtico gilipollas. Por desgracia, de esos hay cientos, y por desgracia también la mayoría van de revolucionarios antisistema cuando no son más que unos niñatos malcriados.
Sepan ustedes, que siempre que uno le golpea a otro existe la probabilidad de romperle algún hueso y dejar a esa persona parálitica o muerta. No hace falta más que recordar la agresión de aquel portero del Balcón de Rosales al niñato borracho de turno. Si el niñato de las papeleras ha producido algún destrozo que lo pague. No estoy de acuerdo con eso de las palizas. Me parece abusivo. Y más por parte de dos policías armados y bien entrenados. Y el ejemplo que has puesto, Pedro, nada tiene que ver con romper papeleras. Que todo aquel que porta un arma cargada en la mano corre el peligro de que se le dispare y le dé a una embarazada. No es lo mismo, coño.
Mucho gilipollas suelto es lo que hay, Miguel.
Entiendo las implicaciones de la posibilidad que planteas, amigo Child, pero tampoco tu ejemplo del Balcón de Rosales me parece extrapolable. Insisto en el detalle. Hay que estar muy tarado para ponerse a ejercer actos de violencia -como lo es patear papeleras- frente a la embajada americana, estando el patio político como está y no teniendo ninguno el culo para ruidos. Porque puestos a imaginar, ponte en el supuesto -perfectamente factible y legítimo- de que se tratase de una maniobra de distracción de un grupo armado. No me veo yo a los policías -que, con mayor o menor violencia, se limitaron a reducirlo- preguntándo amablemente al susodicho: "Oiga, por favor, ¿podría usted indicarme si casualmente pertenece a Hamás y alberga oscuras intenciones o tan sólo es un simple gilipollas?"
Todo ello sin conocer aún la versión de los agentes, tan digna de crédito a priori como la del individuo en cuestión.
Saludos,
Pedro de Paz
Para empezar, Pedro, el chico no estaba pendiente de lo de la embajada. Segundo, la policía sabe diferenciar la actuación de un grupo terrorista de una gamberrada. De hecho, si sus sospechas hubieran tirado por lo del grupo terrorista, jamás hubieran actuado de esa manera. Por último, le abrieron la cabeza a un menor por dar patadas a una papelera, y la cabeza es muy delicada, Pedro, de verdad. Además, si su actuación hubiera sido la correcta no se hubieran negado a dar los números de placa. Que no Pedro, que cuando se porta un arma o se es poseedor del monopolio de la violencia hay que ser más frío y tener más ojo. Esos policías no merecen un trabajo como el que desempeñan. Son un peligro.
En efecto, Child: el hecho de que el chaval no estuviese pendiente de lo de la embajada me parece un atenuante cojonudo para ponerse a dar patadas a las papeleras. Insisto en el párrafo que encabezaba mi entrada: ni soy amigo de la violencia gratuita ni de la violencia desproporcionada. Y aún sólo conociendo la versión publicada en prensa de la víctima, no veo la gratuidad por ninguna parte ¿La desproporción? Aun sin conocer ambas declaraciones, podría concedértelo por el simple dos-a-uno que plantea la situación. Pero lo del agente de la ley proporcionado y ecuánime en situaciones de riesgo invaluable... Joder, Child, que tú, precisamente tú, me lo plantees.
Saludos,
Pedro de Paz
Justamente no me refiero a eso como un atenuante, sino como una posibilidad que puede ocurrir y, entonces, se debe tener en cuenta, que pueden pagar justos por la paranoia de otros. Yo he tenido que corregir a muchos compañeros míos y pedir a la empresa que no trabajaran conmigo por ser demasiado impulsivos, y eso, me traía más problemas que soluciones. Fíjate sino el marrón que tienen ahora esos dos maderos. Tío, que dar patadas a una papelera no es romper cabezas. Y vuelvo a repetir que de sospecharse lo más mínimo de terrorismo por parte del chaval, los policías no hubieran actuado así. En ese caso, sería una temeridad lo que ellos hicieron.
Que yo también he roto papeleras, Pedro, y que ahora mismo me veo como un gilipollas en esa época. Pero no era para me partieran la cabeza. Que pegar puede costar muy caro. Y te pongo otra vez el ejemplo del niñato del Balcón de Rosales. Que se lo cargaron de una hostia. Que una hostia lanzada con rabia no se controla aunque parezca que sí. Que no todo el mundo admite los golpes de la misma manera.
Un abrazo para ti, también.
Child, volvemos a lo mismo. Que lo de la aparente nimiedad de dar patadas a las papeleras lo sabemos ahora, pero es muy facil hablar a toro pasado porque siendo toreros de salón, todos somos Manolete. Tú me pones el ejemplo del Balcón de Rosales, yo te pongo otro ejemplo análogo: el de la discoteca Heaven. Benditos aquellos que poseéis la preclara clarividencia que permite distinguir, en el mismo momento del incidente, al niñato gilipollas que patea papeleras de la bestia parda que, con una Glock en la mano, se acerca a un portero de discoteca -o a un guarda de seguridad. O a un agente del orden- y le mete dos tiros. Porque te juro que yo, a priori, sin antecedente previo y en el momento cumbre de una movida en la que te ves inmerso, soy incapaz de distinguir al uno del otro. Y ante la duda, lo siento: yo sacudo primero. Y luego hablamos.
Abrazos,
Pedro de Paz
Nada más repugnante que el abuso, la brutalidad policial, como la que refiere Pedro en el vídeo que muestra, donde un policía reduce a quien no necesita ser reducido, o como cuando un policía reduce a quién sí necesita serlo, pero después se emociona hasta el punto de matar o dejar paralítico al individuo en cuestión. Al tipo del vídeo habría que quitarle de por vida el uniforme, la porra y la pistola, y, ya puestos, enfrentarlo así a un hombre de verdad, a ver dónde quedaba su osadía.
Ahora bien, a mí eso de quemar contáiners o cajeros, destrozar cabinas telefónicas o mobiliario urbano vario, arrancar papeleras a patadas, y pretender no llevarse un pelotazo u hostia me suena al ladrón aquel que entra a robar en una casa, se tropieza con un jarrón que está en medio del pasillo, se rompe un hueso, y luego va y denuncia a la familia, con dos cojones, y, si me apuras, como ha pasado en algún lugar, el juez da la razón al ladrón y condena a la familia a indemnizarle por daños y perjuicios.
Cada actividad tiene sus riesgos, y pretender andar dando por culo por ahí y no llevarse nunca una hostia por parte de la madera me parece una perversión. A este paso acabaremos justificándolo todo y, lo que es peor, no distinguiendo a aquellos que se enfrentan a la policía legítimamente de los dementes y lunáticos que no saben ni lo que están haciendo.
Un abrazo, Child y Pedro.
Aquí el tema es que los niños, adolescentes y personal en general han perdido la capacidad de evaluar a priori las posibles consecuencias de sus actos... por la sencilla razón de que rara vez tienen que enfrentarte a las consecuencias de sus actos. "El gato escaldado, del agua fría huye", pero aquí es que ni dios se escalda, a no ser que seas una persona decente y un día se te vaya la mano con el tirano de tu hijo, o pidas permiso en vez de hacer las cosas por las bravas ("pedid y se os denegará", asevera un amigo mío) o se te olvide incluir una gratificación en tu declaración del IRPF.
A lo mejor es que todos los policías deberían ser licenciados en Psicología (como Vila ;)) para saber tratar a la gente. Aunque yo, a estas alturas, en la única psicología que creo es en la de los "reflejos condicionados" de Paulov
Os recomiendo la lectura del artículo referido en la entrada "De papeleras y gilipollas (II). Trancos, demoledora la afirmación del inicio de tu comentario. Yo no lo habría dicho mejor.
Abrazos,
Pedro de Paz
Me encantan las etiquetas que pones: "estupidez" e "imbéciles" son sencillamente geniales.
Yo suscribo lo que dice Trancos. Se ha perdido la medida, no se sabe dónde está el límite.
Bso.
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