Desfacer un entuerto
Hace un año explicaba en estas mismas páginas una curiosa circunstancia relacionada con mi novela El hombre que mató a Durruti. En pocas palabras —y para los perezosos que obviarán pinchar en el enlace— me encontré en una revista editada por GEFREMA, asociación de indiscutible seriedad, un artículo que desgranaba las distintas hipótesis existentes acerca de la muerte de Buenaventura Durruti y argumentaba yo —con algo de sorna, no voy a negarlo, pero sin excesiva malicia— la asombrosa perplejidad que me supuso el comprobar que las bases sobre las que se asentaba el artículo, firmado por Raúl C. Cancio, se asemejaban sospechosamente y hasta límites extraordinarios a las expuestas por mí cinco años atrás en la trama de mi novela. Como conocía la sobrada y merecida buena fama del GEFREMA y su buen hacer, no quise incidir demasiado en el asunto, pero no pude evitar dejar constancia de él. Y así quedo la cosa.
Hoy se ha puesto en contacto conmigo el autor del artículo, el señor Cancio. Me ha comentado que ha leído de forma casual la mencionada entrada y me ha dado su palabra de honor de que, en el momento de la redacción de su artículo, desconocía la existencia y el contenido de mi novela, aludiendo que todo ha de deberse al acierto mutuo de conjeturar ambos a partir de las mismas hipótesis y premisas, lo cual afianzaría la validez tanto de su teoría como de la mía. Y yo le creo. Quizá pueda parecer tonto o ingenuo mi razonamiento, pero alguien dispuesto a empeñar su palabra de honor, aparte de honrarle el gesto, merece ser tenido en la consideración adecuada. El señor Cancio podría haber actuado de muchas otras formas. Podría haberme puesto de vuelta y media y haberme llamado de todo menos bonito —algo tan común a día de hoy en los ámbitos internáuticos—. Sin embargo, y con la mayor educación del mundo, me ha dicho que, a falta de otro refrendo que aportar, me ofrece su palabra de honor. Y sólo por eso y porque me parece de ley, le creo. A pies juntillas.
En ocasiones da gusto recibir ciertos correos. Te hace constatar que no todo se ha perdido en estos días inciertos.
Hoy se ha puesto en contacto conmigo el autor del artículo, el señor Cancio. Me ha comentado que ha leído de forma casual la mencionada entrada y me ha dado su palabra de honor de que, en el momento de la redacción de su artículo, desconocía la existencia y el contenido de mi novela, aludiendo que todo ha de deberse al acierto mutuo de conjeturar ambos a partir de las mismas hipótesis y premisas, lo cual afianzaría la validez tanto de su teoría como de la mía. Y yo le creo. Quizá pueda parecer tonto o ingenuo mi razonamiento, pero alguien dispuesto a empeñar su palabra de honor, aparte de honrarle el gesto, merece ser tenido en la consideración adecuada. El señor Cancio podría haber actuado de muchas otras formas. Podría haberme puesto de vuelta y media y haberme llamado de todo menos bonito —algo tan común a día de hoy en los ámbitos internáuticos—. Sin embargo, y con la mayor educación del mundo, me ha dicho que, a falta de otro refrendo que aportar, me ofrece su palabra de honor. Y sólo por eso y porque me parece de ley, le creo. A pies juntillas.
En ocasiones da gusto recibir ciertos correos. Te hace constatar que no todo se ha perdido en estos días inciertos.
Etiquetas: El hombre que mató a Durruti, Libros, Literatura
4 comentarios:
Es usted un señor y un caballero. Mi respeto y agradecimiento.
Raúl C. Cancio
El objetivo de este post no es quedar como un caballero, sino ponernos los dientes más largos todavía hasta la salida de la novela... Es usted un provocador!!!
Por cierto, genial su micro vendimiador!
;-)))
Que grande eres Pedro. Y que buena gente parece el señor Cancio.
Gestos como este te reconcilian con la ingrata especie a la que pertenecemos.
Fer.
Un placer, Sr. Cancio.
¡Sielos!, me ha pillado usted, D. Eduardo :-)
Gracias, Fer. La cosas bien hechas sólo tienen un camino.
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