El mundo no es una mierda, al fin y al cabo
Hoy, una llamada telefónica me ha colmado de satisfacción. Hace año y medio escribí un artículo a modo de desahogo personal. Un buen amigo necesitaba que le abriesen los ojos y yo, dentro de mis posibilidades, traté de hacerlo. Aquello, además de un desahogo, fue una botella lanzada al mar con un mensaje que, para mi fortuna, terminó llegando donde debía. Hoy he recibido la feliz confirmación de ello. Y junto a esa llamada telefónica, con la buena nueva, llegaba una muestra de sincero y honesto agradecimiento. Una muestra tácita, subrepticia, sobreentendida… La clase de muestras que provienen de los verdaderos amigos, de aquellos que no necesitan decirte nada para decírtelo todo.
Hoy alguien me ha hecho el favor de hacerme sentir mejor persona.
Con vuestro permiso, esto es lo que escribí hace año y medio.
HOY ME HAN CONTADO
Hoy me han contado que has tocado fondo. Que estás hasta los cojones, que no aguantas más. Que de no ser por esas dos criaturas y por tu mujer, a los que adoras, habrías preparado el petate y te habrías echado al monte sin dudarlo un instante. Me han contado que te han rescindido el contrato temporal a media jornada que tenias la «suerte» de poder compatibilizar con un segundo trabajo a jornada completa —a costa de levantarte mucho antes del alba y regresar casi ya de anochecida— y que te permitía, mes a mes, cubrir parte de los gastos de tus hijos, sobrellevar el timo del Euro que nos clavaron hace ya cinco años y que soportamos de forma estoica «por el bien de la Europa común» y arrastrar la interminable hipoteca de un piso que cuesta cuatro veces más de lo que vale.
Me lo ha contado tu mujer, con el rostro demudado y los ojos arrasados, ocultos tras unas impenitentes gafas oscuras, mientras compartíamos un café en la mesa de un bar. También me ha contado que teme por ti. Que teme que el día menos pensado cometas una locura. Que, cuando crees que duerme, ella te ha sentido enterrar el rostro en la almohada y desgranar sollozos de rabia e impotencia. Me ha contado que, a pesar de su grave lesión de espalda, a pesar incluso de tu rotunda e inapelable negativa, está dispuesta a volver a trabajar con tal de dejar de verte sufrir. Sin tragedias. Sin reproches. Ella conoce. Ella comprende. Son quince años juntos y eso da para mucho. Sabe perfectamente que siempre has procurado darles, a ella y a los niños, lo mejor de ti mismo pero que, al mismo tiempo, las entrañas te queman por la responsabilidad asumida en solitario, por pensar que las estrecheces de tu familia son culpa tuya. Que te reconcome la idea de que, tras años de ardua lucha, puedas haberlos fallado. Y, por ese motivo, ella tiene miedo. Mucho miedo. Sabe, aunque tú no hayas mencionado una sola palabra, que te estás planteando, como único recurso para sacarlos adelante, el volver a recorrer ese peligroso camino que una vez abandonaste. Esa senda turbia y oscura que prometiste no volver a recorrer. Un camino que no conduce a ningún lugar y del que casi nunca se termina regresando porque tan sólo es de un sentido. Siempre lo ha sido. Siempre lo fue.
Tú debes de saberlo mejor que nadie. Fuiste de los pocos que volviste.
Eres una buena persona. Lo sé. He podido comprobarlo en numerosas ocasiones. Lo he visto en decenas de gestos, triviales en apariencia, pero que, ante ojos avisados, permiten descubrir la materia de la que está hecha una persona. Te he visto perder para que otros saliesen ganando porque así creías que debías hacerlo. Te he visto ayudar sin esperar nada a cambio a quien, quizá sin merecerlo, lo ha necesitado. Te he visto regresar a base de fuerza de voluntad y coraje de donde a otros no se les permite retornar jamás. Te he visto trabajar y pelear como una bestia para encauzar tu vida. Como también te he visto desviar la mirada, huidiza, azorada, cuando te has visto obligado a pedir dinero prestado —para que tus hijos comieran hasta fin de mes. Tú no lo dijiste nunca pero yo lo sabía— y he visto tornar esa vidriosa mirada en cálida y agradecida cuando han puesto el dinero en tus manos sin hacer preguntas, sin alusiones que pudiesen resultarte incómodas o humillantes. Te he visto componer una resignada mueca, a medias desolada y a medias comprensiva, cuando tu hijo de siete años, con su inocencia infantil, ha venido a contarte lo grande que es el coche que se ha comprado el papá de su amiguito y te ha preguntado que cuándo compraríais vosotros uno así. Y te he visto explicarle, con infinita ternura y paciencia, hasta hacerle entender el motivo por el cual debéis seguir aferrados a ese Peugeot que, de puro viejo, se cae a pedazos.
Por ese motivo me gustaría decirte que no te preocupes. Que lo vas a lograr. Que, al margen de que los amigos estemos o dejemos de estar cuando haga falta, a las personas como tú no les queda más remedio que terminar saliendo adelante. Porque no puede ser de otro modo. Porque no podemos permitirnos el lujo de que sea de otra manera. Porque si las personas como tú no lo logran, ¿qué mierda de enseñanza nos queda de todo esto? ¿Que los íntegros fracasan? ¿Que lo auténticamente importante y trascendente en la vida es ser un sinvergüenza y subsistir a costa de vender la dignidad? Tus hijos no se merecen recibir una lección de ese calibre. No es esa la enseñanza que desearías darles y lo sabes tan bien como yo.
Sólo quería que lo supieses. Que, en los malos momentos, estamos ahí, para lo que necesites. Y que en los buenos, la única pretensión de los que te rodeamos es que sigas siendo lo que siempre has sido. Una buena persona. Un hombre honrado que luce su honestidad con orgullo. Un buen marido. Un buen padre. Un lujo de amigo. Un indispensable compañero.
Tan sólo he querido recordártelo. Por si acaso lo hubieses olvidado.
Que los vientos te sean propicios, querido amigo. Donde quiera que el Destino desee llevarte.
Hoy alguien me ha hecho el favor de hacerme sentir mejor persona.
Con vuestro permiso, esto es lo que escribí hace año y medio.
HOY ME HAN CONTADO
Hoy me han contado que has tocado fondo. Que estás hasta los cojones, que no aguantas más. Que de no ser por esas dos criaturas y por tu mujer, a los que adoras, habrías preparado el petate y te habrías echado al monte sin dudarlo un instante. Me han contado que te han rescindido el contrato temporal a media jornada que tenias la «suerte» de poder compatibilizar con un segundo trabajo a jornada completa —a costa de levantarte mucho antes del alba y regresar casi ya de anochecida— y que te permitía, mes a mes, cubrir parte de los gastos de tus hijos, sobrellevar el timo del Euro que nos clavaron hace ya cinco años y que soportamos de forma estoica «por el bien de la Europa común» y arrastrar la interminable hipoteca de un piso que cuesta cuatro veces más de lo que vale.
Me lo ha contado tu mujer, con el rostro demudado y los ojos arrasados, ocultos tras unas impenitentes gafas oscuras, mientras compartíamos un café en la mesa de un bar. También me ha contado que teme por ti. Que teme que el día menos pensado cometas una locura. Que, cuando crees que duerme, ella te ha sentido enterrar el rostro en la almohada y desgranar sollozos de rabia e impotencia. Me ha contado que, a pesar de su grave lesión de espalda, a pesar incluso de tu rotunda e inapelable negativa, está dispuesta a volver a trabajar con tal de dejar de verte sufrir. Sin tragedias. Sin reproches. Ella conoce. Ella comprende. Son quince años juntos y eso da para mucho. Sabe perfectamente que siempre has procurado darles, a ella y a los niños, lo mejor de ti mismo pero que, al mismo tiempo, las entrañas te queman por la responsabilidad asumida en solitario, por pensar que las estrecheces de tu familia son culpa tuya. Que te reconcome la idea de que, tras años de ardua lucha, puedas haberlos fallado. Y, por ese motivo, ella tiene miedo. Mucho miedo. Sabe, aunque tú no hayas mencionado una sola palabra, que te estás planteando, como único recurso para sacarlos adelante, el volver a recorrer ese peligroso camino que una vez abandonaste. Esa senda turbia y oscura que prometiste no volver a recorrer. Un camino que no conduce a ningún lugar y del que casi nunca se termina regresando porque tan sólo es de un sentido. Siempre lo ha sido. Siempre lo fue.
Tú debes de saberlo mejor que nadie. Fuiste de los pocos que volviste.
Eres una buena persona. Lo sé. He podido comprobarlo en numerosas ocasiones. Lo he visto en decenas de gestos, triviales en apariencia, pero que, ante ojos avisados, permiten descubrir la materia de la que está hecha una persona. Te he visto perder para que otros saliesen ganando porque así creías que debías hacerlo. Te he visto ayudar sin esperar nada a cambio a quien, quizá sin merecerlo, lo ha necesitado. Te he visto regresar a base de fuerza de voluntad y coraje de donde a otros no se les permite retornar jamás. Te he visto trabajar y pelear como una bestia para encauzar tu vida. Como también te he visto desviar la mirada, huidiza, azorada, cuando te has visto obligado a pedir dinero prestado —para que tus hijos comieran hasta fin de mes. Tú no lo dijiste nunca pero yo lo sabía— y he visto tornar esa vidriosa mirada en cálida y agradecida cuando han puesto el dinero en tus manos sin hacer preguntas, sin alusiones que pudiesen resultarte incómodas o humillantes. Te he visto componer una resignada mueca, a medias desolada y a medias comprensiva, cuando tu hijo de siete años, con su inocencia infantil, ha venido a contarte lo grande que es el coche que se ha comprado el papá de su amiguito y te ha preguntado que cuándo compraríais vosotros uno así. Y te he visto explicarle, con infinita ternura y paciencia, hasta hacerle entender el motivo por el cual debéis seguir aferrados a ese Peugeot que, de puro viejo, se cae a pedazos.
Por ese motivo me gustaría decirte que no te preocupes. Que lo vas a lograr. Que, al margen de que los amigos estemos o dejemos de estar cuando haga falta, a las personas como tú no les queda más remedio que terminar saliendo adelante. Porque no puede ser de otro modo. Porque no podemos permitirnos el lujo de que sea de otra manera. Porque si las personas como tú no lo logran, ¿qué mierda de enseñanza nos queda de todo esto? ¿Que los íntegros fracasan? ¿Que lo auténticamente importante y trascendente en la vida es ser un sinvergüenza y subsistir a costa de vender la dignidad? Tus hijos no se merecen recibir una lección de ese calibre. No es esa la enseñanza que desearías darles y lo sabes tan bien como yo.
Sólo quería que lo supieses. Que, en los malos momentos, estamos ahí, para lo que necesites. Y que en los buenos, la única pretensión de los que te rodeamos es que sigas siendo lo que siempre has sido. Una buena persona. Un hombre honrado que luce su honestidad con orgullo. Un buen marido. Un buen padre. Un lujo de amigo. Un indispensable compañero.
Tan sólo he querido recordártelo. Por si acaso lo hubieses olvidado.
Que los vientos te sean propicios, querido amigo. Donde quiera que el Destino desee llevarte.
Etiquetas: Amigos, Personal e intransferible
4 comentarios:
Emotivo texto, sí señor, y más teniendo en cuenta que no es ficción. Ojalá todos pudiéramos echar mano de una ayuda así, como la que usted le brindó, para los malos momentos.
Un saludo.
Un saludo, Pedro. Éste es el primer comentario que incluyo en tu blog pero, ya que he comenzado a leer "El Documento Saldaña", a buen seguro no será el último. La novela me está encantando. Es de esos libros que te atrapan, que te enganchan desde la primera página, que te agarran de las solapas y hacen que te vuelques sobre sus hojas y que, para desgracia mía, te quitan el sueño. Con toda seguridad, disfrutaré de la lectura hasta la última palabra.De verdad, felicidades.
He leído, además, esa carta que incluyes en el blog. ¡Cuánta falta nos hace un amigo en los malos momentos!¡Qué necesario es, en ocasiones, un abrazo, un consejo cariñoso y bienintencionado, o una afectuosa palmada en el hombro! Me alegro de que, en este caso, haya ido todo bien.
Ya nos veremos. Un saludo
No hice más que lo que se haría por un buen amigo, Ángelus. Por suerte, el asunto salió bien.
Me alegra que estés disfrutando con la lectura de El documento Saldaña, glr. No hay mayor recompensa que esa: que el lector, destinatario del esfuerzo llevado a cabo, no se sienta defraudado. Y lamento fastidiar tus horas de sueño :-)
Abrazos,
Pedro de Paz
El mundo sí es una mierda, pero mucha gente no lo es, y tú con tu afecto y él con su coraje lo habéis demostrado una vez más.
Abrazotes.
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