Mentiras completas y verdades a medias



miércoles, 2 de julio de 2008

Entre amigos



Anoche tuve ocasión de disfrutar de una gratísima velada cenando en la terraza de Alduccio, entre amigos, en inmejorable compañía. La delirante canícula que durante estos días está asolando la capital terminó, tras la puesta de sol, por ceder y hacerse cómplice, concediendo la necesaria tregua para disfrutar de una noche de temperaturas soportables, una noche que fue rematada como corresponde —whisky en mano—, a la manera de uno de los clásicos del verano capitalino, es decir, en una de las terrazas de La Castellana. Los conspicuos éramos, por un lado, Cristina Salama y Guzmán Alonso, factotums y alma mater —y pater, respectivamente— de RLYA, agencia literaria y, por otro, la encantadora Irene Mora, uno de sus más recientes fichajes. Una novelista de raza que dará bastante que hablar —quédense con el nombre, les prevengo. Luego no digan que no les avisé— cuya última obra, de carácter histórico, versa sobre Monteverdi y el mundo de la ópera. El texto —a un paso de cerrar acuerdo de edición con un sello de fuste y renombre— es una autentica delicia a decir de fuentes bien informadas. Deseando estoy de hincarle el diente. A la novela me refiero, que la autora es mujer comprometida.

La velada, magnífica. Despliegue de conversaciones que terminaron derivando hacia derroteros histórico-musicales —Guzmán resultó ser un extraordinario hallazgo al respecto aunque como vuelva a tratar de ridiculizar a The Police, le romperé las piernas sin la menor compasión. Y parecerá un accidente—, risas, bromas, confidencias y afectos. Se conjugaron todos los elementos necesarios para dar lugar a una noche extraordinariamente placentera. Y digna de ser repetida a la menor oportunidad posible.

Madrugada. De vuelta a casa, la fascinante noche madrileña como telón de fondo. Luces, colores, sonidos, aromas. Edificios alzándose al cielo, buscando, tanteando, tratando de invadir dominios ajenos con sus hechuras de hormigón y luz. Lugares centenarios, plenos de historia y leyenda, que sin duda alguna seguirán estando allí cuando uno ya no sea más que polvo y cenizas. Vida e historia, uno frente a otro, cuerpo a cuerpo. Mi coche surca las luminosas avenidas de esta metrópoli de enigmáticas entrañas, a veces esquiva, a veces sombría, a veces misteriosa, siempre cálida y acogedora como sólo sabe serlo la mejor de las amantes mientras en mi retina se fijan estampas apetecibles, entrañables, confortables. A pesar de los años transcurridos, vividos y disfrutados en esta ciudad, aún no acabo de entender el extraño mecanismo que pone en marcha ese embrujo capaz de atrapar a todo aquél que patea sus calles. Ni falta que hace. Yo hace tiempo que acepté que toda resistencia es fútil. Que Madrid —el Mad Madrid al que siempre nos remite el amigo Javier Puebla— es mucho Madrid, para lo bueno y para lo malo, y que lo seguirá siendo per secula seculorum. El resto es accesorio. Pero, paradójicamente, mis pasos se encaminan hacia la periferia, hacia mi hogar, hacia mi segunda patria. A ese lugar necesario, imprescindible, en el que hallar refugio para descansar del propio Madrid. Porque, quizá, sea esa la única forma posible de soportar, día tras día, el embate de sus agotadores encantos.

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Bueno, Pedro, ante la velada amenaza de unas piernas rotas -además en verano, ¡qué pereza!- prometo no volver a meterme con los chicos de Police y reconocerles su mérito por algunas de sus rolas en el momento en el que las sacaron; así que, nada, pues eso,...message in a pixel!

Bromas aparte, la próxima vez que repitamos ya nos pondremos de acuerdo para intercambiarnos algunas de nuestras "joyas musicales".

Un Abrazo;

Guzmán

10 de julio de 2008, 17:20  

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