Jornadas «literarias»
Ayer noche se celebró la primera de las jornadas literarias auspiciadas por el foro Ábrete libro, punto de encuentro en la red —y prácticamente de referencia— de un nutrido grupo de ávidos lectores y al que, dada su repercusión, se acercan y participan numerosos autores dispuestos a compartir experiencias acerca de sus obras. El afamado contacto con los lectores, asunto realmente imprescindible para recibir de cuando en cuando un baño de humildad, tan necesario en muchas ocasiones. El evento tuvo lugar en la terraza de La Casa Encendida, un encantador lugar con una de las mejores vistas de Madrid. El acto, organizado con eficiencia prusiana, concedió la oportunidad de reunir a un grupo de gente que, día tras día, intercambia opiniones y criterios sobre diversas lecturas, pero que muy de tarde en tarde tienen ocasión de verse en persona. Un servidor estuvo entre ellos gracias a la cortesía de sus organizadores y al fin pude poner rostro a un montón de nombres y apodos familiares a los que había tenido oportunidad de ver desentrañar con precisión quirúrgica y razonado criterio los vericuetos de muchas novelas: Giove, Takeo, Artemisia, Lucía, Arwen, Garabis, Julia... También pude saludar a Jorge Magano, autor de esa delirante joya titulada La Isis Dorada, conocer a Maite, editora de Maeva, y a ese tipo genial llamado Eduardo Melón, agente literario, y departir al fin como Dios manda —tras muchas ocasiones fallidas y eternamente pospuestas— con ese loco maravilloso llamado Jerónimo Tristante, «mi hermano Jero», autor de una saga de novelas que terminará por convertirse en un clásico —al tiempo—. La velada resultó una delicia y el ambiente, cálido e idóneo para confidencias, chascarrillos y risas. Terminado el acto y aún con ganas de juerga, nos dirigimos a un bar cercano para continuar la charla y la farra. Imaginen la cara del camarero cuando vio el local okupado por una horda compuesta por unas treinta personas. En la barra y sin premeditación alguna, logramos reunir un tandem peculiar: Tristante, Eduardo Melón, el entrañable Giove y el que suscribe. Y aquello fue el acabose. Hablamos de lo divino y lo humano, mancillamos autores y libros, brindamos y blasfemamos a partes iguales, conspiramos e hicimos planes de futuro. Y bebimos. Vaya si bebimos. Hasta el agua de los floreros. Cuando terminaron por echarnos del bar, Eduardo Melón nos condujo a un garito cercano en Lavapiés donde poder rematar la faena —por cierto, creo que el último whisky no lo pagué. Lo siento, chicos. Puro despiste sin maldad. Lo juro. Si alguien lo abonó, que me lo diga, que le debo uno—. Y en torno a las dos de la mañana, feliz como una perdiz y un poco borroso, regresé a casa tremendamente satisfecho por no haber desperdiciado una oportunidad como la brindada esa noche. Las jornadas se prolongaban a lo largo de este fin de semana, pero, por desgracia, no he podido acompañarles debido a compromisos previos. Una autentica putada puesto que me hubiese encantado continuar la juerga con esa jauría maravillosa. Habrá otras ocasiones. Estoy seguro de ello.Gracias, Ábrete libro. Por momentos como los de anoche son por los que a veces merece la pena dedicarse a lo que uno se dedica.







