Mentiras completas y verdades a medias



jueves, 10 de marzo de 2011

Cuentas pendientes

Quien me conoce sabe que no soy amigo de airear tragedias, particularmente propias, ni albergo una especial querencia hacia el melodrama, pero puedo afirmar sin pecar de trágico que hoy estoy ante el teclado, escribiendo estas palabras, tras haber paseado muy cerca de ese difuso territorio del que la gente no vuelve. Las palabras no son mías. Son del cirujano que me ha intervenido. «Peritonitis aguda con perforación del intestino grueso y grave sepsis intrabdominal» se ha llamado el peaje de esa peligrosa travesía de once días que me ha reportado una intervención quirúrgica contra reloj, tres días de semiinconsciencia en la U.C.I. con un camión-cisterna de antibióticos enchufado a la vena, todo tipo de vías —periféricas, centrales, parenterales…—, todo tipo de sondas —nasogástricas, vesicales…—, un costurón de 25 centímetros en el abdomen —adiós Operación Bikini de este año— y una colostomía transversal.

De toda experiencia se aprende. Particularmente de las más intensas. Y si algo he sacado en claro durante estos días es que la lista de prioridades vitales en la que uno anota su particular debe y su haber apunta hacia un norte muy equivocado las más de las veces. Y que concedemos demasiada relevancia a asuntos que realmente no la merecen. Y que solemos posponer demasiadas cuestiones amparándonos en un artificio de cartón piedra llamado futuro al que se le ve el andamiaje a poco que a uno le muestran el delicado equilibrio en el que se apoya. Y que quien dice estar ahí no siempre lo estará cuando realmente lo necesites ni que aquél con quien, en apariencia, no podías contar te dejará tirado tal y como esperabas que hiciese.

Importantes enseñanzas todas. Lo trágico es la dureza del precio a pagar por aprender lecciones a la postre tan evidentes.

Desde este modesto espacio me gustaría ofrecer mi eterna, sincera e inquebrantable gratitud a la doctora Inés de la Fuente, que supo diagnosticar lo que otros no vieron y que, de no ser por ella, muy probablemente yo no estaría ahora mismo escribiendo estas palabras. Al equipo de cirugía del Hospital de Móstoles y, en particular, al Dr. García Teruel, que supo atajar con pericia lo que ya se había torcido de muy mala manera. Al personal del servicio de Urología del mencionado hospital que, durante estos días y a falta de camas disponibles en la planta que me correspondía, me acogió, cuidó y mimó más allá del cumplimiento del deber. Y a mis amigos, mis auténticos amigos, que, sabiéndolo o sin saberlo, han estado ahí mostrando su preocupación y prestando su apoyo y su aliento.

Y al médico que erró en su primer diagnóstico y provocó que una situación realmente grave se demorase 24 horas, sólo le deseo que el Diablo le confunda, que una comadreja le coma los ojos y que su mujer le engañe en esta vida y en la otra.

Nada más por hoy. Es mi primer día de alta hospitalaria y estoy cansado. Muy cansado. Sólo pedir disculpas a aquellos que durante estos once días no han obtenido respuesta a un email, una llamada o un mensaje y hayan podido pensar que no deseaba prestar atención a su requerimiento. Como han podido comprobar, la demora ha tenido su justificación. Sólo pido paciencia para que, poco a poco, pueda ir poniéndome al día y ofrecer respuesta a todos aquellos que la pidieron.

Porque debo seguir saldando cuentas pendientes.

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