Mentiras completas y verdades a medias



miércoles, 30 de junio de 2010

Candidiasis, Toxoplasmosis y otras parasitosis

A los responsables sindicales de Metro de Madrid se les llena la boca al hablar acerca de la estricta legalidad de su derecho a la huelga —circunstancia que, por cierto, nadie discute—, exhibiendo afectados y sonoros golpes del pecho al aducir que tal derecho está protegido y respaldado por la propia Constitución, ley de leyes de la jurisprudencia de este país. Lo que ya pronuncian con la boca chica o susurran por la bajini es que el mismo artículo constitucional que garantiza su derecho a la huelga, también garantiza que «...la ley que regule el ejercicio de este derecho establecerá las garantías precisas para asegurar el mantenimiento de los servicios esenciales de la comunidad...» (Art. 28.2 de la Constitución Española). Y que, como dicen en mi pueblo «o follamos todos o tiramos la puta al río». O aceptamos TODOS los términos de la ley o no aceptamos ninguno. Lo que no es ni serio ni de recibo es aceptar la mitad, la cuarta parte o los trece octavos de un artículo legislativo —para ser exactos, la parte que nos interesa— y omitir el resto. Y lo que ya resulta del todo inadmisible es la temerosa irresponsabilidad con la que, con relación a este asunto, se han manejado los máximos responsables de los sindicatos mayoritarios de este país al apoyar y promover una huelga sin servicios mínimos —garantizados por ley, exactamente la misma ley que garantiza su huelga, no lo olvidemos— de una prestación tan esencial como supone el transporte público. Que no se nos olvide —al menos a los ciudadanos de Madrid— que se trata de los mismos elementos que pretenden conducirnos a una huelga general el próximo 29 de septiembre. Les sugiero a estos elementos que, con ánimo de hacer proselitismo al respecto, se acerquen hoy a pie de calle a los dos millones de trabajadores que abarrotan los autobuses de Madrid y que han visto pisoteadas sus garantías legales para ejercer su derecho al trabajo. Que creo que los van a acoger con los brazos abiertos.

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martes, 29 de junio de 2010

De la zafiedad considerada como una de las bellas artes

A raíz de la lúcida y precisa reflexión que el amigo Paco Gómez Escribano ha incluido en su blog y tras saltar por los blogs de algunos de sus comentaristas, he ido a parar al siguiente —estremecedor— documento gráfico.


La incultura, la ausencia de conocimientos o el no haber podido —o incluso no haber sabido— estudiar no tiene necesariamente porqué ser algo reprochable o risible. Cada persona es un mundo. Las más de las ocasiones resulta complicado ponerse en el pellejo del otro y profundizar en las circunstancias que han conducido a alguien hasta una situación concreta, bien sea voluntaria o involuntaria. Pero nadie en su sano juicio duda de la ventaja que supone el conocimiento frente al desconocimiento, el saber frente al no-saber. El auténtico problema no reside en no saber. El auténtico problema reside en jactarse de tal circunstancia y hacer de ello una bandera. El problema está en convertir el desconocimiento, la vanagloria, la petulancia y la zafiedad en un modo de vida y sentirse orgulloso de ello. Como si, hoy en día, la capacidad de aprender, de pensar, de discernir y de tener criterio —y, sobre todo, adquirir las bases necesarias para hacerlo de forma solvente— se hubiese convertido por sí mismo en un penoso lastre, un lamentable modo de complicarse la vida. Como si nuestra meta en la vida pasase por una nueva forma de culto en la que el supremo becerro de oro a adorar fuese la imagen de quien protagoniza el video arriba incluido y sus ¿planteamientos vitales?, los nuevos dogmas de fe. «Mi mundo es mejor que el tuyo porque mi ausencia de conocimientos e inquietudes intelectuales lo hacen más sencillo, menos complicado. Yo, con una consola de videojuegos y un porrito a media mañana tengo solucionado el día. No necesito conocer ninguna mandanga más que me lleve a complicarme la vida». Hacer del anterior enunciado una filosofía de vida es lo que resulta verdaderamente inquietante. Y sobre todo peligroso. Porque al renunciar a conocer los rudimentos de aquello que nos rodea estamos renunciando a su vez a disponer del criterio fundamentado que nos concede dicho conocimiento. Y no parecemos —o no queremos— darnos cuenta de que, sin capacidad de criterio, facilitamos la tarea a aquellos que, a diario, nos sojuzgan, nos conducen y tratan de movernos a través de los caminos que más les convienen. Sin criterio siempre nos fallará la base de nuestra argumentación. Jamás dejaremos de ser un ladrillo más en el muro, sin capacidad ni medios para poner coto a los abusos que continuamente sufrimos, comenzando por el jefe que gobierna nuestra empresa y acabando por los políticos que gobiernan nuestros destinos. Y luego nos quejamos airados y lloramos por los rincones cuando nuestro jefe nos engaña y nos explota o nuestros políticos nos estafan y nos manipulan como quieren.

Y lo más lamentable de todo es que los adalides de esta nueva corriente de neonihilismo ni tan siquiera parecen ser conscientes del pozo en el que ellos mismos se introducen.

Realmente lamentable.

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miércoles, 23 de junio de 2010

Memoria

Lo comentaba recientemente con un amigo. Todo el que gusta de practicar el honroso oficio de darle a la tecla guarda en su coto privado ciertos hitos que, al más puro estilo navideño de Su Majestad, «te llenan de orgullo y satisfacción». Momentos que atesoras para siempre en el fondo de tu memoria. La gran mayoría de ellos suelen ser primeras veces. El día que firmas tu primer contrato editorial. El día que contemplas el primer ejemplar de tu primera novela. La primera vez que firmas en la Feria del Libro de Madrid. El primer ejemplar en el que estampas una dedicatoria... a alguien completamente ajeno a ti, que no es ni amigo ni familiar. La primera vez que eres reconocido en público en un ámbito ajeno al literario por alguien a quien tú no conoces de nada —ésta depende mucho de lo anodino o peculiar que sea tu aspecto físico. En mi caso tiene poco mérito. Con la pinta de macarra chungo que tengo, quien me ve una sola vez, aunque sea en foto, ya no me despinta. No fue la primera, pero recuerdo la más graciosa, una ocurrida una vez en mitad del Ikea... que quizá cuente en otra ocasión—. En fin, que hay momentos a lo largo de esta singular carrera de fondo que es la Literatura que permanecen siempre como recuerdos imborrables. Entrañables las más de las veces. Gratos casi siempre.

En otras ocasiones, el suceso no tiene nada particularmente emotivo ni trascendente, pero, debido a no se sabe bien qué extraño mecanismo, decides archivarlo en el disco duro de tu memoria y recordarlo de cuando en cuando con un afecto especial. En muchas ocasiones, el motivo no tiene nada que ver con el hecho en sí. Quizá ese día estabas particularmente contento. O te resultó particularmente simpático el contexto. O la forma. Quién sabe. Verbigratia.

-oOo-

Sección de libros de un Corte Inglés ubicado en un gran centro comercial. 18:30 P.M. Me acerco a la dependienta con intención de preguntarle por un título.

—Buenas tardes, ¿tienen algún ejemplar de un libro titulado...[menciono el título]?

La dependienta, una mujer madura de aspecto afable y resuelto, se vuelve ante la consola del ordenador y comienza a teclear el título que le he dado. Mientras lo hace, me pregunta de forma distraída, sin siquiera mirarme.

—¿Eres el autor?

La pregunta me pilla a trasmano. Más que nada porque asumo y presupongo que no se la hace a todo el mundo que se acerca a preguntarle por un libro.

—Errrr... No... De éste, no.... De otros, sí —añado con una sonrisa de circunstancia.
—Lo sé. Eres el autor de El documento Saldaña. Te lo he preguntado por si era el último que habías publicado. No sabes la cantidad de escritores que se acercan «de incógnito» a preguntarnos por sus propios libros para saber si disponemos de ellos en stock.

Más sonrisa de circunstancia. Yo mismo he jugado a ese juego en varias ocasiones.

—No, en este caso, no. Se trata de un libro de un amigo que quiero comprar.

La mujer continúa tecleando en la consola. Anota una referencia y cambia de aplicación. Introduce la referencia anotada. Mientras aguardo la respuesta, me animo y me lanzo a preguntar.

—¿Ha leído usted El documento Saldaña?
—Sí.
—¿Y qué le pareció?
—Me gustó mucho. Sus dos protagonistas me resultaron entrañables, sobre todo Miguel Cortés. La historia era muy buena y la acción estaba bien contada, muy dinámica. Lo leí casi de un tirón.
—No sabe cómo me alegra escuchar eso.
—¿Tiene previsto recuperar a los mismos personajes para alguna novela futura?
—Lo cierto es que sí. Tengo un argumento en mente en el que ambos encajarían bastante bien.
—¿Cuándo se publicará?
—No, no... Aún no está ni escrita. Por el momento, sólo dispongo de un breve esbozo de la trama. Nada más.
—Lástima. Me tocará esperar para poder leerla. Espero que no demasiado.


La mujer se encamina hacia una estantería cercana y me hace entrega de un ejemplar del libro por el que le había preguntado. Tras abonarlo salgo del centro comercial con una sonrisa de oreja a oreja. No porque me haya reconocido yendo «de incógnito» sino porque ya ha transcurrido casi año y medio desde el lanzamiento de El documento Saldaña. Y aún hay gente que continua guardando memoria de personajes que yo he creado.

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jueves, 17 de junio de 2010

Reencuentros

Es curiosa la relación suele mantenerse con los personajes a los que uno ha dado vida. Tiene mucho de psicoanalítico. Freud estaría encantado. Durante meses has convivido con ellos, has formado parte de su vida y ellos de la tuya. Has reído cuando ellos reían, sufrido cuando ellos sufrían, te has enojado cundo ellos lo hacían y te has alegrado con su alegría. Has deseado que sus aventuras —o desventuras— terminasen felizmente y que, en el trayecto, no lo pasasen demasiado mal. Un día no te queda más remedio que poner punto final a esa relación. Y los ves partir. Y desde ese día, ellos siguen su camino y tú, el tuyo. Y ya no compartes su vida. Ahora son centenares de amigos los que lo hacen en tu lugar. Abren esas páginas en las que su universo se convierte en un territorio común y escrutan minuciosamente el devenir de sus andanzas. Y también ríen, se enojan o se alegran. O se aburren, que también puede ocurrir. Y tú no vuelves a saber de tus antiguos compañeros de viaje salvo por menciones puntuales de esos amigos que tienen la deferencia de mantenerte al tanto —por correo electrónico, por carta o en persona cuando coincides con ellos— de lo que ocurre cuando tus viejos compañeros pasan a formar parte de su vida cotidiana.

Pero, para ti, ya no forman parte de la tuya. Han pasado a ocupar un lugar en ese equipaje de recuerdos gratos que todos llevamos encima.

Sin embargo, un día, de repente, casi sin pretenderlo, te asalta el recuerdo de los buenos momentos pasados y te apetece verlos de nuevo, saber que ha sido de ellos durante el tiempo que no habéis permanecido alejados. Saber cómo les ha ido en la vida. Y decides recuperar el contacto. Y la sensación es similar a la del reencuentro con ese viejo amigo al que hace tiempo que no ves. Y sabes de antemano que ya no será lo mismo. Quizá los dos seáis más viejos y estéis más cansados, quizá la vida os haya tratado bien o, por el contrario, os haya dado palos por todos los lados. Quizá ya no reconozcas en su mirada el brillo cómplice de aquél a quien acompañaste durante meses y que tan gratos momentos te proporcionó. Pero te da igual. Sea como sea, no puedes evitar que un cosquilleo alboroce tu ánimo ante la simple idea de volver a encontrarte con él.

Ahora os dejo. Tengo una cita pendiente en el Kitty's Heaven para compartir whisky y confidencias con Miguel Cortés. Quiero saber que ha sido de su vida durante este tiempo en el que ambos hemos estado ausentes. Seguro que tiene cosas fascinantes que contarme.

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lunes, 14 de junio de 2010

Feria del libro de Madrid. Último round

El viernes por la tarde, el escritor Jerónimo Tristante celebró un encuentro con los lectores en un lugar de excepción: el auditorio del Museo del Romanticismo de Madrid, abierto de nuevo al público recientemente tras una excesiva e indeseada clausura para su rehabilitación. Un servidor albergo el honor de ser invitado en calidad de presentador e introductor del acto y allá que nos fuimos. El evento, que congregó a viejos amigos y conocidos —la gente de los foros literarios AbreteLibro y ForoLibro, el autor Jorge Magano, el escritor y cronista de la actualidad literaria madrileña Armando Rodera (este chico tiene el don de la ubicuidad)...—, transcurrió en un ambiente cómplice, ameno y distendido donde Jerónimo demostró sus tablas y su buen hacer a la hora de meterse al publico en el bolsillo. Se desvelaron diversos aspectos de su obra y se hizo especial hincapié en su trilogía protagonizada por el detective Víctor Ros, de la que Jerónimo acaba de publicar su última entrega, la más que recomendable El enigma de la calle Calabria. Tras la charla y la preceptiva ronda de preguntas, la gestora del Museo, la diligente y encantadora María Jesús, tuvo la deferencia de invitarnos a los presentes a un recorrido a puerta cerrada por el museo. Tras la visita he de confesar que su prolongado cierre, aún habiéndose demorado más de lo deseable —guardo una entrañable y divertida anécdota al respecto ocurrida durante la redacción de El documento Saldaña—, está plenamente justificado. Los responsables del museo han llevado a cabo una impecable labor de restauración y reorganización de contenidos, convirtiendo la visita a este excepcional palacio de finales del siglo XVIII en algo no sólo recomendable sino absolutamente imprescindible.















[fotografías: Jerom Ferrández]

Terminado el evento y tras una cervecita rápida con los asistentes, me dirigí a la fiesta que cada año organiza el grupo Planeta con motivo de la clausura de la Feria del Libro de Madrid. Un encuentro que, junto con la fiesta de El Mundo y la de Random House Mondadori, se ha convertido en uno de los más clásicos «can't miss» literarios de la capital —¡tóma ya!, redactando como si esto fuera para Vogue—. La ocasión perfecta para reencontrarme con viejos y queridos amigos a los no tengo ocasión de frecuentar tan a menudo como me gustaría. Nada más llegar me encuentro con la dicharachera Isabel Camblor, con Francisco Valbuena y con el director de Culturamas, mi viejo amigo Javier Vázquez Losada. También me encuentro con mis queridas Gloria Fernández Rozas y con Isabel Martín, que publica una novela por estas fechas titulada La curandera de Atenas de la que me han asegurado que es canela fina. Y con mi apreciado Javier Puebla que, para la ocasión, había cambiado su impenitente sombrero por una gorra y estaba cuasi irreconocible —parece una tontuna pero es rigurosamente cierto—. Durante la velada me presentan a Manuel Francisco Reina —un tipo realmente encantador— y tengo ocasión de intercambiar saludos y unas palabras, entre otros, con David Torres, Nacho del Valle, Fernando Marías, Marta Rivera de la Cruz y de darle un abrazote y mi más efusiva enhorabuena a la guapísima Vanessa Montfort, flamante ganadora tan solo un par de días antes del premio Ateneo de Sevilla. Cumplido el objetivo, me retiro discretamente con destino a otra cita: en un restaurante cercano cenan los asistentes a la charla del Museo del Romanticismo antes mencionada acompañados por Juan Ramón Biedma —que ha acudido a Madrid para promocionar su última novela, la excelente El humo en la botella— y el golfo de Carlos Salem. No puedo marcharme a casa sin, como poco, pasarme a saludar a todos los miembros de la Generación Torrezno reunidos al fin tras tanto tiempo, asumiendo lo que eso supone. Lo que supuso. Acabar a las dos de la mañana en Los diablos azules degustando uno de los mejores gintonicsEmilio's se llamaba el combinado— que me han servido nunca.

Qué sufrida es la vida del novelista.

A la mañana siguiente toca jornada pululando por los stands Feria del Libro y serias promesas de pasarlo mejor que bien. Por desgracia, el tiempo no acompaña y caen chuzos de punta desde muy temprano. Nos pasamos por la caseta de Salto de Página donde firma un sorprendentemente entero —el último gintonic de la noche anterior me lo tomé con él— Carlos Salem. Justo al otro lado del paseo firma un atribulado Tristante al que los lectores que ya tenía arremolinados frente a la caseta le han huido a consecuencia del último chaparrón. Tras saludar a ambos dos me encamino hacia la caseta de Estudio en Escarlata donde firman Biedma y el genial Óscar Urra. La feria, floja, y la lluvia, que no cesa. A las dos y media se termina la sesión de firmas de la mañana y nos marchamos todos juntos a comer acompañados por nuestra respectiva parentela y por algunos amigos sumados a última hora —David Bakerman Panadero, Rubén Sánchez Trigos, Cristina Bronte...—. Ya en el restaurante se nos une la visita más esperada de la jornada, recién llegada del mismo Cuenca: Sergio Vera, de quien ya he hablado en otras ocasiones en este blog, acompañado por su padre, José Ángel. Mesa, sobremesa y tarde de risas, copas y más risas —y más copas— a las que se sumó a última hora Eduardo Melón. Menuda caterva de golfos y sinvergüenzas. Casi nos tienen que echar del restaurante y si al final no resultó necesario fue debido a que alguno de los presentes firmaba esa tarde y como para esas cosas son muy serios y profesionales, nos marchamos de allí motu proprio. Una vez de vuelta a la feria y mientras el resto de bandarras del grupo firmaban lo que podían, yo pasé la tarde en compañía de los conquenses. Estuvimos saludando al siempre cordial Lorenzo Silva —autor por quien Sergio alberga una gran estima ya que sus obras fueron las que le iniciaron en la novela policiaca— y ya a punto de marcharse de vuelta al terruño, El niño de Cuenca —estupendo nombre para un torero— pudo poner la guinda a su visita a Madrid gracias al encuentro casual con uno de sus autores más admirados: David Jasso —un tipo encantador, sencillo y cordial donde los haya al que asaltamos en mitad del paseo y poco menos que secuestramos para que Sergio pudiese conocerlo—. Tras la marcha de los de Cuenca y el término de la sesión de firmas de la tarde por parte de aquellos que estaban obligados a ello por contrato, procedimos a tomarnos un momento de relax antes de dar por concluida la jornada ¿Dónde? En una cervecería cercana, como mandan los cánones. Y para allá que nos fuimos, acompañados de —otra vez— nuestras respectivas parentelas, Biedma, Tristante y un servidor en compañía de una popular escritora que se unió al grupo y cuyo nombre omitiré ya que prefiere permanecer en el economato —debe ser que no le gusta que se sepa que anda con según que gente. La verdad es que no me sorprende. Yo, si pudiese, también lo haría— . Así, de esta bucólica manera, entre cervezas y raciones de chopitos degustadas hasta altas horas de la madrugada, dimos por terminada la extenuante jornada con la que, para mí, concluyó esta edición de la Feria del Libro —el domingo no pude asistir a la feria por compromisos de otra índole—. A la espera de la siguiente. Un año más. Hasta el año que viene.

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miércoles, 9 de junio de 2010

Huelga general

Si alguien me para por la calle y me pide que participe en una colecta para erradicar el hambre en África, no tendría el menor inconveniente en ofrecer un donativo con el fin de ayudar a paliar tan dramático problema. Si quien hace tal petición es un tipo lenguaraz y malencarado que acaba de salir de un bingo y al que aún le asoman por la solapa del bolsillo los cartones de la última partida mientras, en su otra mano, sostiene un vaso de whisky, obviamente no estoy dispuesto a darle ni un solo duro. Y todavía se llevaría un par de hostias si se pone tonto.

No es el motivo ni la finalidad, es una cuestión de credibilidad. Es el quién y el cómo.

Si hay algo que tengo meridianamente claro es que, en caso de convocarse una huelga general, yo no estoy dispuesto a sumarme a ella. No porque no me parezcan lícitos sus planteamientos ni justas sus reivindicaciones sino porque hace tiempo que dejé de creer y confiar en quien está tras la botadura de ese barco de incierto rumbo. Hace tiempo que dejé de creer y confiar en aquellos que se han estado haciendo arrumacos con ese gobierno contra el que ahora dicen protestar airadamente mientras este país alcanzaba cuatro millones de parados. Hace tiempo que dejé de creer y confiar en quien, haciendo gala de buena educación y maneras, durante todo este tiempo en el que nos hemos ido despeñando cuesta abajo no ha dicho ni una sola palabra, seguramente porque «es de mala educación hablar con la boca llena».

Hace tiempo que dejé de creer en la labor de los sindicatos. Al menos, en los de este país.

Sé que mi opinión no es minoritaria. Me consta que hay muchos más que piensan de esta misma manera. Pero ello tampoco es motivo para que el gobierno se ufane echando las campanas al vuelo. No es que la tibia aceptación que, a día de hoy, tendría una huelga general sea mérito suyo. Es que han tenido la inmensa fortuna de que sus adversarios en esa contienda convencen aún mucho menos que ellos.

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lunes, 7 de junio de 2010

Feria del libro de Madrid. Segundo round

El sábado por la tarde tuve el inmenso placer de ver debutar a mi querida amiga Irene Mora quien, con su excelente primera novela La pluma de Monteverdi, se estrenaba en estas lides de la firma de ejemplares. Lo cierto es que no le fue nada mal y firmó más ejemplares que algunos autores de casetas aledañas. Me alegré mucho. Le tengo ley a esta mujer que sabe transmitir ambientaciones históricas como muy poca gente es capaz. Tras saludarle y desearle la mejor de las suertes, Cristina —mi agente— y yo fuimos a dar un paseo y a saludar a los amigos. Estuvimos con Domingo Villar, que firmaba a diestra y siniestra su estupenda La playa de los ahogados, y disfruté del inesperado encuentro con Ana Pérez Cañamares y Manuel, a quienes hacía siglos que no veía. También estuve hablando un rato con Pablo Mazo en la caseta de Salto de Página. Su primera incursión en la Feria del Libro de Madrid parece estar yéndoles de maravilla. Lo cual no me sorprende a la vista de su excelente catálogo. Continué con la visita obligada a la caseta de Estudio en Escarlata donde José Ramón Gómez Cabezas firmaba ejemplares de su novela Réquiem por la bailarina de una caja de música —cuando se dice que la novela negra, la buena novela negra, esta viviendo un momento glorioso, no es en vano. Éste es un gran ejemplo— y donde adquirí un ejemplar de El asedio de Arturo Pérez Reverte con el ánimo (iluso) de volver al día siguiente por la mañana para que me lo firmase. Cumplidas las tareas de esa tarde, tocaba descanso y me senté en una de las terrazas del recinto donde había quedado para compartir una cerveza y un rato de charla con mis queridos Guzmán Alonso y Miriam a los que también hacía tiempo que no veía. El problema es que Guzmán tiene más peligro que Leire Pajin en una conjunción planetaria y el rato de cervezas y charla se convirtió en peregrinación de bares y sesión de risas, anécdotas y cervezas fresquitas que duró hasta las dos de la mañana. Exactamente hasta la hora en que nos echaron del bar porque cerraban. Pero lo disfruté de cojones, a qué negarlo.

El domingo me levanté todo lo temprano que pude —que no fue mucho— con ánimo de acercame a la firma de Pérez Reverte. Auguraba una larga fila de lectores ya que el susodicho llevaba doce años sin acudir a la Feria, pero me dije: «Bueno, todo será que tenga que pasarme casi toda la mañana». Fui demasiado optimista en mis previsiones. Sin duda alguna, en esta edición, Pérez Reverte es el que la tiene más larga. Tras aguardar 40 minutos de reloj en una fila en la que parecía que regalaban algo y haber avanzado apenas unos pocos metros en ese tiempo, fui consciente de que regresaría a casa sin el garabato en cuestión. No hay mal que por bien no venga. Abandoné la fila —para el presumible alborozo de los que aguardaban tras de mí. «Uno menos», supongo que pensarían— y fui a saludar a mi estimado Oscar Urra que se estaba hinchando a firmar ejemplares de sus dos novelas protagonizadas por Julio Cabria. Tras el saludo y una cervecita, vuelta a casa, a pasar una tarde introspectiva, en calma, recogimiento y meditación.

En resumen: fin de semana a ritmo tranquilo en el que tuve ocasión de —o al menos lo intenté— reponer fuerzas para lo que será el evento universal del siglo —o, al menos, del próximo fin de semana— : la ansiada y esperada reunión de los miembros fundadores de la Generacion Torrezno. Pero eso lo contaré en el próximo round. Si sobrevivo.

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jueves, 3 de junio de 2010

Vuelve Durruti

Hace unos meses expliqué en una entrada de este blog las circunstancias que confluyeron en su día en la publicación de El hombre que mató a Durruti. Al margen del natural cariño que cada uno guarda hacia su propia obra, en su momento comenté —y lo sigo sosteniendo— que «creo honestamente que, incluso con sus carencias y torpezas —que las tiene—, es una buena novela. Una novela digna que mereció algo más de suerte». También comentaba que estaba buscando la forma de concederle esa segunda oportunidad que, a mi juicio, merecía.

Al parecer, el momento ha llegado.

A primeros del presente año se puso en contacto conmigo una editorial afincada en Málaga. El editor había conocido el texto a través de un amigo común y le había encantado. Me tomé la noticia con la adecuada cautela. No era la primera vez que el texto suscitaba el interés de un editor, pero después, por diversos motivos que estaría de más reseñar aquí, el asunto solía quedar en agua de borrajas. Sin embargo, tras una serie de conversaciones, sugerencias y acuerdos sobre la forma de plantear determinados aspectos, el asunto parece haber llegado, al fin, a buen puerto

Habemus novela.

Ya lo he comentado en algunos lugares a título particular pero creo que ha llegado la hora de hacerlo oficial. Me complace comunicar que, este otoño de 2010, saldrá a la calle una nueva edición de El hombre que mató a Durruti. Aún estamos trabajando en el proyecto, puliendo detalles y contenidos, pero puedo confirmar al menos dos aspectos: 1) el volumen editado constará de una versión revisada y corregida de la novela original en la que se han pulido diversos aspectos que en su anterior edición resultaban mejorables y 2) al texto de ficción lo acompañará un extenso epílogo de carácter ensayístico que versará en torno a la figura de Buenaventura Durruti, a las circunstancias que rodearon su vida y su muerte y a las motivaciones que en su día me condujeron al desarrollo de la novela, explicando algunos aspectos de la génesis de la misma. Me gustaría insistir en la circunstancia de que este epílogo no es tan sólo un mero relleno sino que se trata de un intensivo estudio que incide sobre aspectos muy particulares de la vida de Durruti y de las personas que convivieron con él y lo acompañaron hasta su último día. Un estudio que incluye algunos datos inéditos hasta la fecha que, aseguro, darán bastante que hablar.

Queda pues dicho. Según el proyecto vaya avanzando, iré comentando en este blog las pertinentes novedades. De momento, no queda sino dar las gracias de corazón a todos aquellos que durante estos años han mostrado su interés por este asunto y pedirles que tengan paciencia durante unos pocos meses más. Espero poder compensarles en la medida que se merecen.

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