Mentiras completas y verdades a medias



viernes, 31 de julio de 2009

No me gusta el fútbol

No me gusta el fútbol. Nunca me gustó. Ni de joven. Jamás le encontré la gracia al monótono ejercicio de contemplar cómo 22 tíos corrían noventa minutos por un campo de hierba tratando de hacerse con el control de una pelota de cuero.

Cuando mi compadre Montero Glez prometió hacerme llegar un ejemplar de su último libro, A ras de «yerba», le agradecí la deferencia en todo lo que vale, que para mí es mucho. Montero es un tío de ley y este tipo de cortesías entre compadres han de medirse con el agradecimiento que merecen. Sin embargo, al enterarme de que el libro recogía una serie de artículos futbolísticos —o futboleros— resultado de su colaboración con el medio deportivo Mediapunta, mi entusiasmo fue relativo. No me malinterpreten. Me encanta como escribe ese cabrón y, sin dudarlo, daría un dedo de un pie —los de la mano me hacen falta— por ser capaz de evocar siquiera un ápice de la prosa que el fulano es capaz de pergeñar, pero la temática del libro... como que ni fú ni fá. Ayer recibí el libro y me puse a hojearlo —y a ojearlo—. Y no pude parar de leer. Porque los artículos contenidos en el libro no tratan de fútbol. O sí. O sí, pero no. Montero escoge ese otro lado del fútbol, el ajeno a resultados, tablas de clasificación y ascensos y descensos. Escoge la anécdota, el aporte personal, el dato honestamente subjetivo y haciendo gala de ese buen hacer que siempre lo ha caracterizado, lo tamiza, lo retuerce y lo eleva a la categoría de literatura. El libro glosa gestas acerca de Maradona, de Zarra, de Puskas. De hinchadas y de encuentros históricos. Del inventor del futbolín y de Cela. El gachó es tan bueno que es capaz de coger algo tan aburrido como el fútbol y convertirlo en puro divertimento. Algo así sólo son capaces de hacerlo los muy grandes.

Sigue sin gustarme el fútbol. Pero me encanta lo que Montero cuenta en su libro. Y sobre todo, cómo lo cuenta.

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lunes, 27 de julio de 2009

Intervención en la radio

Esta tarde, en torno a las 19:30 y a instancias de la asociación Mejor con un Libro, intervendré telefónicamente en la emisora Onda Color de Málaga para hablar sobre El documento Saldaña. La emisora puede escucharse en directo a través de Internet.

Si no tienes nada mejor que hacer...

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Qué magnífica oportunidad para quedarse callada.

Al parecer, Teresa Cunillera, a la sazón diputada y vicepresidenta primera del Congreso, carga las tintas contra Arturo Pérez-Reverte porque el mencionado escritor y academico, en una columna publicada hace un par de semanas («Esa gentuza»), pone de manifiesto que determinada clase política tira más bien a bajuna y sinvergüenza —el título del artículo es suficientemente revelador— y hace gala siempre que puede de su experto adiestramiento en el fino arte del chupar del bote y cobrar por el morro. El belicoso escritor, no carente de razón, centraba el objetivo de sus torpedos en los asiduos al Congreso de los Diputados.

Tan sólo una semana antes de que se publicara el artículo que escribió Pérez-Reverte y que ha sido objeto de las iras de la diputada, la señora Cunillera había sido galardonada por la prensa con el dudoso honor de ser una de las finalistas del premio «Desconocido en el Parlamento», otorgado por los periodistas a aquellos diputados cuyo reiterativo desprecio hacia sus obligaciones políticas se produce de forma más pertinaz y descarada. Al parecer, en lo que llevamos de legislatura, la señora Cunillera aún no se ha presentado en el congreso. O lo ha hecho en muy contadas ocasiones. Justo lo que Pérez Reverte denunciaba en su artículo.

«Habló de puta, la Zapatones», que decía un amigo, sería una frase que resumiría de forma bastante precisa la situación. Conociendo a Pérez Reverte, poco me equivoco si auguro ardorosas épocas de réplica y contrarréplica. Y de mentarse a las madres.

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Pura magia

Pura magia. Un torrente eléctrico se introduce en tus oídos, te traspasa, sacude tu cuerpo y eriza tu piel. La secuencia de notas estremece cada una de tus terminaciones nerviosas y hace estallar tus sentidos. Trallazos cadenciosos, armónicos, que provocan un estado de bizarra euforia, un sentimiento vibrante que agarrota tu garganta hasta formar un nudo imposible de aflojar. Las escalas suben y bajan recorriendo rangos imposibles, desde el sonido más bronco y estremecedor hasta el más agudo y brillante, combinándose entre sí, conjugándose para formar líneas melódicas capaces de conmover hasta el rincón más profundo de tu alma. Y cuanto todo acaba, cuando todo termina, un escalofrío recorre tu espalda dejando tras de sí el poso de una emoción que transciende más allá de tu consciencia. Y lo único que deseas es volver a escucharlo, volver a sentirlo de nuevo. Una y otra vez.







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domingo, 26 de julio de 2009

Más motivos para sentirse orgulloso

Un buen amigo me hace llegar el siguiente dato. Al parecer, el S.B.O (Servicio Bibliográfico de la ONCE) ha escogido El documento Saldaña como obra de interés para ser adaptada al sistema Braille. El boletín que lo confirma puede consultarse aquí. Puedo decir que siempre me llenará «de orgullo y satisfacción» —como Juanito en su mensaje navideño— el hecho de que traduzcan mis textos, pero me satisface en particular esta adaptación, ya que, al parecer, los motivos de selección no responden a criterios comerciales sino al interés suscitado por el propio texto.

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sábado, 25 de julio de 2009

Semana Negra 2009. La crónica (y V)

Domingo, 19. Último día de estancia en el paraíso. Estamos citados en la puerta del Don Manuel a la once y cuarto, equipaje en ristre, para acomodarnos en el autocar que nos conducirá al acto de clausura y de ahí, tras la espicha de despedida, a Madrid. Los rostros de los presentes son todo un poema. Todos tenemos en mente los buenos momentos pasados y lo cerca que está el regreso a la rutinaria realidad. A las doce accedemos a la Carpa del Encuentro donde Paco Ignacio Taibo II, acompañado de las autoridades pertinentes, dará el discurso de despedida y los datos más relevantes de la Semana Negra 2009. Entre ellos, los más significativos: 104 autores reunidos y más 54.000 libros vendidos a lo largo de 10 días. Que se dice pronto.

[Hasta Fred Vargas tenía carita de pena]

Tras la clausura, la espicha, emotiva celebración que tiene mucho de balance final. Abrazos y apretones de manos con la firme promesa de volver a vernos lo antes posible, mamá Macía asegurando que esta vez no iba a echar unas lagrimitas —e incumpliéndolo por enésima vez—. Saludos y presentaciones de última hora —Salem me presentó a la encantadora Judith Vernant, editora de Moisson Rouge, a quien no me había presentado antes pensando que ya la conocía. La madre que lo trajo—. Y yo, que ya le había cogido gusto al sabor racial, no me quitaba el Borsalino ni con agua caliente.

[The good, the bad and the ugly. No necesariamente en ese orden. O sí]

Sobre las tres y media, todos al autocar y rumbo a Madrid. Molidos, rendidos, baldados, derrotados… (¡los micrófonos!… ¡Ah!, no, que esto no va a aquí). Tras decir adiós con la manita a través de las ventanillas a los que se quedaban, tardamos muy poco en ponernos a meditar profundamente como indica el siguiente documento gráfico.

[Debatiendo arduamente sobre el existencialismo del yo]

Tras seis horas de viaje y con el culo en carne viva, llegada a la estación de Chamartin, donde, tras los abrazos y apretones de manos de rigor, cada uno a su casa. Y Dios a la de todos.

¿Qué añadir a lo narrado? Poco, la verdad, salvo reiterar mi eterna gratitud por haber tenido la oportunidad de disfrutar de cinco días extraordinarios e incidir de nuevo en las bondades de un festival tan carismático como el de la Semana Negra, en el que, por fortuna, no se dan cita ni se fomentan las reuniones de escritores. Se fomentan las reuniones de amigos que escriben libros. Ahí radica la base de su éxito, un éxito que resultaría imposible sin conjugar sabiamente la magia de un lugar como Gijón con el buen hacer, el cariño y el empeño de un comité organizador —personas estupendas todas, de la primera a la última— como el que lo lleva a cabo.

GRACIAS. Nos vemos en la Semana Negra 2010 —o antes a ser posible—.

Adendum.- La practica totalidad de las fotos de esta crónica son mías salvo un par de ellas tomadas de los blogs o los perfiles de Facebook de Silvia Pérez Trejo, Fran J. Ortiz y David Torres. Al César lo que es del César. También ruego que me disculpen todos aquellos a quienes haya podido omitir en este sucinto relato de bitácora. Han sido muchos los encuentros y mas de cien las personas con las que he tenido ocasión de convivir durante estos cinco días. Un abrazo muy grande para todos ellos.

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viernes, 24 de julio de 2009

Semana Negra 2009. La crónica (IV)

Sábado 18 por la mañana. Como decía Nacha Pop, «la luz de la mañana entra en mi habitación». El día no amanece tan turbio como la jornada anterior, pero tampoco es para tirar cohetes. Nublado con temperatura agradable. El ánimo permanece intacto, blindado, pero los efectos del cansancio, del trasnoche y del ajetreo de varios días consecutivos comienza a hacer mella. Me da pereza levantarme. Tras la ducha y el café de rigor, sin ningún compromiso específico, empleo la mañana en dar un paseo por Gijón. Camino hasta la playa de San Lorenzo y disfruto de la brisa del mar. Me acerco hasta las librerías Central y Paradiso para curiosear un rato. Me encanta perderme en lugares así. A mediodía, me dirijo al Don Manuel donde sé que encontraré al resto de gente. Frente a un vermuth, comparto mesa y conversación con Tristante y Mercedes Castro. Poco a poco van incorporándose Salem, Biedma y los demás habituales. Entre cerveza y amena conversación, la mañana pasa tenue, indolente, menos agitada que las anteriores. Sospecho que, poco a poco, a todos nos va venciendo el cansancio. Decidimos quedarnos a comer en el Don Manuel. Los garbanzos con marisco, bastante sabrosos.

Tras la sobremesa, sobre las cuatro y media, nos subimos al trenecito que conduce a las carpas del festival y, una vez allí, nos acomodamos en la terraza que hay frente a la Carpa del Encuentro —sede del afamado Sobere— remoloneando hasta que comiencen los actos a los que tenemos intención de asistir esa tarde. A las seis y media tiene lugar el primero: la presentación de Un mal día para morir, la excelente novela de la no menos excelente pareja literaria formada por Empar Fernández y Pablo Bonell. Además, la presenta el golfo del Tristante con lo que la coña estaba garantizada. Como así fue.

[Vaya tres patas pa un banco]

Terminada la presentación, me doy una vuelta por la zona de los chiringuitos y me encuentro con dos bellas señoritas que están haciendo entrega en mitad del paseo de un regalo promocional —atentos al dato que, posteriormente, daría su juego y tendría su coña durante el resto del día, la noche y posteriores— a los asistentes a la feria. El presente consiste en un sombrero Borsalino, elemento negro, criminal y gangsteril como ninguno, muy acorde con la situación, la ocasión y el momento. Alborozado, me interno entre la avalancha de solicitantes —ya se sabe lo que ocurre en este país cuando se ofrece algo de gratis—, driblo a una embarazada, zancadilleo a una vieja y estiro el brazo hasta lograr hacerme con uno de ellos. Feliz por la captura, me lo encasqueto y disfruto pensando que mi imagen se asemeja a la de un redivivo Bogart mientras me acerco hasta el lugar donde aguardan mis compañeros de correrías. Lo que los mu joputas no me confiesan en que, en lugar de a Bogart, a quien me parezco de verdad, calado el sombrero y a consecuencia de mis rasgos físicos de marcada significación racial, es al «pápa de la fregoneta». Para mayor escarnio, todos se callaron como putas. Quedó constancia gráfica de la lamentable circunstancia aquí y aquí. Y a renglón seguido.

[Jaaaaa, er payo... mala puñalá te den]

A las siete y media tuvo lugar la presentación de la última novela de Tristante, 1969, acto en el que ofició como maestro de ceremonias el ínclito Biedma. Los dos muy bien, en su línea y con su gracejo habitual. Cabe destacar que, de la sesión de firmas llevadas a cabo in situ tras las respectivas presentaciones, la de Tristante fue de las más nutridas. No me sorprende. Lo cierto es que la novela está bien y del chaval dicen que escribe decentemente —nótese la maldad de escritor envidioso—.

[Si los veis de venir, cuidao con las carteras]

Terminado el evento, nos encaminamos en grupo hacia la caseta de Negra y Criminal para festejar el pre-cumpleaños del entrañable Paco Camarasa —los cumplía al día siguiente—. Tuve ocasión de saludar al bueno de José María Huerga que había estado muy liado ayudando en la caseta de NyC y con quien apenas había tenido ocasión de intercambiar unas pocas palabras —Chema, si sale eso que comentamos de El documento Saldaña, nos forramos, my friend—. Camarasa obsequió a los presentes con vino —no recuerdo la denominación de origen pero estaba bastante bueno—, empanada, chistorra y queso. Terminado el ágape, nos planteamos la posibilidad de volvernos al hotel para cenar. Por desgracia, Biedma aún tenía un par de actos pendientes que lo mantendrían ocupado hasta las diez y media de la noche. Indudablemente, nosotros, como buenos amigos y solidarios compañeros... lo dejamos allí tirado como una colilla —«¡Aaaaah!, se siente. Si te toca, te jodes»— y los Tristantes y un servidor nos marchamos a cenar a La Iglesiona donde coincidimos con Oscar Urra y su familia. Tras la cena, regreso al Don Manuel donde nos reencontramos todos de nuevo. Copas, charlas y las primeras nostalgias que comienzan a aflorar. Al día siguiente todo terminará y da la impresión de que ya lo estamos empezando a echar de menos. Por suerte, el cotarro se anima bastante con la celebración «oficial» —esta vez sí, eran ya las doce y un minuto de la madrugada— del cumpleaños de Camarasa en los sótanos del Don Manuel. Tarta, copas, felicitaciones, juerga y cachondeo. Estábamos allí prácticamente todos, invitados y organizadores: Biedma, Salem, Tristante, Fran J. Ortiz, Domingo Villar, Argemí, Fallarás, David Torres y su guapa acompañante, Cristina Macía, Marina Taibo, los editores de Salto de Página... Incluso la peculiarmente encantadora Fred Vargas, que hasta ese momento se había mantenido en un plano bastante discreto —a excepción de una curiosa experiencia psicofónica ocurrida la noche del jueves y cuya narración omití a propósito puesto que soy un caballero. El que quiera saber más, que le pregunte a Tristante, que no lo es—, se unió a la fiesta con bastante presencia de ánimo. Esa noche, Gijón era una fiesta. Fue una fiesta. Como merecía la ocasión.

[Vaya por Dios, ya me han vuelto a pillar con el vaso de agua en la mano...]

Y así, entre bromas, risas y veras, transcurrió la noche. La última noche en Gijón. El inicio del fin.

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jueves, 23 de julio de 2009

Semana Negra 2009. La crónica (III)

El viernes día 17, los cielos de Gijón amanecieron cenicientos, plúmbeos, cubiertos de jirones grises y macilentos. Los elementos se conjuraban para enturbiar la jornada. Al menos, climatológicamente hablando ya que ni Dios estábamos dispuestos a que se nos estropeara el día. Tras una ducha y un café a la carrera me encaminé a los sótanos del hotel Don Manuel donde se fallaban los premios literarios Semana Negra.

[Fallando los premios]

Llegué con el acto recién comenzado y la expectación aún latente. El asunto estuvo reñido y los resultados definitivos pueden consultarse en la web oficial de la Semana Negra. Baste reseñar que me alegré particularmente por David Torres y Willy Uribe —dos tipos estupendos— y que lo sentí de veras por Oscar Urra, Mercedes Castro y Felix J. Palma que, siendo igual de estupendos, deberán aguardar a otra ocasión. Finalizado el fallo, reunión en la cafetería del Don Manuel comentando la jugada, cada uno con hipótesis propias y alguna ajena. Por allí pululaban, entre muchas otras, las encantadoras Begoña Minguito, Paula Corroto y Marisa Cuyas —no ha faltado presencia femenina de calité en el festival, no señor— y también tuve ocasión de coincidir con Alfonso Mateo Sagasta, con José Manuel Fajardo y de felicitar efusivamente al recién estrenado ex aequo premio Hammett, Torres.

[Fajardo, Mateo Sagasta y uno que pasaba por allí]

[Dos tipos duros. O así]

A media mañana, los Tristantes, Biedma, Rosaura, Sergio Vera y su familia y un servidor de ustedes decidimos darnos un garbeo por Gijón y acercarnos hasta el Elogio del Horizonte. Y allá que nos fuimos todos en comandita, desafiando un viento cuya presencia se hacía más y más recia según nos acercábamos a aquel magnífico e imponente lugar azotado por el milenario océano, una fascinante terra cognita en la que se produce la simbiótica comunión entre las fuerzas del Arte y las de la Naturaleza... Y aunque lo de los monumentos y esas cosas están muy bien y son de carácter sublime y tal, lo nuestro es lo nuestro y nos fuimos cagando leches —hacia un frío que pelaba, coñe— a la terraza de una estupenda sidrería de Cimadevilla llamada El Requexu. La atención, exquisita y la comida, más aún. Plácido receso, con el viento ya aplacado, presidido por más charlas y risas. Momento de relax y disfrute. Excelente compañía. Calma. Paz. Lo necesitaba.

A las cinco, de vuelta a las carpas donde comenzaban los actos previstos para esa tarde. El primero de ellos, en la Carpa del Encuentro, fue la conclusión de la charla Novela negra y Política iniciada la tarde anterior. Acto seguido y en el mismo lugar, presentación a cargo de Carlos Salem del último novelón de la guapísima Cristina Fallarás titulado Así murió el poeta Guadalupe.

[Fallarás y el golfo de Salem]

A las siete de la tarde, el acto estrella, el más ansiado, el que más expectación despertó, el que... Bueno, a lo mejor exagero un poco. A esa hora, en la carpa A Quemarropa se presentó la antología La lista negra. Nuevos culpables del policial español a cargo de algunos de los antologados, a saber: Juan Ramón Biedma, Oscar Urra, Domingo Villar, la genial pareja —literaria, que conste— compuesta por Empar Fernández y Pablo Bonell, Carles Quilez y el que suscribe. El evento también contó con la presencia de los editores de la criatura: Pablo Mazo, José y Daniel. A decir de los presentes, el acto fue ameno, divertido e interesante. Y firmamos aproximadamente unos... unos... estooo... ejem.... y firmamos. Punto. —gracias, Fran J. Ortiz, por dejarnos estampar el garabato en tu ejemplar. Ahí fue donde me congracié contigo—.

[Preparados para comernos el mundo]

[Con la fabulosa Empar y un espontáneo con cara de hippy porrero, después de habérnoslo comido]

Tras otro par de cervezas, vuelta al hotel. Habíamos reservado mesa para cenar en La Iglesiona y allá que nos dirigimos. La comitiva era bastante nutrida y sospechosa: Miguel Cane, Los Tristantes, Biedma, Rosaura, Mercedes Castro, la pequeña Clara, Fran J. Ortiz, Cristina y el de siempre. No nos detuvieron de milagro. Y si la cena estuvo bien, la postcena fue apoteósica. Jero Tristante sacó el animal que lleva por dentro —y algunas veces por fuera— y se reveló, haciendo uso de ese gracejo murciano tan suyo, como un cuentachistes y narrador de anécdotas nato. A mí se me saltaban las lágrimas y me dolía el pecho de tanto reírme y Cristina, en estado de buena esperanza, casi nos rompe aguas allí mismo —«Es que el otro no lo llevo preparao»—. Tras la cena, vuelta al Don Manuel a darle a eso del alterne. Allí volvimos a encontrarnos con Sergio y familia, que regresaban a su tierra a la mañana siguiente dando lugar a lo que serían las primeras despedidas. Creo —estoy convencido— que marcharon a su Cuenca natal con tan buen sabor de boca como el que nos dejaron a nosotros. Así, al menos, lo espero y deseo. Y entre decenas de conversaciones que nos condujeron a altas horas de la madrugada volvió a surgir, siniestra y subrepticiamente, el espíritu de «Y una polla pa ti». El asunto iba tomando cada vez más cuerpo. Y qué cuerpo. Del delito, se entiende

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miércoles, 22 de julio de 2009

Semana Negra 2009. La crónica (II)

Tras una noche bastante agitada, de poco dormir, en la que tuve que recurrir a un par de antiácidos —aún dudo si lo que me cayó mal fue el salmón de la cena o el noveno whisky. Cabe la remota posibilidad de que fuese lo segundo—, el día 16 amanecí destrozado y muerto de sueño, pero dispuesto a asumir mis responsabilidades o morir en el intento. Tras una ducha fría que lo único que logró fue mojarme —de espabilar, más bien poco—, marcho raudo a la recepción del Don Manuel donde me aguarda la nunca suficientemente ponderada Cristina Macía —«sé puntual o te corto...» o algo así creo recordar que me dijo la noche anterior— para conducirme al lugar en el que iba a impartirse la ponencia con la se cerraría el Taller de escritura creativa para jóvenes y de la cual yo era el responsable. Por llamarme algo.

Personados en el lugar de los hechos compruebo a) que lo de jóvenes es un mero eufemismo y que aquellos sátrapas saben más que los ratones coloraos, y b), que al ser la última jornada —la cuarta— del taller y llevar ya a las espaldas tres noches de juerga y cachondeo por los ambientes menos recomendables —o más, según se mire— de Gijón, su estado anímico no es mucho mejor que el mío. Pedro: 1; Alumnos: 1. Empate técnico. Nos internamos en el aula y los chavales toman asiento. Yo llevaba preparada una ponencia muy apañá, más chula que un ocho, que versaba sobre la novela-enigma y Conan Doyle como exponente del género. En su momento, cuando acordamos la ponencia, le sugerí a Cristina que podía ser interesante, como ponencia complementaria, en forma de diálogo informal y si quedaba tiempo para ello, hablar con los chicos desde un punto de vista más pragmático, proceder a un baño de realidad comentando aspectos más mundanos del ámbito editorial y literario: qué cláusulas suele contener un contrato editorial, cuales son las funciones de un agente, qué suele haber tras los certámenes literarios, cual es la mejor forma de enfocar un manuscrito, una sinopsis o un resumen de cara a presentarlo en una editorial... Todo aquello que, en este oficio, se aprende con el tiempo, dando bandazos de un lado a otro, y que uno hubiese agradecido que alguien le hubiese explicado en su debido momento. Teniendo en cuenta que las anteriores clases del taller habían sido bastante más académicas y a la vista del estado catatónico de los asistentes —incluido uno mismo—, Cristina me sugirió hábilmente que pusiese en práctica la idea de la charla informal. Yo estuve de acuerdo, principalmente para evitar que Conan Doyle se removiese en su tumba ante la indolencia general que ese día podía despertar su biografía y obra.

¿La charla? Por mi parte, un completo éxito. Disfruté como un enano hablando de aquellos aspectos del ámbito literario que normalmente sólo se suelen comentar —cuando se comentan— entre compañeros de oficio. Y creo sinceramente que los chavales también disfrutaron bastante a juzgar por el nivel de participación. Doyle quedó para otra ocasión, pero, a cambio, aprendimos bastantes cosas. Acabada la ponencia y clausurado el taller, nos dirigimos todos en grupo a una terraza cercana donde seguimos con la ponencia, pero ya donde correspondía: delante de una cerveza. A mediodía incluso acepté su oferta para marcharme a comer con ellos y continuar la charla. Muy mal no debieron pasarlo.

A las cuatro de la tarde me despedí de los chavales del taller para dirigirme a las carpas de la feria. Los actos comenzaban a las cinco y había algunos que quería presenciar como, por ejemplo, un debate que hablaba sobre novela negra y política en el que se daban cita un buen puñado de gente interesante: Oscar Urra, Raúl Argemí, Alejandro M. Gallo, Willy Uribe, Cristina Fallarás, Andreu Martín o Ernesto Mallo entre otros. Sorprendentemente, a tan distinguido elenco habían tenido la ocurrencia de incorporar a los golfos del Tristante y del Salem. Lo sé. Los caminos del señor son inescrutables. Tras la tertulia —y el tiempo justo para una cerveza—, a la carpa A Quemarropa para presenciar la presentación de Hasta donde el cine nos lleve, el excelente ensayo cinematográfico acerca de películas y escenarios escrito a cuatro manos por Jesús Lens y el jodío de Fran J. Ortiz a quien ya tenía yo ganas de echarme a la cara. Cuestiones personales. Se salvó porque va a ser padre y no quiero un huérfano en mi conciencia, que si no... Un par de horas después, la presentación de la magnífica Pero sigo siendo el rey —que un par de meses atrás tuve el honor y el placer de presentar en la Casa de América de Madrid— de Carlos Salem. La presentación, animada y jocosa, como no podía ser de otra manera, corrió a cargo de Jesús Lens y Cristina Macía.

[El sesudo debate Novela negra y Política]

[Presentación de Hasta donde el cine nos lleve]

[Presentación de Pero sigo siendo el rey]

Tras las charlas, vuelta al hotel, ducha rápida y a cenar. En esta ocasión y a instancia del entrañable Miguel Cane, acudí junto a la Tristante’s family a la que ha sido, sin duda alguna, mi mejor y más agradable sorpresa gastronómica de estos días: La Bodega Fantástica (C/ Caveda, 10). Los propietarios, José e Irene, amén de ser dos de las personas más encantadoras que me he encontrado en mucho tiempo, nos procuraron una extraordinaria y plácida velada en la disfrutamos de una cena-degustación por todo lo alto, plagada de exquisiteces. Sin duda alguna, un lugar para guardar en la memoria. Tras la cena, lo preceptivo: copeo en el Don Manuel hasta altas horas de la madrugada. Y más risas. Y ahí, justo ahí, al amparo de las brumas del alcohol y la complicidad del oficio, comienza a surgir el germen de lo que probablemente será la mejor novela policial de todos los tiempos —tiembla, Larsson—, escrita a ocho manos por el colectivo Michael Gayerssen. Por el momento, el asunto pertenece al secreto del sumario y me estoy jugando el cuello con esto, pero en deferencia a los queridos asiduos de este blog adelantaré su titulo: «Una polla pa ti – Treinta centímetros de intriga». Y ya he dicho demasiado.

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martes, 21 de julio de 2009

Semana Negra 2009. La crónica (I)

Es complicado condensar en unas pocas palabras todo lo vivido, sentido y experimentado en un evento de la magnitud de la Semana Negra 2009. Tan complicado que realmente no sé por donde empezar. Si comenzar ofreciendo mi eterno agradecimiento a la organización en general —y a Cristina Macía en particular— por haberme brindado la oportunidad de estar presente en esta edición o bien mostrar mi profunda alegría por la gran cantidad de amigos y compañeros con los que he tenido la ocasión de compartir unas inolvidables veladas.

Trataremos de narrarlo en orden.

Llegué a Gijón el día 15 a mediodía, tras cinco horas y media de viaje y la firme sospecha de que se me había borrado la raya del culo de estar tanto tiempo sentado. Por fortuna, a pie de autobús me aguardaba Cristina Macía con su sempiterna sonrisa dibujada en los labios. La cálida acogida y la amabilidad de Cristina atemperaron mis ánimos. Tras acompañarme al hotel, comer un pincho e intercambiar unas breves impresiones, nos dirigimos hacia el recinto en el que se hallaban ubicadas las carpas de la Semana Negra, ansioso por reencontrarme con viejos amigos y conocer a algunos nuevos. Frente a la Carpa del Encuentro, el primer encuentro —no podía ser de otra manera ni en otro sitio más propicio—: el de mi querido Juan Ramón Biedma y la encantadora Rosaura quienes, según las malas lenguas, habían convertido la terracita ubicada frente a la carpa en lugar de operaciones y centro de mando de la ínclita asociación de escritores conocida como Sobere (Sociedad de Bebedores Reconocidos) de la que el amigo Alejandro M. Gallo, en un arranque de ojo clínico, decidió nombrarme tesorero oficial. Como poner a la zorra (con perdón) a cuidar a las gallinas, vamos. Procedemos a las cervezas de rigor e intercambio de novedades desde que nos vimos por última vez en las jornadas «Mejor con un Libro» de Málaga. Tras unos minutos —y unas cuantas cervezas— aparece en el recinto, recién llegado de Murcia, el siguiente de la cuadrilla, el reconocido cierrabares Jerónimo Tristante, acompañado por sus dos mujeres, Lucía y María. El que faltaba. Saludos, abrazos de rigor y las primeras risas —que no concluirían hasta la última de las jornadas—. Continuamos pertrechados en la sede del Sobere —haciendo poco caso a los actos programados para esa tarde, para que nos vamos a engañar— cuando irrumpe en el grupo el que, durante el resto de las jornadas, sería el cuarto en discordia: el literalmente inefable Carlos Salem, quedando conformado lo que durante el resto de las jornadas sería conocido popularmente como Los cuatro jinetes del Apocalipsis —algunos mencionaban a Los cuatro borrachos de mierda, pero creo que se referían a otros—. Y allí, entre conversación, cañas y, por supuesto, decenas de maldades del mundo literario, un servidor comienza a vislumbrar la innegable magia de eso que llaman El espíritu Semana Negra.

[Los cuatro colgados del Apocalipsis]

Justo en aquel momento de extrema placidez hace su aparición la guinda del postre, la que sería una de las almas de la fiesta: el apreciado y apreciable Sergio, de quien ya hablé en otra ocasión, acompañado por sus padres, José Ángel y Ana. Sinceramente, sin ánimo de emitir encíclicas pastelosas ni ofrecer coba vana, uno realmente encuentra la satisfacción en el trabajo que, mejor o peor, lleva a cabo cuando tiene la ocasión de coincidir con personas tan maravillosamente cálidas como Sergio y su familia.

Tras asistir algunos de los actos previstos para esa tarde —la presentación de Sherlock Holmes y las huellas del poeta de Rodolfo Martínez y la merecidísima entrega a Carlos Salem del premio Novelpol por su Matar y guardar la ropa—, nos dirigimos al hotel Don Manuel, centro neurálgico y punto de reunión de la fauna literaria asistente cuando ésta no se encuentra en las carpas de la feria —o vaya usted a saber en que otros inconfesables lugares—. Aprovecho el momento para saludar a unos cuantos amigos a los que no había tenido ocasión de ver todavía (Alfonso Mateo Sagasta, Paco Camarasa, Fernando Marías, Silvia Pérez Trejo, Raúl Argemí…). Tras la cena, copa en la terraza del hotel y ronda de chistes —mayormente de murcianos. Tristante haciendo patria—, acompañados por Ernesto Mallo, recién sumado a la cuadrilla bandolera y poseedor de una impecable técnica en el arte del chisteo. A las tres de la madrugada y con el pecho a punto de reventar de la risa, me retiro a dormir ya que al día siguiente tengo que impartir un taller de escritura creativa y uno es un golfo, pero es un golfo responsable. Y de esta manera, con la firme convicción de que aquello era tan sólo el comienzo de algo apoteósico, termino mi primera jornada en la Semana Negra 2009.

[Tristante en plena performance chistera]

Y eso sólo para empezar.

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miércoles, 15 de julio de 2009

Semana Negra, here i go

Lo dicho. Que desde hoy y hasta el domingo, 19, estaré por Gijón pasándolo de pu... digo, trabajando muy duramente y que, con toda probabilidad, durante estos días, no podré hacer acto de presencia por el blog. Ya contaré a mi vuelta. Todo lo que se pueda contar. Y pondré fotos. Lo más comprometidas que pueda. De los demás, of course.

Abrazos.

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Motivos para sentirse orgulloso

La Bóbila es uno de los centros pertenecientes a la red de bibliotecas de L’Hospitalet y cuenta con una peculiar característica: está especializada en género negro y policíaco manteniendo, además de los contenidos de rigor, un enorme y exhaustivo fondo documental de textos clásicos y modernos relativos al género. Desde su inauguración en 1999, tanto el centro como su gestor, el siempre sorprendente Jordi Canal, se han convertido en un referente para autores y lectores del género, manejando y gestionando un gran número de actividades y recursos relacionados con la novela negra: clubes de lectura, exposiciones, encuentros con autores...

Según el último boletín remitido a sus suscriptores, esta es la lista de las 25 novelas más prestadas desde enero de 2009.

  • Julián Ibáñez. El baile ha terminado (Roca)
  • Willy Uribe. Sé que mi padre decía (El Andén)
  • Phlip Kerr. Violetas de marzo (RBA)
  • Marc Behm. La mirada del observador (RBA)
  • Eugenio Fuentes. Cuerpo a cuerpo (Tusquets)
  • Stieg Larsson. Els homes que no estimàven les dones (Columna)
  • John Grisham. La apelación (Ed. B)
  • Stieg Larsson. La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina (Destino)
  • Donna Leon. La chica de sus sueños (Seix Barral)
  • Stieg Larsson. Los hombres que no amaban a las mujeres (Destino)
  • Philip Margolin. Lost Lake (Ed. B)
  • Michael Connelly. El observatorio (Roca)
  • Michael Connelly. El inocente (Ed. B)
  • Maj Sjöwall, Per Wahlöö. El hombre que se esfumó (RBA)
  • Fernando Gómez. El misterio de la calle Poniente (Huerga & Fierro)
  • Pedro de Paz. El documento Saldaña (Planeta)
  • Andrea Camilleri. La muerte de Amalia Sacerdote (RBA)
  • W.R. Burnett. La jungla de asfalto (RBA)
  • Henning Mankell. Asesinos sin rostro (Tusquets)
  • Henning Mankell. El hombre sonriente (Tusquets)
  • Marc Behm. No pretendas saber más (Thassàlia)
  • Henning Mankell. El retorno profesor de baile (Tusquets)
  • Craig Russell. Cuento de muerte (Roca)
  • Agatha Christie. Pasajero de Fráncfort (Molino)
  • Francisco González Ledesma. Una novela de barrio (RBA)

Hay motivos más que sobrados para sentirse orgulloso. ¿O no?

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martes, 14 de julio de 2009

Memento mori. La estética del drama

Su nombre es Enrique Metinides y ha sido, probablemente, uno de los más grandes fotógrafos de la historia. Un clásico a la altura de Agustín Centelles o Robert Capa. Lo peculiar en el caso de Metinides era el motivo habitual de sus fotos: retrataba tragedias. Y fue uno de los mejores en su campo. No tanto por lo osado del planteamiento como por lo perturbadoramente artístico del resultado. Metinides inició su carrera como fotógrafo de prensa de diarios sensacionalistas y tabloides mexicanos. Su primera fotografía de un cadáver la tomó cuando tenía doce años. Lleva lidiando con la muerte toda su vida. Conoce sus secretos. Sabe manejarla, situarla, colocarla. Ponerla guapa. Contemplando sus fotos, uno no puede evitar sentir cierta fascinación virulenta por esa mezcla tan peculiar y revulsiva de estética y muerte. La plasticidad de sus instantáneas resulta sumamente inquietante. Contienen algo, un matiz perturbador que cautiva.

Ha sido comparado en numerosas ocasiones con los más grandes, particularmente con Weegee por lo similar de sus planteamientos. Weegee trampeaba en muchas ocasiones sus escenarios. Metinides aprovechaba las posibilidades de lo que encontraba tal cual. Intuía de una forma natural cómo y dónde poner el ojo en el detalle concreto, convirtiendo la tragedia en la visión de un esteta. Y aunque a priori pudiese parecer que mantienen una cierta similitud, su caso tampoco resulta comparable al de Joel Peter Witkin. En éste último, lo más reseñable es el grotesco bizarrismo que preside sus cuidadas y estudiadas composiciones mientras que Metinides posee, simplemente, una habilidad innata para lograr el encuadre perfecto. Witkin es un artista concienzudo; Metinides, un animal de la fotografía.



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domingo, 12 de julio de 2009

Entrevista

Los amigos del foro de lectores Abretelibro, del que ya he hablado en repetidas ocasiones este blog, ha tenido la peregrina ocurrencia de escogerme como destinatario de una especie de entrevista-cuestionario, una idea que llevan poniendo en práctica desde hace un tiempo con todos aquellos contertulios del foro que son escritores. Las respuestas de muchas de ellas (Jerónimo Tristante, Santiago Morata, Gómez Jurado, Laura Gallego) resultan bastante más interesantes que las mías, pero si alguien tiene curiosidad, puede consultar la mía aquí. Se desvelan algunas cosillas acerca de futuros trabajos.

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lunes, 6 de julio de 2009

Semana Negra

El próximo viernes, 10 de julio, dará comienzo en Gijón la esperada y ansiada Semana Negra, cita anual de larga tradición y extraordinario prestigio dedicada a la novela negra y policíaca. Para quien tenga la fortuna de poder estar presente, aquí puede consultar el programa de actos. Un servidor de ustedes ha sido invitado para impartir una ponencia en un taller de creación literaria y mi intervención, que versará sobre la novela-enigma y Conan Doyle como exponente del género, tendrá lugar el jueves, 16. También estaré presente junto a otros autores en la presentación de la antología La lista negra (Salto de Página), acto que se celebrará en la Carpa Imagenio el viernes, 17, a las 19:00.

Pues eso, que desde el miércoles 15 hasta el domingo 19 estaré rondando por Gijón, cerrando bares en compañía de lectores y compañeros a los que aprecio y admiro. ¿Qué más se puede pedir?

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viernes, 3 de julio de 2009

Greguerías

«La gloria póstuma no es más que una foto en blanco y negro de un momento multicolor»

(Al maestro Gómez de la Serna)

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